Comer y vivir de la basura: un panorama crítico, diferente, en pleno siglo XXI

En alguna otra ocasión ya hemos aludido a que basura es una palabra polisémica, cuyos significados prevalentes se han enriquecido a lo largo del tiempo. Su origen latino, verrere la asimila con algo que hay que barrer o limpiar. Llevado al mundo actual, se entiende mejor como desperdicios, desechos, inmundicias, y cosas por el estilo. Cuando se utiliza como adjetivo empeora el valor del sustantivo que va delante. Aplíquese a basura televisiva, política basura, comida basura y más cosas. También se dice que tiene que ver con vertere, verter. Algo asimilable a residuo, lo que seguramente sobró del cometido principal de uso del objeto o producto, o quedó tras su utilización. Además equivale a dar vuelta; y aquí viene lo que antes decíamos del cambio de sentido a lo largo del paso de años y culturas, y la posibilidad de otorgarle un segundo o más usos. Nos gusta más este significado.

Hay basuras de diversos tipos, como el derroche alimentario del que ya hemos hablado en este blog. Es necesario reiterar esa mala praxis porque las tendencias no van a mejor, con el consiguiente despilfarro ecológico, de recursos y tintes de desigualdad que ello supone. Pero hay más, una parte del desperdicio alimentario de unos se convierte en comida de otros. Dicho sin más explicación, comer lo que se podría llamar basura o desperdicios escuece hasta a la persona más insensible. Pero esta sociedad no deja de asombrarnos. Recuerdo haber leído hace unos 5 años un artículo sobre la experiencia personal de alguien que por unos días, más que nada para documentarse antes de escribir algo sobre el tema, decidió convertirse al friganismo. Tal estrategia vital consiste en aprovechar los alimentos que por circunstancias diversas van a los contenedores de residuos de la calle; incluso los más seguidores de esta tendencia no toman otras viandas. La cosa no deja de parecer un poco rara para los no friganos, es verdad, pero hay gente que la practicaba en aquel tiempo, desconozco si ahora tiene muchos seguidores. ¿Por qué lo hacían? Puede que fuese por convicción, para ahorrar recursos globales, o dinero propio. Quizás para elevar una crítica del sistema y para boicotear a la sociedad del consumo; o por todas cosas a la vez. El caso es que por creencia, o por necesidad, no disminuyen las personas que se alimentan de lo que otros desechan. Quiero recordar que un restaurante de París, Freegan Pony, servía comida vegetariana elaborada con alimentos recuperados a la gente sin recursos; incluso había llegado a un acuerdo con el ayuntamiento de la capital francesa que apoyaba semejante actuación.

Hace unos años se comentaba que casi la mitad de los alimentos producidos en EE UU iban a la basura, se  quedaban sin recoger o se dedicaban a la alimentación del ganado, por no dar la talla o por tener una presencia que no gustaba a los consumidores americanos; la estética primaba sobre todo. ¡Cómo comer algo feo, aunque sea igual de nutritivo! Que se lo pregunten a aquel veterano militar de San Francisco que vivía de la basura que se tiraba en la casa de Zuckerberg y otros multimillonarios vecinos, por más que hurgar en los basureros fuese ilegal en California. Así lo contaba hace un par de años The New York Times, que recogía las palabras del protagonista en el sentido de que la basura de unos es un tesoro para otros. Ahí queríamos llegar para enriquecer el término basura y de paso invitar a la RAE a que lo incluya en su diccionario. Ecologistas en Acción viene desplegando una perseverante iniciativa para demostrar los tesoros que guardan los residuos de todo tipo, así como la incorrecta gestión que de ellos se realiza después de tantos tiempos y leyes. Merece la pena rebuscar un poco en su página y contrastar lo que se dice que está bien o mal sobre las campañas gubernamentales y, cómo no, relacionado con la implicación ciudadana. Aquí cabría retomar el título del presente artículo en forma de pregunta: ¿Qué parte de lo que va a la basura es un despilfarro que nos impide a todos comer y vivir con más coherencia?

Un niño recoge botellas de plástico en un vertedero gigante a las afueras de Naypyidaw, capital de Birmania. (Lynn Bo Bo / EFE)

Lo que en otros tiempos pudo significar un castigo, rebuscar en la basura, ahora se ha tornado en una situación cada vez más extendida entre la gente atrapada por la espiral de vulnerabilidad. Si lo miras bien hiere, parece una maldición de la sociedad de consumo. No se entiende que sobrando alimentos haya gente que necesite rebuscarlos en la basura para sobrevivir. Pero cualquiera que escudriñe un poco más verá la cara oculta de la basura. A finales del año pasado, sí el de la crisis pandémica, conocimos que de media los españoles desperdiciamos unos 179 kg de alimentos al año, lo que supondría unos 3.000 millones de euros en conjunto. Al mismo tiempo, en esas fechas próximas a las navidades, se desarrollaba la Gran Recogida de Alimentos , cuyas necesidades sociales han aumentado con la pandemia. Pero la generosidad de quienes la impulsaron y de los que la apoyaron ha evitado que muchas personas comiesen alimentos caducados o deteriorados de los contenedores de los hipermercados, estrategia de supervivencia para demasiada gente tras la anterior crisis económica de comienzos de la década anterior. Paradojas de la vida, la ética en formatos diferenciados.

La Sexta dedicaba hace un par de años un espacio crítico La basura en España: un problema al cubo que merece la pena visionar y comentar en el ámbito familiar o con las amistades. Una enseñanza mínima debería salir de ahí: generamos más basura de la necesaria, mucha más de la que podemos reciclar. Al final el consumo nos sepultará con episodios más o menos luctuosos como los acontecidos en Bens (A Coruña) o en el más reciente de Zaldíbar. Los vertederos legales son gestionados con más o menos eficacia, pero los ilegales superan el millar en España, en 2018 eran más de 1.500, lo cual ha motivado continuas multas de la UE. ¡Qué lejos queda la iniciativa de cero residuos! Al menos podríamos empezar por restar hasta ver de lo que somos capaces.

Lo cierto es que cientos y miles de personas en todo el mundo viven sobre de la basura, removiendo toneladas de residuos de los vertederos para recuperar los tesoros que esconden. Una periodista chilena, María José Terré, decidió vivir 21 días con los recogedores hace cuatro años para poder sentir el ritmo de la basura en La Chimba, el vertedero de Antofagasta, en el que cada cual busca su exclusivo territorio, como una rica propiedad. Su relato en TVN (Televisión Nacional de Chile) es estremecedor. No se lo pierdan, es algo así como el espejo del mundo, o la trastienda donde se esconde la vulnerabilidad consentida. Un panorama crítico que se repite en muchos lugares del ancho mundo.

Pásense si lo desean por este fotorreportaje de La Concepción en Colombia. O lean el artículo que se publicó en El Blog Solidario de 20.minutos.es Vivir al borde del vertedero, sobre la vida cerca de Deonar, donde se acumula la basura de Bombay. Aun hay más. Algunos llaman ‘La ciudad basura’ a El Cairo, sin duda debido a la dedicación de los cristianos coptos de Manshiyat Naser, un barrio de un millón de habitantes de los cuales una buena parte viven de su oficio de basureros recicladores. Y como estos ejemplos concretos, muchas más realidades diversas en el ancho mundo. También en la rica Europa hay episodios de escándalo, especialmente en el sur pues en Suecia, Dinamarca, Alemania o Países Bajos los vertederos llaman la atención por su ausencia.

¿Qué significa vivir en pleno siglo XXI? Nos prometíamos algo diferente, pero la incerteza se adueñó del mundo y redujo considerablemente hasta las buenas intenciones de la ética que movieron la formulación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, las múltiples acciones de la gente de las ONG que se preocupan por la vida de los demás, entre otras muchas iniciativas. La estampa social nos confunde. Atentos: buscamos un nuevo significado para la palabra basura, sea sustantivo o adjetivo.

Dos niñas juegan en una pila de botellas de plástico en el vertedero de Kampung Jawa, en Banda Aceh, Indonesia. (Hotli Simanjuntak / EFE)

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