Archivo de marzo, 2021

Bienvenida primavera, aunque para cada cual seas diferente

Este año, la igual duración del día y la noche, el equinoccio, tuvo lugar a las 10:37 hora peninsular del día 20 de marzo. ¡Bienvenida primavera!, que es una y a la vez son muchas. Primero porque la astronómica no coincide con lo meteorológica, que en este caso empieza el 1 de marzo y acaba el 31 de mayo. En lo del episódico tiempo meteorológico tampoco es segura, porque viene antes o después, se intercala unas veces en el invierno y otras ocasiones la sepulta el verano; dura más o menos. Este año su llegada astronómica ha coincidido con un invierno meteorológico. No es la primera vez que esto sucede, pero la gente de la ciencia alerta que de ahora en adelante habrá que repensar los periodos estacionales, que están muy alterados debido sin duda al cambio climático. Así pues la primavera, revoltosa e inquieta desde siempre, sigue siendo un conjunto de realidades cambiantes, no siempre alegres y floridas, que se miran y se ven desde muchos sentidos.

Otro tanto le pasa al invierno. Hechos comprobados como que la temporada de nieve en los Alpes es hoy 35 días más corta que en 1971 así lo atestiguan, según publica la revista The Cryosphere. Lo anterior lo dice el análisis de los datos proporcionados por más de 2.000 estaciones alpinas de varios países europeos. Puede que lo que pierde el invierno lo gane la primavera, o acaso las estaciones se van a perseguir y habremos de reformar hasta los calendarios. Vaya desconcierto. Otro desconcierto monumental se nos plantea ante la contemplación de los dos Paisaje de invierno del pintor romántico Caspar D. Friedrich que nos presentan, como otras muchas obras en las que plasmó su visión de la naturaleza, algo entrelazado por descifrar, como el invierno lo es en sí mismo. Quizás es ese escenario natural enciclopédico que la mayoría de las personas ya no se molestan en interpretar y solo son capaces de hacerlo los artistas. En uno de los cuadros todo parece frío, acaso angustioso o melancólico, con una desolación infinita donde ya no quedan más que varios tocones de árboles muertos. Es como si el autor sacase fuerzas de la naturaleza, si bien parece que Dios está siempre presente por ahí, incluso en la cruz inmersa en un abeto, que parece decir que la resistencia de la naturaleza hará que vuelva a brotar la vida. Acaso un incierto invierno pero abierto a una posible primavera.

(Dominio Público)

Esas volubles realidades primaverales vienen de antiguo. Deméter, hija de los dioses griegos Cronos (tiempo) y Rea (trabajo humano) asumía una gran responsabilidad vivificadora con la naturaleza y la agricultura. Tuvo una hija con Zeus a la que llamaron Perséfone, Proserpina para los romanos. En una ocasión estaba recogiendo flores en un praderío o en un bosque, allí fue raptada por el enamoradizo Hades, dios del mundo subterráneo. La madre enfadada maldijo la tierra y todo se torno oscuro, se cayeron las hojas y se marchitaron las flores, además de otros desastres. Se desvaneció de golpe lo que podría significar la exultante primavera. Zeus acordó con su hermano Hades que Perséfone viviese al menos seis meses con su madre para disfrutar de la cálida luz del sol y de toda la eclosión natural que este hecho ocasionaba y ejerce hoy mismo. Así, tal fotoperiodo se convirtió en un bien apreciado por toda la gente, como esa primavera deseada que canta la Ronda de Boltaña, que recuerda que el país la espera cada año impaciente. La gente la recibe con un ramo de flor de aliagas, que aunque son bien pinchudas y no huelen a jazmín son las que mejor representan a su tierra de nombre Sobrarbe, anclada a los Pirineos. Esas plantas, lo mismo que otras muchas tan humildes como ellas, nacieron para darle esplendor a la primavera, a la que tanto aprecian los montañeses que la invitan a quedarse de huésped en su casa permanentemente, para no tener que lamentar su marcha, esa que se suele producir en junio. No quieren que les suceda como a Perséfone.

En una mirada diferente, el pintor renacentista Sandro Boticelli plasma en La primavera (1477-1482) una celebración alegórica con personajes de la mitología. La primavera la protagoniza Venus (Afrodita), a la vez la ninfa Flora Primavera, en su boca el mirto de la felicidad. Personifica a las flores primaverales que en número de más de 200 adornan en jardín casi realista (presentes sin duda por aquellos tiempos en la Toscana). De fondo los naranjos que todavía ofrecen sus frutos como prestados, a destiempo, quizás como símbolo de los nobles italianos a quienes pertenecía el cuadro. Por allí danzan sensualidad y deseo primaveral, con un barniz de neoplatonismo; tenemos la impresión de que algo de eso todavía queda hoy en la percepción de esta estación. Quienes lo deseen pueden trasladarse de forma virtual a la Gallería de los Uffizi. Muchos dicen que este cuadro es algo así como poesía florecida.

(Dominio Público)

Podríamos traer aquí muchas estampas primaverales ligadas a las obras de arte. Otro que reflexionó sobre el tema fue Pieter Brueghel, si bien no se contentó con pintarla solamente a ella sino que plasmó el círculo vivencial anual en las cuatro estaciones. Hay controversia sobre cuántos cuadros las componen; algunos historiadores de arte dicen que su versión era una asociación bimensual, no de tres meses más o menos como ahora. Se sabe que el tiempo nos ha legado cinco, si bien hay quien opina que fueron seis. Uno de los cuadros identificados con la primavera es La cosecha de heno  que podría representar mayo y junio; dicen que faltaría marzo y abril.

(Dominio Público)

Primavera renovadora de la que disfrutaría Vivaldi al ponerle melodía, armonía y ritmo al ciclo vital anual en sus Cuatro estaciones. Poco tienen que ver la primavera y el invierno. Pero seguro que en cualquier lugar, la naturaleza abandonará el invierno y despertará al escuchar la melodía vital de una alegoría como La primavera porteña de Ara Malikian, y que dejó atrás el invierno, otra secuencia musical del talento del libanés de origen y ciudadano del mundo, apta para todo el público y escuela de aprendizaje musical para niños y niñas.

Primavera también es ruptura. No queríamos dejar de dar la bienvenida a la primavera sin asombrarnos de la fantasía de La consagración de la primavera de Igor Stabrinscky, bajo la dirección de Barenboim. La obra estuvo rodeada de escándalo desde su estreno en París a finales de mayo de 1913, pues se decía que rompía con el concepto de lo bello, lo sublime o lo sentimental, cualidades que siempre se han asociado a la primavera. Anticipo de primaveras tumultuosas o rupturistas, un desencadenamiento rítmico sin estructura conocida y con argumentos poco claros. ¿Quién sabe? Aquí explican mucho más.

Es como si presagiase la abrupta primavera del año 2020. Por eso, si le habláramos a esta primavera de 2021 le diríamos que llega tras un crudo invierno social, que quebró ilusiones y esperanzas, demasiado dilatado en el tiempo porque dura ya un año, no como los dos meses de Brueghel. Esperamos una primavera de las múltiples emociones, convertida en sí misma en un misterio inefable, a la vez que deseamos algo grandioso en sus expresiones, para mucha gente y en especial allí donde la vulnerabilidad se asentó hace tiempo. Eso querrá decir que habrá sido más amable que la anterior –quién se acuerda ya de cómo la recibimos- que nos dejó maltrechos, y ansiamos que se vea superada en lo bueno por la siguiente. Así mejor y mejor por decenas de años, para que esta estación siga animando la vida y coloreándola de porvenires netos y compartidos; acaso haya que alargarla si todo no sale como se espera. Aún así, no sabemos lo que tendrá de aquella que, adornada con la lírica, pintaba Octavio Paz en su Primavera a la vista:

Pulida claridad de piedra diáfana,
lisa frente de estatua sin memoria:
cielo de invierno, espacio reflejado
en otro más profundo y más vacío.

El mar respira apenas, brilla apenas.
Se ha parado la luz entre los árboles,
ejército dormido. Los despierta
el viento con banderas de follajes.

Nace del mar, asalta la colina,
oleaje sin cuerpo que revienta
contra los eucaliptos amarillos
y se derrama en ecos por el llano.

El día abre los ojos y penetra
en una primavera anticipada.
Todo lo que mis manos tocan, vuela.
Está lleno de pájaros el mundo.

Estamos dispuestos a esperar algún mes más, pero que sea una primavera social resplandeciente, en particular para todas las personas que sintieron marchitarse afectos e ilusiones.

Entre el desperdicio alimentario y los fecalistas de Paul Auster

Acabamos de conocer que el 17% de los alimentos acaban en la basura. Algo ya sabíamos del tema. Pensábamos que las pérdidas de eficiencia consumidora se daban especialmente en los ámbitos de producción empresarial y distribución comercial a gran escala. Pero no, el dato viene referido a los hogares (61%), los servicios de servicios de alimentación como restaurantes (en torno al 26%) y el pequeño comercio (13%). Ese porcentaje se traduce en unos 74 kg de derroche anual en cada hogar. Supone unos 931 millones de comida desperdiciada en todo el mundo. Todo esto viene en el informe del Índice de desperdicio alimentario elaborado por analistas del Pnuma (Programa de las Naciones Unidad para el Medio ambiente) y de la ONG británica WRAP. Quienes han llevado a cabo la investigación avisan de que los datos son parciales, solamente unos 50 países servirían para una panorámica seria; si bien presentan también una clasificación de los países más y menos derrochadores. Muchos nos resultan conocidos por razones varias, entre las cuales no falta la malnutrición de sus habitantes; nos invitan a pensar en ellos y en nosotros de manera crítica. Imaginemos que ese desgobierno se pueda extrapolar al resto de las interacciones sociales. La situación ética es preocupante: mucho vale casi nada con lo que cuesta todo. A la vez, o por eso mismo, millones de personas pasan hambre y padecen inseguridad alimentaria, según la FAO. Sin tapujos: la sociedad tiene una seria necesidad de aprendizaje vital, de reescribir sus idearios.

Vertedero de Colmenar Viejo. (AYUNTAMIENTO DE ALPEDRETE/ARCHIVO)

Cada vez que retomamos estos temas en los que se mezclan desigualdades y colapsos reales o posibles, nos viene a la memoria El país de las últimas cosas (1987) de Paul Auster. La obra nos confunde con sus bandazos entre ficción de entonces y realidad emergente en algunas megalópolis actuales, especialmente en los países de ingresos bajos, pero no solo en estos. Querríamos saber qué revoloteaba en el pensamiento de Auster cuando la escribió, o si hubo algún detonante próximo. Quizás quiso inventar esa ciudad que se va consumiendo a partir de alguna conocida. Acaso lo impulsó un desmedido mecanismo del consumo como ley de vida que observaba alrededor. En la ciudad escenario de Auster, las cosas desaparecen con la misma rapidez que se plasman. Grandes tragedias se mezclan con cuestiones simples, desde el desastroso funcionamiento general hasta cosas tan sencillas como la procedencia de unas verduras y de qué forma se transportan hasta la urbe. En verdad es un libro enigmático, hay mucha gente que opina que entristecedor. Incluso se ha calificado como apocalíptico y distópico que habla de sobre un universo social sórdido, degradado y con niveles de violencia y miseria extremos. No recomendable para momentos de horas bajas, pero seguro que de él se pueden extraer lecturas críticas, de esas que en algún momento mejoran la vida propia o la de los coetáneos.

Esto de la alimentación mundial es como una gran ciudad globalizada, tiene bastante de enigma y algunos ramalazos distópicos. Demasiadas veces las personas del libro van a lo suyo; se trata de sobrevivir. De su lectura también se puede extraer y guardar el lado positivo. Hemos querido entender que ante el previsible derrumbe de los mecanismos de funcionamiento urbano, de la creciente desesperación surgen “la entropía y el ingenio más asombroso”. Poco a poco no queda casi nada de lo anterior, pero a la vez casi nada se desecha sin más. De una forma u otra se buscan aplicaciones para dar segundas y terceras vidas a cosas que antes se desterraban en forma de basura. ¿Acaso la cosa no surge de la nada; está cobrando fuerza una nueva manera de pensar? Quizás la escasez agudiza el ingenio y alumbra ideas impensables en momentos de bonanza, pero sí de necesidad. Hace años que la alimentación “freegan” irrumpió en EE UU; también es visible en nuestras ciudades. En una ciudad con su sistemas de saneamiento destrozados, lo que sería el cataclismo urbano si tuviéramos que enfrentarnos a semejante situación en este momento, se organizaron patrullas para recoger por la noche los desperdicios de todo tipo, incluso los excrementos domésticos. Como si quisiera hacer un símil social, la narradora cuenta que los encargados de semejante empleo eran prisioneros a los que se aseguraba una redención de penas. Con el tiempo, esos “fecalistas” fueron considerados funcionarios dada la relevancia de su trabajo. En fin, un mundo por descubrir que queda plasmado en la película que con el mismo título dirigió recientemente el argentino Alejandro Chomski, como si quisiera rememorar lo visto alguna vez en su maltratado país.

Hasta ahora se daba por supuesto que los mayores desperdicios se producían en los países de ingresos altos, medio altos o medios. Sí y no. Hay un detalle curioso que señalan los investigadores, que ya advierten que se han estudiado áreas más o menos extensas. En África destacan Sapele en Nigeria (189 kg/per cápita), Kigali en Ruanda (164), Dar es Salaam en Tanzania (119), Nairobi en Kenia (100), Oromia en Etiopía (92). En América, México (94)y Belice. En Asia, las ciudades chinas (150), Barhein, varias ciudades de Irak, Malasia en su conjunto (112), Israel, Líbano, Arabía Saudí, algunas ciudades de Sri Lanka, y el delta del Mekong en Vietnam. Mientras en Europa solamente Grecia y Malta sobrepasan los cien kg/per cápita de desperdicio alimentario. La lista da para mucho más pero lo dejamos aquí. En fin, no hay quien lo entienda. No solo los ricos desperdician alimentos, sucede en las ciudades de los países de ingresos medio bajos y bajos que servirían para ilustrar esa tan despiadada que imaginó Auster. Recordemos que la investigación del Pnuma y WRAP asigna distintos niveles de fiabilidad a los valores expuestos.

Así pues, sin entrar en detalles pequeños, esto del desperdicio de los alimentos es una cosa muy seria. Está lo producido que no se usa y se tira, pero también los residuos que se generan, cuyo tratamiento crece y crece; además de la energía consumida que se inutiliza en todo el proceso. Se podría decir aquello de que la gran ciudad es la “estercoladora” más poderosa, que despilfarro es la palabra que mejor la define. Y así se arruina ella misma, también Europa, extenuada, (nosotros añadimos que por extensión el mundo). Al hilo de la riqueza, desperdicios que en realidad son oro, que en este caso se van por los ríos hacia el mar en forma de contaminación. Las cuatro últimas líneas están copiadas de Los miserables, de Víctor Hugo, un alegato ecologista en pleno siglo XIX.

Desde esta Cima 2030 lamentamos que de seguir las cosas así, en los 9 años que quedan no lograremos la Meta 3 del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS), que decía Salud y bienestar universal y estaba ligado con el 12, que apostaba por producción y consumo responsables. Habría que aumentar significativamente la inversión para abordar el desperdicio de alimentos en el hogar a escala mundial. Esto debe ser una prioridad para gobiernos, organizaciones internacionales, empresas y fundaciones filantrópicas, advierten desde el Pnuma. Recordemos que la meta 12.3 de los ODS busca reducir a la mitad el desperdicio mundial de alimentos per cápita a nivel de los minoristas y los consumidores, así como reducir las pérdidas a lo largo de las cadenas de producción y suministro. En consecuencia…

Muchos analistas razonan lo mal que están las cosas, que esta pandemia no ha hecho sino poner en el escaparate vivencial nuestros errores pasados, a escala global, con diversos matices ahora acrecentados. Debemos, podemos, aprender. Por eso, se nos ocurre pensar en si el camino para retomar impulso social no estará en aquello que recomendaba Jeffrey Sachs: la salida de la crisis mundial solo puede ser verde y ecológica. Suponemos que no hablaría únicamente de su país, EE UU.

Brueghel nos pintó inciertos deslindes de la vida actual

Habrá quien piense que nada de lo que acontece se repite; no faltará quien afirme que más bien todo lo nuevo tiene un sabor parecido a lo pasado. En ese dilema me encuentro cuando admiro los cuadros de Pieter Brueghel, un contemporáneo de Felipe II que vivió los tiempos convulsos en los Países Bajos de entonces. Su obra siempre me ha atraído. Puede que fuese por su manera de reflejar la animada vida de su tiempo, La boda campesina sería un buen ejemplo. También me interesaron sus paisajes estacionales, sus estampas de la naturaleza, de la que hablaremos en otra entrada en este blog. Hemos leído por ahí que las pinturas de Brueghel, el Viejo, tratan los temas de lo absurdo, las debilidades y las locuras humanas, entre otros episodios de vida. Pero también se dice de él que podía ser un humorista, por su carácter satírico y cómo plantea los enigmas de entonces. Nos trae enseguida el recuerdo de El Bosco y su Jardín de las Delicias. Hay muchos motivos para admirar sus obras e interpretarlas desde una perspectiva actual. Eso vamos a intentar con algunas.

Google Art Project/Dominio Público

La observación de Los proverbios flamencos me transporta a la vida cotidiana de un pueblo de aquellos lares en pleno siglo XVI. En la obra se plasman detalles de aquel tiempo que a la vez invitan a lecturas actualizadas, al entretenido ejercicio del desciframiento. Es posible que ese personaje bien ataviado que hace girar el mundo sobre su pulgar sea una representación del poder de algunos para condicionar hasta las vueltas que da todo en el planeta; ahora dirigiríamos la mirada hacia sectores económicos o grandes potencias. En el cuadro alguien trata de ponerle el cascabel al gato, cual si estuviese preparado para llevar a cabo un plan bastante arriesgado; otro se ocupa de tirar plumas al viento, que es una manera de lanzar algo para que se expanda, quizás calumnias que después no se pueden recoger. El pintor ubicó esta escena en la parte superior, así llegarían bien lejos. Hoy mismo, se difunden por Internet reclamos peligrosamente interesados o directamente falsos, marcadamente individualistas y muchas veces insolidarios, aventados en forma de ondas que golpean a los sensatos o ensalzan a los conspiradores.

En otra escena se da de comer rosas a los cerdos, como queriendo expresar que ciertos esfuerzos apenas tienen resultados porque los receptores no están preparados, o desdeñan la intención aproximativa. Sigo empeñado en el desciframiento. Observo a un personaje que tiende la capa a favor del viento benefactor para él, y como el pez grande se come al chico; no muy lejos alguien besa la aldaba como queriendo hacer la pelota. Reparo en ese derrochador que tira el dinero al agua, en aquel cántaro que tantas veces va a la fuente que al final se rompe; hasta alguien se caga en el mundo, como ahora hacen los “contratodo” y ciertos predicadores de la desconfianza en las redes sociales. Parece que el cuadro se tituló también El mundo al revés y La locura del mundo; una crónica, ¿crítica?, del momento o el anticipo de lo posible. A poco que nos esforcemos encontraremos similitudes con nuestro tiempo. Me digo a mí mismo que también se puede mirar en positivo: la lección que nos transmite el cuadro es preventiva, nos dice que debemos saber interpretar el mundo para resguardarnos de posibles daños. Por cierto, su hijo Pieter, también pintor como el otro hijo Jan, debió hacer unas veinte copias del cuadro. Una se exhibe en el Museo Soumaya (Ciudad de México), en donde se puede disfrutar de una visita virtual.

Google Art Project/Dominio Público

También encuentro deslindes de la vida actual en otras pinturas de Brueghel el Viejo. Por no hacer excesiva la entrada me centro en La torre de Babel (realizada en óleo sobre madera en torno a 1563). La pintura simula un ascenso para alcanzar el cielo. Alguien ha visto en la obra, de la que también hay versiones de padre (Viena y Róterdam) e hijo –una en el Museo del Prado-, una concepción mecanicista del mundo, apoyándose en una metáfora de la legendaria torre bíblica que acarreó la confusión de las lenguas, o el nacimiento de ellas. ¡Vaya paradoja! Se estructura mediante una superposición de plantas, un diseño en espiral del que se duda de su funcionalidad. ¿Será una alegoría limitadora del mundo creyente de entonces? Quienes entienden ven en ella, en sus partes que se hunden, un toque de atención hacia el orgullo humano, que muchas veces emprende obras alejadas de la razón. Porque Babel, al decir del relato del Génesis es el símbolo de una ambición, y el castigo divino consistente en confundir a los hombres por ser incapaces de entenderse hablando la misma lengua y debiendo compartir intereses. Acaso todo fue resultado de la curiosidad humana por conocer a Dios; no se descarta el hecho de ambicionar poder divino o querer transportarse a los cielos, allá donde todo es posible. Los misterios cruzados me confunden.

Tengo la impresión de que el pintor muestra, a la vez, la capacidad humana como algo casi ilimitado, como se puede ver en los artilugios y máquinas presentes. Es como si estuviera lamentando que tanta sabiduría no se emplease en mejores menesteres, o acaso animase a hacerlo. La construcción de la torre genera una enorme laboriosidad, materiales que van y vienen por vía marítima y fluvial. La ciudad representada, ¿Amberes?, lanza una atmósfera de febril actividad, la propia de una urbe en crecimiento que poco se parecería a las pequeñas aldeas del siglo. La quimera de lo deseado con un fondo de realidad; el espacio como un sistema de magnitudes, quizás con algo de homenaje a la ciencia que había eclosionado con el Renacimiento.

Google Art Project/Dominio Público

Cuando observo estas pinturas para entender sus misterios y enigmas, algo similar me sucede en general cuando transito por las artes y las letras, me pregunto si nos interrogan, si están animando a buscar las claves de la vida actual, sean o no deidades propias o impuestas; no resulta sencillo acertar pues las pistas no siempre son fáciles. Sabemos que conocer la cultura y el arte nos ayudará a aclarar cosas que suceden ahora mismo; esas que no entendemos por qué ocurren y nos dificultan la vida; también se puede aprovechar la aportación de las investigaciones científicas para acercarse con cautela a misterios y enigmas. Me digo que si mucha gente se implicase en las tareas de desciframiento del quid de la vida sería posible componer una obra artística social, plagada de acuerdos de convivencia colectiva de cara a una gobernabilidad pactada. Una representación de esta serían los Objetivos de Desarrollo Sostenible, la Cima 2030 que tantas veces nos proponemos aquí; también otras muchas iniciativas que luchan contra las desigualdades, partan de Organismos y Convenios Internacionales o de las ONG. Hay que superar esa compleja confusión que parece que domina el mundo, evitar que la profusión de lenguas con la que se dice que Dios castigó la vanidad humana en la inacabada Torre de Babel impida entendernos ahora. Todavía es posible reconstruir los lenguajes y darles vida útil, a pesar de las incertezas que irán llegando.

Hasta aquí unas pequeñas pinceladas de la maravillosa obra de Brueghel el Viejo. Merece un descubrimiento colectivo de sus símbolos. Insistimos, sin querer ser moralizantes, en que esas figuras de la vida cotidiana de hace casi 500 años son útiles para cuestionar el mundo actual; un ejercicio de pensamiento crítico que ayuda. Al final, seguimos en la duda expuesta al principio sobre si todo pasa o todo queda como el poema de Antonio Machado que nos cantaba Joan Manuel Serrat.

La grandeza de los sencillo, sin ir más lejos

Esta entrada comienza con una elegía al pino carrasco; uno más entre los seres vivos olvidados. No busquen en Google cosas diferentes a aquellas en las que los naturalistas o forestales hablen de sus cualidades. Piensen, o pregunten a su alrededor, sobre esta especie. En clase la lancé a mis alumnos y la escasa respuesta fue nada; a lo más que sería un pino y tendría hojas. Como mucho que pertenecería a la insigne estirpe de las coníferas.

De acuerdo, es una rareza de quien esto escribe, que podría haber elegido cualquier otro árbol para demostrar su enorme aportación a la salud planetaria, en forma de absorción del dióxido de carbono presente en el aire que respiramos los humanos. Pero nos gusta este pino, muy presente en la estepa en donde nacimos y sentimos el color y el dolor de la naturaleza viva. Su figura no es esbelta, su porte escapa a la grandiosidad de otros pinos más insignes; desgarbado la mayoría de las veces. Pero su grandeza la marca su adaptación a unas condiciones climáticas extremas: allá donde el agua escasea, hace mucho calor en verano y las temperaturas son frías en invierno; en suelos poco agradecidos. Pinos que agrupados, o repoblados, rara vez forman bosques, se quedan en bosquetes en combinación con matorrales diversos, pero adornan desde siempre el entorno mediterráneo, allá por donde florecieron nuestras culturas occidentales. ¡Quién sabe si Atenas estuvo alguna vez rodeada de Pinus halepensis! Acertado nombre que le pusieron quienes se inventaron aquello de las claves para clasificar seres vivos, seguidores sin duda de Linneo, para recordarnos a Alepo, allá donde floreció esta especie al lado del arte de los romanos y ahora casi nada existe pues la destrucción de la guerra en Siria acabó con todo.

¿Cómo lo habrán sobrellevado los pinos supervivientes? Se dirán cosas o se transmitirán estímulos, como hacían los árboles de El Bosque animado de W. Fernández Flores. Sus voces serán a veces lamentos, como los que emite el alma de Alepo que siente el dolor en sus gentes y en sus resistentes pinares, relictos e indómitos; acaso de unos pocos ejemplares. “Allí cuando anochece se estremecerían los pinos, y no sería de frío”, escribiría M. Benedetti. Son tan pocos, están tan doloridos, que apenas intercambian ya desdichas y temores, no sabemos si querrán decirnos algo cual poema de Gabriela Mistral:

El viento reposa
y el pinar se calla,
cual se calla un hombre
asomado a su alma.

Pinares diversos, como aquel que dibujaba Anton Chejov en su relato Un drama de caza donde describe un pinar, no sabemos de qué especie dominante: “Los pinos crecen todos de la misma manera, cada uno es igual a los otros, y en cada estación del año conservan el mismo aspecto, sin conocer el sentimiento de la muerte ni la renovación de la primavera. Sin embargo, su parsimonia tiene cierto atractivo, su inmovilidad, su silencio parecen expresar pensamientos tristes”. Sin querer llevar la contraria a Chejov, es la diversidad lo que transmite unidad al pinar, cada porte tiene su estampa en un ejemplar diferente; acaso hasta su resina quiere decirnos algo. Cual paisaje social, donde el aspecto uniforme silencia el atractivo de cada individuo.

El pino carrasco no es como otros árboles, sin duda más admirados. No está entre los nominados para el árbol europeo del año 2021. Pero es ecoeficiente como pocos, por eso ha colonizado tantos territorios. Su metabolismo es un modelo para todos en estos tiempos de escaseces de agua y bruscos cambios meteorológicos. Su preparación xerófila y heliófila le ha permitido colonizar los suelos de bosques degradados en otro tiempo dominados por encinas u otras especies. En la España vaciada lo saben bien: se fueron las personas y muchas veces los pinos vinieron a relevarlas en sus campos abandonados. Las sequías prolongadas no le asustaban hasta ahora pero teme por su futuro, por eso del cambio climático.

En esta vida, pesa demasiado lo pretendidamente útil, lo exageradamente atractivo, también en la naturaleza. A muchas personas, educadas en la potencia de la naturaleza exhibida en documentales y películas famosas, los destellos selváticos anulan la fisonomía paisajística de lo sencillo. Algo parecido sucede en la vida corriente, plagada de estímulos irrelevantes. Lo pequeño, lo insignificante culturalmente, puede ser bello y sentirlo afectivamente próximo. Exhiben sabiduría quienes son capaces de ver que las cosas simples tienen cualidades extraordinarias, porque en realidad todo es complejo y no existen valores absolutos en la naturaleza, vino a decir Einstein. Necesitamos interpretar lo que cada día nos sucede para encaminar el modelo de vida, aquel que nos irá mejor como colectivo para llegar en condiciones más favorables a la siguiente década, y a las que van detrás. Las grandes epopeyas como la Agenda 2030 se escriben con pequeñas acciones, sencillas, sin recovecos. Lo pequeño es hermoso porque contiene leves trazos de vida, como si la gente importara en la economía global y en la naturaleza; algo así pregonaba E.F. Schumacher. Sin ir más lejos, ahora mismo y en cada lugar.

Cada persona tiene experiencias que haría bien en compartir; momentos de felicidad en relación consigo misma y con los seres vivos corrientes. Con todas vivencias se compondría el “Libro de las cosas sencillas que hacen que la vida sea grandiosa”. Tendría muchas páginas, y llevaría por caminos que mostrarían la complejidad de la vida, la multiperspectiva a la hora de emocionarse con lo bello, lo necesario, lo pequeño, lo desconocido, acaso lo útil o inútil. También habría páginas dedicadas a la dependencia de los otros, o de esa biodiversidad aparentemente insignificante, a la variabilidad como propiedad positiva, a la convivencia como estrategia imprescindible, a la extraordinaria relevancia de las cosas sinceras. En el epílogo seguro que aparecía la invitación a la humanidad a ver los episodios cotidianos de otra forma, de pararse a pensar un momento si está dispuesta a imaginar otro mundo, para que no camine impasible hacia el crecimiento desmedido de los grandes parámetros económicos, que tanto cuestionó E.F. Schumacher.

El pino carrasco – un modelo de sobriedad sin aspavientos- era solamente una bonita excusa para ensalzar la búsqueda de una sociedad reflexiva y comprometida, que sea capaz de apreciar la grandeza de lo sencillo. Aun así, cuando lo veamos por el monte saludémosle, cual si fuera un ciudadano de Alepo; alguno incluso lo encontraremos por las calles de nuestras ciudades y pueblos.

(Carmelo Marcén)