Habrá quien piense que nada de lo que acontece se repite; no faltará quien afirme que más bien todo lo nuevo tiene un sabor parecido a lo pasado. En ese dilema me encuentro cuando admiro los cuadros de Pieter Brueghel, un contemporáneo de Felipe II que vivió los tiempos convulsos en los Países Bajos de entonces. Su obra siempre me ha atraído. Puede que fuese por su manera de reflejar la animada vida de su tiempo, La boda campesina sería un buen ejemplo. También me interesaron sus paisajes estacionales, sus estampas de la naturaleza, de la que hablaremos en otra entrada en este blog. Hemos leído por ahí que las pinturas de Brueghel, el Viejo, tratan los temas de lo absurdo, las debilidades y las locuras humanas, entre otros episodios de vida. Pero también se dice de él que podía ser un humorista, por su carácter satírico y cómo plantea los enigmas de entonces. Nos trae enseguida el recuerdo de El Bosco y su Jardín de las Delicias. Hay muchos motivos para admirar sus obras e interpretarlas desde una perspectiva actual. Eso vamos a intentar con algunas.
La observación de Los proverbios flamencos me transporta a la vida cotidiana de un pueblo de aquellos lares en pleno siglo XVI. En la obra se plasman detalles de aquel tiempo que a la vez invitan a lecturas actualizadas, al entretenido ejercicio del desciframiento. Es posible que ese personaje bien ataviado que hace girar el mundo sobre su pulgar sea una representación del poder de algunos para condicionar hasta las vueltas que da todo en el planeta; ahora dirigiríamos la mirada hacia sectores económicos o grandes potencias. En el cuadro alguien trata de ponerle el cascabel al gato, cual si estuviese preparado para llevar a cabo un plan bastante arriesgado; otro se ocupa de tirar plumas al viento, que es una manera de lanzar algo para que se expanda, quizás calumnias que después no se pueden recoger. El pintor ubicó esta escena en la parte superior, así llegarían bien lejos. Hoy mismo, se difunden por Internet reclamos peligrosamente interesados o directamente falsos, marcadamente individualistas y muchas veces insolidarios, aventados en forma de ondas que golpean a los sensatos o ensalzan a los conspiradores.
En otra escena se da de comer rosas a los cerdos, como queriendo expresar que ciertos esfuerzos apenas tienen resultados porque los receptores no están preparados, o desdeñan la intención aproximativa. Sigo empeñado en el desciframiento. Observo a un personaje que tiende la capa a favor del viento benefactor para él, y como el pez grande se come al chico; no muy lejos alguien besa la aldaba como queriendo hacer la pelota. Reparo en ese derrochador que tira el dinero al agua, en aquel cántaro que tantas veces va a la fuente que al final se rompe; hasta alguien se caga en el mundo, como ahora hacen los “contratodo” y ciertos predicadores de la desconfianza en las redes sociales. Parece que el cuadro se tituló también El mundo al revés y La locura del mundo; una crónica, ¿crítica?, del momento o el anticipo de lo posible. A poco que nos esforcemos encontraremos similitudes con nuestro tiempo. Me digo a mí mismo que también se puede mirar en positivo: la lección que nos transmite el cuadro es preventiva, nos dice que debemos saber interpretar el mundo para resguardarnos de posibles daños. Por cierto, su hijo Pieter, también pintor como el otro hijo Jan, debió hacer unas veinte copias del cuadro. Una se exhibe en el Museo Soumaya (Ciudad de México), en donde se puede disfrutar de una visita virtual.
También encuentro deslindes de la vida actual en otras pinturas de Brueghel el Viejo. Por no hacer excesiva la entrada me centro en La torre de Babel (realizada en óleo sobre madera en torno a 1563). La pintura simula un ascenso para alcanzar el cielo. Alguien ha visto en la obra, de la que también hay versiones de padre (Viena y Róterdam) e hijo –una en el Museo del Prado-, una concepción mecanicista del mundo, apoyándose en una metáfora de la legendaria torre bíblica que acarreó la confusión de las lenguas, o el nacimiento de ellas. ¡Vaya paradoja! Se estructura mediante una superposición de plantas, un diseño en espiral del que se duda de su funcionalidad. ¿Será una alegoría limitadora del mundo creyente de entonces? Quienes entienden ven en ella, en sus partes que se hunden, un toque de atención hacia el orgullo humano, que muchas veces emprende obras alejadas de la razón. Porque Babel, al decir del relato del Génesis es el símbolo de una ambición, y el castigo divino consistente en confundir a los hombres por ser incapaces de entenderse hablando la misma lengua y debiendo compartir intereses. Acaso todo fue resultado de la curiosidad humana por conocer a Dios; no se descarta el hecho de ambicionar poder divino o querer transportarse a los cielos, allá donde todo es posible. Los misterios cruzados me confunden.
Tengo la impresión de que el pintor muestra, a la vez, la capacidad humana como algo casi ilimitado, como se puede ver en los artilugios y máquinas presentes. Es como si estuviera lamentando que tanta sabiduría no se emplease en mejores menesteres, o acaso animase a hacerlo. La construcción de la torre genera una enorme laboriosidad, materiales que van y vienen por vía marítima y fluvial. La ciudad representada, ¿Amberes?, lanza una atmósfera de febril actividad, la propia de una urbe en crecimiento que poco se parecería a las pequeñas aldeas del siglo. La quimera de lo deseado con un fondo de realidad; el espacio como un sistema de magnitudes, quizás con algo de homenaje a la ciencia que había eclosionado con el Renacimiento.
Cuando observo estas pinturas para entender sus misterios y enigmas, algo similar me sucede en general cuando transito por las artes y las letras, me pregunto si nos interrogan, si están animando a buscar las claves de la vida actual, sean o no deidades propias o impuestas; no resulta sencillo acertar pues las pistas no siempre son fáciles. Sabemos que conocer la cultura y el arte nos ayudará a aclarar cosas que suceden ahora mismo; esas que no entendemos por qué ocurren y nos dificultan la vida; también se puede aprovechar la aportación de las investigaciones científicas para acercarse con cautela a misterios y enigmas. Me digo que si mucha gente se implicase en las tareas de desciframiento del quid de la vida sería posible componer una obra artística social, plagada de acuerdos de convivencia colectiva de cara a una gobernabilidad pactada. Una representación de esta serían los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Cima 2030 que tantas veces nos proponemos aquí; también otras muchas iniciativas que luchan contra las desigualdades, partan de Organismos y Convenios Internacionales o de las ONG. Hay que superar esa compleja confusión que parece que domina el mundo, evitar que la profusión de lenguas con la que se dice que Dios castigó la vanidad humana en la inacabada Torre de Babel impida entendernos ahora. Todavía es posible reconstruir los lenguajes y darles vida útil, a pesar de las incertezas que irán llegando.
Hasta aquí unas pequeñas pinceladas de la maravillosa obra de Brueghel el Viejo. Merece un descubrimiento colectivo de sus símbolos. Insistimos, sin querer ser moralizantes, en que esas figuras de la vida cotidiana de hace casi 500 años son útiles para cuestionar el mundo actual; un ejercicio de pensamiento crítico que ayuda. Al final, seguimos en la duda expuesta al principio sobre si todo pasa o todo queda como el poema de Antonio Machado que nos cantaba Joan Manuel Serrat.