Archivo de febrero, 2021

El Índice de Desarrollo Humano se lamenta de algunos exclusivismos

El PIB se utilizaba con exclusividad para indicar si un país era rico o pobre. Ya está desfasado, aunque en términos económicos siga teniendo su tirón. Se adornaba con aquello de la renta per cápita, pero ese dato también escondía trucos contables, pues no decía lo que realmente correspondía a las personas según sus condiciones sociales o laborales. Se vio que la cosa era complicada. Después, para hacer una foto más nítida de los países y poder comparar los niveles de bienestar, se empezó a emplear más el IDH (Índice de Desarrollo Humano) porque habla de personas más que de dineros, productos elaborados y vendidos y esas cosas. Simplificando, se podría decir que mide la situación general de un determinado país con respecto a una serie de parámetros (esperanza de vida al nacer, años de escolaridad, renta per cápita) que en conjunto podríamos calificar como “bienestar colectivo”.

Si realizásemos una lectura lineal del IDH mundial habría que felicitar a aquellos países que están en los mejores lugares de la tabla; sin duda merecen un reconocimiento general. Así nos sale un club de países buenos cumplidores con su gente (desigualdad, género, pobreza multidimensional, etc.) y otros que no lo son tanto. Se ordenan en desarrollo humano muy alto, medio y bajo. Pero en la tabla también figuran diferenciados por regiones, pertenecientes a la OCDE y más ámbitos. Interesante darle una vuelta a estas tablas para conocer diferencias. A casi nadie le extrañará que Noruega, Irlanda, Suiza, Islandia, Alemania, Suecia, Australia, Países Bajos, Dinamarca y Finlandia ocupen las diez primeras posiciones en el último IDH, no hemos considerado Hong Kong como país por diversas circunstancias. Por cierto, España se encuentra en el lugar vigésimo cuarto.

Pero hoy casi nada es tan sencillo de interpretar. Estar entre los primeros 25 o 50 países que pertenecen a ese club exclusivo de los mejores supone un peaje para el resto, los menos afortunados, como más adelante detallaremos. Siempre se ha dicho que cuando se reparte un conjunto, llamémosle riqueza o bienestar colectivo, si hay quien gana mucho seguro que otros muchos pierden algo, o bastante. Si esto lo miramos con ojos de ética global, habrá que consensuar límites para que las previsibles condiciones de vida entre las personas que habitan unos y otros no sean tan diferentes. Los gobiernos e instituciones internacionales deben implicarse en trabajarlo ya, la ciudadanía de los privilegiados debe ser consciente del asunto. En la vida corriente, también dentro de cada país, casi todo –nosotros lo aplicamos a desigualdades varias especialmente- dura más de lo que debería, contaba Cortázar; adagio que va bien tanto para los países que ganan siempre como para los perdedores. Quizás sea por eso que el Informe sobre Desarrollo Humano 2020 (IDH 2020) del PNUD (Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo) lleva por título La última frontera: el desarrollo humano y el Antropoceno. Por cierto, no estamos hablando del maravilloso mundo por muchos deseado sino de algo que se llama justicia social global; asunto que está siempre sometido a controversias ideológicas y pragmáticas sobre las que no vamos a entrar aquí pero que merecerían la atención.

Detengámonos en primer lugar en la portada del informe, todo un ejercicio de sincronía de interacciones. Cada símbolo dice mucho, por sí mismo y por los que tiene al lado. La silueta del planeta aparece varias veces, como se merece cualquier conjunto unitario, máxime si está sometido a tantas presiones antrópicas. Pero hay cadenas y mallas que nos hablan de relaciones entre seres vivos, ruedas y otros mecanismos que giran junto a otros. Alianzas conviven con personas que se juntan, con recursos de los que se enfatiza su reciclaje, su economía circular. Es algo así como un árbol de ramaje circular, con raíces diversas y bien fundadas. Por cierto, se muestra animado en https://report.hdr.undp.org/. No nos quedemos con una interpretación subjetiva, realizada bajo la emoción del que escribe o lee. El objetivo sería llegar con esperanzas abiertas hacia el año 2030 y en ese momento ponernos a pensar sobre el devenir del Antropoceno del que habla el informe.

Enseguida llaman la atención los epígrafes de las partes en las que está dividido. Se podría decir que escriben una enciclopedia de vida: definir la senda de desarrollo en el Antropoceno; ser conscientes del alcance, la escala y la velocidad sin precedentes de las presiones humanas sobre el planeta; empoderar a las personas en pro de la equidad, la justicia social, la innovación y el cuidado de la naturaleza; actuar para cambiar basándose en un modelo de desarrollo humano responsable con la naturaleza; crear incentivos para desenvolverse en el futuro, etc. Merece la pena reflexionar sobre ellos tanto a escala personal como en los círculos de convivencia. ¡Qué decir de lo que deberían de hacer, construir, administraciones y empresas!

Pero retomemos el primer párrafo: si hay países que lo tienen mejor, en conjunto y sus habitantes, es a costa del planeta en su conjunto y del resto de las personas de otros países y de los seres vivos. En el informe hay tal cantidad de ideas, figuras y cuadros que excede lo que podemos traer aquí. Volveremos con más entradas. Por ahora nos vamos a detener en una comparativa entre el modelo IDH de antes y el nuevo, centrándolo en algunos de los países que citábamos al principio. Noruega por ejemplo cae 15 posiciones en la lista si se incluye la presión que ocasiona al planeta por sus emisiones de dióxido de carbono y la huella ecológica de su elevado consumo. ¿Dónde van todos estos desperfectos?, buena parte no lo hacen a su territorio, por supuesto. Otro tanto se podría decir de Islandia, la cuarta en la lista, que retrocede 25 lugares o Australia, que interconectada con el mundo occidental y formando parte de él pero situada en la antípodas, retrocedería más de 70 puestos.

El informe identifica esas cuestiones con transgresiones, lo que se traduce en exceso de presión sobre el planeta. Se refiere a las emisiones de dióxido de carbono, al uso de nitrógeno como fertilizante, al uso de agua dulce en todos sus procesos de vida, a los cambios en las áreas forestales y a la huella ecológica. Si contásemos esto, el IDH renovado colocaría a los diez primeros países por debajo de Dinamarca, ahora colocada en el puesto 73. Como podemos apreciar, el “club de los exquisitos” en el IDH no lo es tanto. Solo un ejemplo más para corroborar lo que hablamos. Níger, que ocupa el lugar 189 de la lista según el método clásico con un IDH 0,394 (el de Noruega era 0,957), tendría un IDH ajustado de 0,989 si contásemos sus escasas presiones planetarias. Pero claro, no debemos concluir por eso que este país sea el paraíso terrenal; nunca debemos olvidar el resto de los indicadores (desigualdad, género, pobreza multidimensional, etc.) de los que hablábamos al principio. Por cierto, los últimos 12 puestos del listado son naciones africanas. ¿Qué pensarán sus habitantes de esto del IDH? ¿Cómo nos mirarán a nosotros al conocer las noticias que ahora vuelan? Acaso sea esta una de las lanzaderas de los trágicos movimientos migratorios de tantos jóvenes africanos.

Como vemos, los datos dan para mucho. Tanto mirarnos en el espejo de los nórdicos y resulta que son, como el resto de los países ricos, consumidores de un planeta que en justicia no es propiedad de nadie. Por todo esto, más justicia universal ya, para que el IDH refleje menos diferencias y no avoque su lectura a tantos lamentos. Aún le damos vueltas a aquello que se decía de que “el desarrollo desarrolla la desigualdad”, por si el argumento está explícito en el IDH 2019.

En la contraportada del informe se insiste en el grave efecto de la pandemia en todo esto; tanto que el mecanismo interactivo y progresivo representado en la portada se vería alterado. Volveremos sobre el tema; hasta el año 2030 hay mucho que hacer.

 

 

Miradas al planeta a flor de piel, con arte y emociones

En la entrada anterior nos preguntábamos por el estado de nuestro planeta, sobre si el mantenimiento de su entropía sin excesivos sobresaltos suponía beneficios para él o más para nosotros. Sobre esa cuestión acaba de publicarse una entrevista a la doctora María Neira, directora de Salud Pública y Medio Ambiente de la OMS. En ella, al hilo de la deforestación y su incidencia en la propagación de virus recientes, afirmaba que el planeta sobrevivirá a nuestros desmanes, pero que la especie humana se verá muy perjudicada por lo que provoca o incentiva. Quienes lo deseen pueden conocer con más detalle las claves que da la Doctora Neira para acometer la necesaria recuperación verde del planeta, en realidad la modificación de las prácticas humanas para mejorar la vida colectiva. No son quimeras, tienen bastante que ver con las necesidades de proteger nuestras vulnerabilidades.

Cada vez son más las personas, centros de investigación e instituciones que manifiestan lo mismo: lo que hagamos con el medioambiente global repercutirá en nuestra salud. Traemos aquí una manera de interpretarlo en donde se mezclan arte y emociones. Se trata del corto Cambio a flor de piel elaborado por el Instituto Pirenaico de Ecología del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), de la mano de Graja Producciones, para preguntarnos dónde estamos y hacia dónde vamos. Con sus mensajes hemos compuesto los nuestros, algunos pueden ser de todos, ahora mismo o dentro de poco. Se trata de transformar comportamientos para que todos ganemos en salud, y de paso mejorar la del planeta para que con ella se sientan más sanos quienes vendrán detrás.

El documental recoge miradas y mensajes sobre nuestra casa: el planeta. Vamos a seguir su relato para darnos cuenta de los detalles y emociones que transmite. Es la única casa que tenemos; en la anterior entrada ya comentábamos que no existe el planeta B. Nos ha cuidado pero está cambiando. Con nuestro calor y humo estamos elevando su temperatura, tanto que el planeta está en alerta pues ya calza otras huellas nuestras. Además el agua grita, nos dice que la tierra se seca a la vez que los mares no ven el reflejo de tiempos pasados. Siempre queda una memoria que recoge su pasado, está escrita en las páginas de su libro, prestas a ser leídas e interpretadas; un resumen escrito del confuso camino de la vida. El planeta tiene muchas bibliotecas por los lagos, la tierra o en las montañas. En el fondo de todo hay mensajes secretos escritos tanto en forma de minerales como de seres vivos. También luces visibles u ocultas en los bosques que fueron y no son; en estos nuestros ojos se sorprenden con las heridas de la tierra.

Pero hasta en el lago malherido, que recoge el eco de la montaña en su espejo, la vida rebrota en forma de diatomeas, piedras preciosas del agua las llama el documental. Por muchos sitios, el grito de las raíces hará renacer hierbas que buscan en el polen su vivencia nueva, extensible a muchos mundos. ¿Podrá el sonido remoto aullarnos hasta el respiro de la Tierra?, se pregunta, más bien deberíamos respondernos nosotros para levantarnos en su ayuda; es posible. Siempre queda abierto en cada mano el cuidado del paisaje global del planeta, esa piel que ahora lo cubre, matizada, más o menos embellecida con los colores de la vida. Conviene mirar el planeta desde las emociones que nos aportan visiones creativas como esta que nos proporciona la lírica construida por Graciela Gil-Romera, Alejandra Vicente de Vera y Penélope González Sampériz, entre otras personas.

(Prof. Gordon T. Taylor, Stony Brook University – corp2365, NOAA Corps Collection. Dominio Público)

O hacerlo de la mano de Wlath Whitman (1819-1892), del que se habló mucho en el bicentenario de su nacimiento, pues se resaltaba su reconocimiento de la naturaleza. Su exaltación no como algo independiente de nuestro destino, “sino como realidad en la que se proyectaba el yo, habitada por el yo, en última instancia, al servicio del yo; un yo tanto individual —el del poeta, el de cualquier persona individualmente considerada— como social”, se dice en el blog del poeta Eduardo Moga. En Yo soy el Poema de la Tierra, reeditado no hace mucho podemos acercarnos, a pesar del paso de los años, a una visión de la naturaleza en cierta manera inédita, o escasamente atendida, o quizás complementaria de la que tenemos ahora quienes flirteamos con esa idea que se llama ecologismo positivo.

Acaso valga mirar la tierra desde el espacio. Lo que National Geographic llama “un viaje épico en el que descubrir los procesos y fuerzas invisibles que sostienen la vida en nuestro planeta”, lo que algunos identificamos con la entropía hecha imágenes. Si se quiere plenas de estética o contradictorias, por las que viajan placeres y desastres, naturaleza y personas; parece saludable o peligroso, previsible o incierto, etc. En “La sal de la Tierra” se recoge una visión emocionada de la piel del planeta de Sebastiao Salgado, dibujada con trazos diversos. Está accesible en HBO y varias plataformas.

Para terminar esta entrada sobre el planeta, un pequeño fragmento que supone otro reto interpretativo, como los muchos que nos plantea el poeta Vicente Huidobro:

Y os digo que el planeta que atravesó la noche
No se reconoce al salir por el otro lado
Y mucho menos al entrar en el día
Pues ni siquiera recuerda cómo se llamaba
Ni quiénes eran sus padres
Dime ¿eres hijo de martín pescador
O eres nieto de una cigüeña tartamuda
O de aquella jirafa que vi en medio del desierto
Pastando ensimismada las yerbas de la luna
Algún día lo sabremos
Y morirás sin tu secreto
Y de tu tumba saldrá un arco-iris como un tranvía…

Al final de todo se trata de mirar al planeta para verlo. No solemos hacerlo a menudo, o no percibimos siempre el mismo. Porque, digan lo que digan, la Tierra se mueve (Galileo Galilei).

El planeta es como es; no le pidamos imposibles. Más bien ayudémosle

El planeta Tierra es algo multiforme. Cada cual lo percibe a su manera, según intereses concretos y saberes más o menos cultivados. Mafalda lo veía achacoso, le hacía muchas preguntas para resolver cuestiones para ella incomprensibles. El personaje de Quino no había caído en la cuenta, lo barruntaba pero nadie se lo había explicado, que la Tierra se encuentra en una entropía permanente, lo cual quiere decir si seguimos su etimología griega que cambia (evoluciona, se transforma) a cada instante; mídase con el reloj que se quiera. Quino, Mafalda, se ocupó de ella en muchas viñetas: le adhirió un cartel donde ponía irresponsables trabajando; le dio la vuelta colgada del polo Sur para imaginarla diferente; le colocó macetas con plantas al lado para hacerle la vida más placentera y restituirle un poco la masa vegetal perdida; también quiso embellecerla con cremas para darle otro aspecto a su ajada piel. En una ocasión le pidió que parase de girar porque ella quería bajarse del mundo. Incluso la imaginó tan enferma, después de escuchar las noticias en la televisión, que le puso el termómetro para ver si tenía calentura. En Pinterest hemos encontrado más de 400 viñetas de Quino.

La Tierra se expresa en momentos planetarios: nos proporcionan bienestar o no, a según quién más y a otros menos. Por ahí se dice que es un conjunto unitario –formado por una infinidad de seres vivos, relaciones, intereses y muchas más cosas geológicas y astronómicas-. Con tanta complejidad no puede ser perfecta cada día, al menos no tiene la prestancia que nosotros querríamos; escuchemos que la ciencia dice que su propiedad física es la entropía, de la que comentaremos algo más adelante. Si la miramos con un poco de reposo, cosa que ella no tiene, observamos que sus ritmos son diversos. Se diría que siempre va a su marcha. Por más que varias religiones, y culturas de diverso tipo, se empeñen en señalar al “Gran Hacedor” como regulador de todo lo que sucede, incluido el comportamiento planetario, la cosa no parece tan sencilla.

La entropía, que no es exactamente desorden, gusta en general menos que el orden. Este, no nos engañemos, no es una propiedad de las cosas de la naturaleza, y por extensión del planeta, sino una manera de percibirlo y clasificarlo por nuestras mentes. Sin embargo, la entropía planetaria y la vida interaccionan continuamente. Varias películas nos acercan a este multiforme escenario: Earth (Tierra- La película de nuestro planeta) o La Belle Verte, de la francesa Coline Serreau, que en España se tituló como Planeta Libre y que algunos calificaron como utopía. Sin olvidar otras muchas, como la archifamosa El planeta de los simios o aquella de animación La planète sauvage, premiada en Cannes ’73.

Dejémonos de ficciones, más o menos controladas, y fijémonos en uno de los desórdenes que ahora nos golpean: el cambio climático. Nos cuesta reconocer que no podemos conducirlo a nuestra conveniencia, que los científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés) nos dicen que la cosa va a ir a peor, sobre todo por nuestra persistente emisión de gases de efecto invernadero. A pesar de eso, algo deberemos hacer. Se dice que a mayor entropía mayor tendencia al caos, y eso ya hemos visto que nos afecta en la vida y en el mantenimiento de nuestras costas, ciudades y la sociedad en su conjunto. En el lado contrario, si somos gente eficiente con baja entropía podremos reducir un poco las incertidumbres. En la vida aparecen siempre caos y equilibrio, realidades y deseos, crecimiento económico y límites necesarios, naturaleza cambiante y sociedad expectante. Así más o menos lo vio Mafalda, aunque no identificaría con entropía.

Las entradas de este blog son un ejemplo de esa manía o estrategia de supervivencia, de querer arreglar todo. El modelo de entender el mundo que lanzó Ludwig von Bertalanffy con su Teoría General de Sistemas, y otra gente le dio muchas vueltas, puede ayudarnos a explorar la realidad y a dibujar el futuro, siempre imperfecto. Dado que los diferentes subsistemas del planeta están cada vez más interconectados, debemos ser conscientes de que lo que suceda en una de sus partes afecta a otras e incluso al sistema. No faltan regiones de ese conjunto que comparten características y finalidades comunes, que se retroalimentan; en ocasiones tienden a mantenerse estables y en otras puede más su tendencia al cambio. Puesto que no tenemos un planeta B, como nos recordó aquel que fue secretario General de la ONU y mucha gente lo asimiló enseguida, solamente nos queda tratar de desordenar lo menos posible el sitito donde vivimos; otros más prosaicos lo llaman dejar de ensuciar el nido. Hay que insistir en esta cuestión. Llamémosle egoísmo o simple supervivencia, pero por mucho que nos empeñemos en lo contrario, el quehacer colectivo debe adaptarse a sus cambiantes, y en ocasiones incomprensibles, ritmos climáticos.

Para colmo de nuestras incertidumbres, al planeta parece que le importa poco lo que nos suceda. Aquel lema de “Salvemos el planeta”, del que incluso se hizo eco Pocoyó y sus amigos en Rtve, tuvo tirón mediático pero poco más. Aquí nos movemos en un asunto crucial: cualquier episodio propio de las diversas entropías nos afectará antes o después. Si es una modificación brusca de los ámbitos que nos procuran recursos y bienestar: aire, agua y suelo, además de las biodiversidades, los efectos serán inmediatos, y seguramente graves. “No se trata de salvar el planeta, se trata de resguardar el bienestar humano”, hemos leído recientemente en una entrevista hecha a Christiana Figueres, hasta hace poco máxima responsable de la lucha contra el cambio climático en la ONU.

Quizás por eso, la sociedad global, la ONU la representa en cierta manera ha formulado los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) para el año 2030, como una manera de decirnos que nuestras tropelías se puedan reconducir. En la misma entrevista, Figueres recomienda que cada persona haga su plan para reducir sus emisiones a la mitad en ese año tan citado..

Necesitamos la consolidación de una moral planetaria, siendo conscientes de que mucha gente todavía no está dispuesta a renunciar a la entropía elevada en la que vivimos actualmente, impulsada por la rápida satisfacción de las necesidades materiales. Habría que empezar por limitar la economía destructiva, reducir buena parte de los residuos de todo tipo, pensar que progreso significa reducir las desigualdades sociales, entre otras metas urgentes. Sí, ya sabemos que, como diría Mafalda, hay más “problemólogos que solucionólogos” deambulando por la vida colectiva, pero qué le vamos a hacer. Aquí lo dejamos, totalmente abierto, desordenado y entrópico pero buscando una estrategia de ayuda al planeta que nos proteja de sus imposibles.

(PIXABAY)

 

Amenazas biodiversas, oportunidades pendientes

A estas alturas casi nadie deja de percibir la relación existente entre cambio climático y pérdida de biodiversidad. Bueno, a quien le da todo igual sí, pero para esa gente no escribimos estas líneas, ni creemos que le interesen. Biodiversidad es una palabra que suena bien, además guarda una bella idea. Una manera de acercarse a ella es combinar las amenazas a las que se enfrenta con las oportunidades que configura, o que lleva implícitas; sería más acertado decir yuxtaponer dada su aparente su oposición. Sin embargo, lo que podríamos calificar como antagonismos –dejar de ser o renacer- conviven en este caso en la cultura social. Quizás su nexo está en el cuidado de la vida, esperanza que hemos escuchado defender a Adela Cortina.

Decir biodiversidad es hablar de mucha vida diferente en lugares diversos. Más concretamente: espacios -ecosistemas que actúan como una misma unidad funcional- y especies. Si revisamos el pasado podemos comprobar que espacios y especies bandean lo mejor que pueden los empujones que les llegan. Si consiguen sobrevivir recuperan un ayer más o menos esplendoroso, o simplemente se escapan de la desaparición. Esto se llama supervivencia o, visto de otra forma, adaptaciones varias. Todos conocemos que el paso del tiempo ha cambiado innumerables veces la imagen global de biodiversidad que mostraba el planeta; seguro que enseguida nos vienen a la memoria los dinosaurios y otras extinciones espectaculares. En cualquier momento y lugar la biodiversidad exhibe una belleza que complace los ojos, a la vez asoma una vulnerabilidad creciente. Lo bello, que es el acuerdo entre el contenido y la forma en palabras del dramaturgo noruego del XIX Henrik Ibsen, es frágil. Al hilo de esto último, y pensando en la biodiversidad: ¿Qué querría decir Leonardo da Vinci con aquello de que cosa bella mortal pasa y no dura?

(Seobirdlife)

Pero también se puede mirar hacia el futuro. Simplificando bastante hablaríamos de que lo forman amenazas pendientes de las oportunidades biodiversas; no es un galimatías. Y ese es el asunto sobre el que queremos llamar la atención, porque algo se puede hacer para detener el desequilibrio que se adivina entre los platillos de la balanza que los pesa. No será fácil, pues incluso nos cuesta estar de acuerdo sobre lo que sucedió ayer. Por eso, hay más necesidad que nunca. Empecemos por el ahora mismo. Se admite que la pérdida de biodiversidad es creciente, que esa simplificación no es buena ni conveniente, tanto para la reciente/diferente naturaleza en su globalidad como por lo que nos afecta como usuarios de la biodiversidad, muy dependientes por cierto. No es la primera vez que hablamos en este blog, e intentamos comprender en su justa dimensión aquello que decía Víctor Hugo de que la necesaria civilización de hombre en relación con el hombre –suponemos que civilización equivaldría a convivencia civilizada adornada de bastante ética- debía completarse con la que la especie humana mantiene con la naturaleza y los animales varios. Queremos pensar que en la cabeza del escritor francés del XIX, cuyas obras ocupan un lugar importante en la literatura universal, el ámbito naturaleza incluía al resto de los seres vivos.

Pues bien, la biodiversidad está en serio peligro, a tenor de lo que aseguran diversas organizaciones. Para no dilatar la lectura vamos a acudir solamente a cuatro fuentes representativas de entre las muchas que se ocupan del asunto. Hemos elegido WWF (World Wildlife Fund), la FAO (Organización de las Naciones Unidas de la Alimentación y la Agricultura), Ecologistas en Acción y Greenpeace. De cada una de ellas vamos a rescatar alguna ideas convertida en alerta, para ver si lo que son amenazas lo podemos volver oportunidades con nuestro empeño. Después, quienes esto lean compondrán su pensamiento en relación con lo que ya sabían o mejor les parezca. La primera, en su informe Planeta vivo 2020, proporcionado por la Sociedad Zoológica de Londres (ZSL), alerta de la caída de un 68% en «21.000 poblaciones salvajes (de mamíferos, aves, peces, reptiles y anfibios) monitorizadas con la tecnología más avanzada  de todo el mundo, entre 1970 y 2016». Tan preocupados están en la WWF que demandan a los líderes mundiales un acuerdo global por la naturaleza y las personas que detenga el abuso actual con la naturaleza. Alerta de que el actual sistema alimentario es una de las causas principales de la pérdida de la diversidad. Propone tres acciones contundentes, simultáneas, para revertir la pérdida de biodiversidad: más esfuerzos de conservación, más producción sostenible, más consumo sostenible.

(Terraferida)

Por su parte, la FAO, con una mirada diferente, publicó hacia casi dos años El estado de la biodiversidad para la alimentación y la agricultura en el mundo, haciendo hincapié en que se detectan “pruebas crecientes y preocupantes de que la biodiversidad que sustenta nuestros sistemas alimentarios está desapareciendo, lo que pone en grave peligro el futuro de nuestros alimentos y medios de subsistencia, nuestra salud y medio ambiente”. En este caso, la biodiversidad incluye a todas las plantas y animales -silvestres y domésticas- de las cuales nos aprovechamos nosotros bien sea para nuestra alimentación, para la elaboración de piensos para los animales, incluso para utilizarlos como combustible o aprovechar sus fibras. Pero no se olvida de lo que llama biodiversidad asociada, esos miles de millones de organismos (insectos, murciélagos, aves, manglares, corales, praderas marinas, lombrices, hongos y bacterias que habitan en el suelo) que contribuyen a la producción alimentaria mediante lo que podríamos llamar servicios ecosistémicos. A resaltar unos cuantos datos del informe: menos de 200 especies de las 6.000 que se cultivan para obtener alimentos contribuyen de manera sustancial a la producción alimentaria mundial, y tan sólo nueve representan el 66 por ciento del total de la producción agrícola; aumentan las razas ganaderas en peligro de extinción y la proporción de poblaciones de peces que padecen sobrepesca -más de la mitad ha alcanzado su límite de explotación sostenible-; muchas de las especies silvestres también se encuentran gravemente amenazadas. El panorama que presenta la FAO no es bueno.

Ecologistas en Acción incluye en la cabecera de su web un reloj que marca la cuenta atrás para detener la pérdida de la biodiversidad: ceros por todas partes. Sus trabajos sobre el asunto hablan de que España fracasa en la meta para detener la pérdida, de las relaciones entre biodiversidad y cambio climático, de luces y sombras de la estrategia europea de la biodiversidad 2030, de la enorme y creciente tasa de extinción de los insectos. También de la biodiversidad y la salud humana con una atención especial a la protección que podría representar para detener futuras pandemias, entre otras miradas interesantes.

De Greenpeace vamos a rescatar su denuncia de los escasos resultados sobre la Cumbre de la Biodiversidad 2020 desarrollada a finales de septiembre del año pasado. Normal que la ONG quiera hacernos ver que los diferentes gobiernos de los diversos países no se han aplicado en los objetivos marcados en 2010 para frenar la pérdida de la biodiversidad. Quien quiera puede ampliar la mirada biodiversa en su página.

(GTRES)

No teníamos previsto hablar de ello para no hacer larga la entrada, pero ahí va un breve apunte sobre la publicación de la ONU Perspectiva Mundial sobre la Diversidad Biológica (5th Global Biodiversity Outlook), los cuatro  informes anteriores elaborados por la CBD (Convention on Biological Diversity) se pueden consultar en la misma página. Un par de detalles elocuentes: solo el 15% de los bosques del mundo permanecen intactos y sólo el 3% de los océanos del mundo están libres de la presión del ser humano. Añadía la ONU: “Los porqués están claros. El modelo industrial está extrayendo y destruyendo más que en cualquier otro momento de la historia de la humanidad. Las megacorporaciones no solo han basado su modelo de negocio en la quema de combustibles fósiles que destruyen el planeta, en incendiar bosques para despejar la tierra para la agroindustria y en saquear extensiones cada vez más profundas y remotas de los océanos, sino que también están contaminando nuestra política para debilitar la protección ambiental”. En fin.

Constatadas estas amenazas, dificultades, cabe diseñar otra sociedad de las oportunidades, también la biodiversidad lo merece. Ella o nosotros no, ella con nosotros; nos hacemos compañía y nos necesitamos. A veces miramos tanto la puerta cerrada de la amenaza que no vemos la luz que entra por la de la oportunidad. Mientras nos ponemos en marcha démosle alguna vuelta a aquello que decía Isaac Newton: la unidad es la variedad, y la variedad en la unidad es la ley suprema del universo. Claro que esto lo dijo a finales del siglo XVII y comienzos del XVIII. Habrá que pensar si sirve ahora, vistas como están las cosas por el mundo globalizado.

Por cierto, hablando de biodiversidad nunca debemos olvidar a Rachel Carson y su Primavera silenciosa, de cuya primera edición se van a cumplir pronto 60 años. Ella iluminó al ecologismo protector de la biodiversidad, entre otras cosas. Su luz todavía continúa encendida.

(CAM)