Tonifica hablar de las olas de calor en invierno

Calor es lo que hace o lo que siento; ¡He ahí la cuestión! Por mi parte, noto el calor que hace y añoro que la gente no lo perciba como yo, o lo disimule. Sentir es apreciar y en muchas ocasiones esta circunstancia, a la vez física y mental, transitoria si se quiere, va ligada a lamentar. Así pues, no siempre coincidimos con la gente conocida en el asunto del estado del aire en un día determinado, que nos afecta según y cómo. Es una cuestión que cada cual la ve de una manera; a no ser que la cultura meteorológica se haya viralizado, que parece que no lo es por el momento. Para comprobar si sí o no, solamente deben estar atentos a las multiconexiones que las cadenas televisivas hacen con sus corresponsales en los distintos territorios para hablar del tiempo, limitado a una anécdota de un día concreto en un momento preciso con un fin determinado: casi nada de nada. Así no hay manera.

Digamos sin ambages que el tiempo meteorológico real, definido por una serie de variables que son comunes en todo el mundo científico, como se encarga de recordarnos a menudo la OMM (Organización Meteorológica Mundial), no logra escaparse de la subjetividad. Incluso en el apartado del calor del aire, ese del que entendemos mejor algunos datos incuestionables  traducidos a temperaturas. ¿Tendrán la culpa los termómetros de ambiente instalados en las ciudades?, pues casi nunca marcan lo mismo que el vecino, debido sin duda a problemas de sensibilidad en el aparataje o por el lugar donde están ubicados.

Se preguntarán por qué hablar del calor en este enero invernal, máxime cuando en celebraciones familiares se han debido ventilar tanto las estancias, pasar frío, para evitar la transmisión del coronavirus. Habrá gente que lo considerará un entretenimiento absurdo. Pero no. Todo viene a cuento porque hay que enterarse de cómo está cambiando el clima global; y el aumento de la temperatura es uno de los más certeros indicadores.

(GTRES)

Para centrar el tema no sirve con que el móvil se lo diga y les adelante previsiones. Es mejor entrar en la web de la Aemet (Agencia Estatal de Meteorología). De tal forma se ha renovado, ofrece tantas entradas de interés, que no está de más dedicarle un tiempo, no decimos cada día pero casi. Así centraríamos nuestra subjetividad y podríamos hablar con propiedad y no confundir tiempo y clima, desviación que es más común de lo que debería. Para comprobar esto último solamente hay que prestar atención a lo que se dice en los medios de comunicación, en parte en las conexiones con esas corresponsalías de las que hemos hablado antes. Volvamos a la Aemet pues nos facilita el conocimiento de varios parámetros del tiempo real, con datos muy recientes, en muchas estaciones distribuidas por toda España, quizás una donde usted tiene su residencia. Distingue entre observación y predicciones por localidades. Temperaturas, precipitaciones, viento o presión atmosférica son los más visibles compañeros (condicionantes) de la vida cotidiana; cambian a menudo y conforman lo que cualquiera debe entender como tiempo, al margen de la subjetividad de cada uno; eso sí, referido a un periodo corto en un lugar determinado. En ese territorio, tanto la naturaleza como las personas se ven influenciadas a menudo por el ritmo de las variables meteorológicas, del tiempo que duran los distintos tiempos.

Recientemente, la Aemet recogía que las olas de calor en España se habían duplicado en la última década, que durante el decenio 2001-2020 casi se han duplicado las olas de calor, la misma progresión se ha medido en los días al año con episodios extremos en relación a décadas anteriores. En 2020, los cinco primeros meses han sido los más cálidos desde que hay registros para llegar a un verano que había supuesto el de mayor estrés térmico en el sur peninsular, que a la vez fue el sexto año consecutivo en el que se dieron temperaturas extremas más altas de lo normal; en él se produjeron dos olas de calor. Otra: nueve de los diez veranos más cálidos desde 1965 han tenido lugar en el siglo XXI. La agencia destaca que el fenómeno del aumento de las temperaturas, como el cambio climático, afecta también a Europa. Claro, nos vivimos en un escenario global, del que pocos países todavía se salvan. Ya no consuela aquella greguería de Gómez de la Serna que decía que “El ventilador afeita la barba al calor”

(EUROPA PRESS)

Quienes sigan los medios de comunicación de España o internacionales se habrán sorprendido de titulares que hablan en términos inquietantes sobre las olas de calor: mientras que en la última década se han medido en España 79 récords de temperaturas bajas, en alguna estación se han recogido 1.430 de temperaturas altas nunca vistas en determinada estación; noviembre de 2020 ha sido el más cálido de la última década en el mundo, según The Copernicus Climate Change Service de la UE; el hemisferio norte ha registrado el verano más cálido de la historia; el Valle de la Muerte (California) batió este verano el récord de temperatura máxima (55 ºC) en el planeta desde que hay registros fiables los 38 ºC, en realidad desde 1931; en Siberia, se ha dado el récord en las espacios del Círculo Polar Ártico. Seguro que los estamos apabullando, pero es que hay gente que no cree lo de las olas de calor. A estos les diremos además que la OMM (Organización Meteorológica Mundial) asegura que el Ártico se está calentando a aproximadamente el doble del promedio mundial. Y así podríamos llenar líneas y líneas con datos, registros e informaciones que justificar que el cambio climático, en sus múltiples manifestaciones, fuese un eje central en las políticas activas de los gobiernos, que por lo que se ve también están impregnados de subjetividad atmosférica; y eso que ya no vocifera el señor Trump sobre el asunto.

Pero hay que insistir en el aumento de las temperaturas. Nada mejor que acudir a Global Climate Change . Localice su localidad o cualquiera que interese en el mapa interactivo que proporciona, para enterarse de cuánto se ha incrementado allí la temperatura en los últimos años. Una vez hecha la búsqueda, además de la cantidad, se detalla un «saber más». Allí se ve por años cómo ha ido evolucionando desde 1960 a 2018; se pueden adivinar tendencias consolidadas e imaginar las razones para que sucediera tal cosa.

Pero ojo, detrás de lo cuantitativo, por ejemplo los 1,9 ºC que se ha incrementado tanto en una localidad tradicionalmente cálida (Leciñena, zona semidesértica de Los Monegros, en la España desalojada de gente pero rica en biodiversidad) como en otra que siempre había sido muy fría (Helsinki, en Finlandia, con unos 660.000 habitantes, con otra biodiversidad), está lo cualitativo. Si se animan a viajar por el mapa, es un disfrute, puede averiguar si los mayores aumentos se dan más al norte o al sur de la UE, al este que al oeste, o no hay una secuencia uniforme; si los gráficos de varias localizaciones muestran las mismas tendencias, etc.

Si alguien todavía duda del aumento global de las temperaturas no tiene más que visitar Temperature anomalies by country, en donde se muestran mediante círculos, tamaños y colores (el frío azul al cálido rojo) la evolución (anomalías) de las temperaturas medias en muchos países entre 1880 y 2017. Claro que tras un año de aumento puede venir otro de disminución, pero lo que es importante es fijarse en tendencias consolidadas. Especial atención a lo que sucede, se generaliza, a partir de los años 80 del siglo pasado. Se pueden establecer relaciones con lo que se había visto en Global Climate Change o comparar con este otro sitio de la NASA.

En fin, que las olas de calor han venido para quedarse, a no ser que el tiempo lo remedie. A este paso formarán mares; nos tonificarán algo los días más crudos de invierno pero luego… ¿Dónde y cómo nos pillarán? Alerta máxima en el año 2030, si no quieren sufrir desperfectos varios.

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