El reloj climático de los glaciares de los Pirineos se adelanta

De los muchos indicadores que los especialistas tienen en cuenta para estudiar las variaciones climáticas y su persistencia se encuentran los hielos permanentes. Lo hacen en tierras lejanas, habitualmente muy frías como son las zonas polares. Pero también se fijan, y mucho, en la variabilidad de los glaciares que todavía resisten en las grandes montañas. No hace falta irse al Kilimanjaro, del que diversas investigaciones científicas aseguran que perderá en unos años sus nieves perpetuas que se han mantenido casi 12.000 años, para comprobar que el clima global está cambiado a más cálido. Y claro, no solo es grave la desglaciación que se observa por todo el mundo, sino al ritmo que se está produciendo. Por el verano de 2019, National Geographic lanzó un SOS por la alarmante reducción de los glaciares del Himalaya en los últimos 40 años, que cifraba en unos 45 cm verticales al año entre 2000 y 2016, el doble de lo que lo hacía durante los 25 años anteriores.

Vista aérea de la cordillera del Himalaya, con el monte Everest. (GTRES)

Qué decir del Perito Moreno, del que muchos científicos temen que no falte mucho tiempo para que nadie viaje para ver sus estruendosas demoliciones. Emplazado en el Parque Nacional de los Glaciares, allá por los Andes australes argentinos, enclave para el que se deberá pensar en un nombre nuevo pues pronto apenas albergará alguna masa permanente de hielos fósiles.

El glaciar Perito Moreno es una gruesa masa de hielo ubicada en el departamento Lago Argentino de la provincia de Santa Cruz. (GTRES)

Mucho más cerca de nosotros, en los Pirineos, las cosas no van mejor. Una reciente investigación pronostica que en unas pocas décadas perderán unas de sus cualidades definitorias: ser los guardianes del tiempo pasado, de cuando las glaciaciones dominaban una buena parte de Europa. Los trabajos llevados a cabo por varias universidades españolas y el IPE (Instituto Pirenaico de Ecología) han constatado que desde 1850, cuando se contabilizaban 52 glaciares pirenaicos que suponían una superficie de más de 2.000 ha, han mermado hasta ser solo 19 masas heladas y ocupar unas 250 ha. En una reunión científica de hace unos días, el investigador López Moreno daba cuenta de un seguimiento de su equipo que podría afirmar que en 2020 apenas sobrepasaban las 200 ha, habían perdido un 13% en cuatro años. De los que existieron en tiempos en otros lugares elevados de grandes montañas de España solamente quedan fotografías antiguas.

Como las alertas ya vienen de antiguo, hace unas décadas se elaboró un Plan Rector de Uso y Gestión de los Monumentos Naturales de los Glaciares Pirenaicos, protegidos desde 1990. Pero la ciencia experta considera casi imposible proteger, a pesar de las restricciones de ocupación ya dictadas, dado que para salvarlos del todo haría falta cambiar el clima. Por eso, proponen acciones para remarcar su interés para la sociedad, que los valore más y quizás encamine sus prácticas diarias a mitigar el cambio climático. Podían utilizarse como icono en la sensibilización colectiva.

La desaparición de los glaciares pirenaicos ha llevado aparejada la formación de pequeños lagos de alta montaña –allí los llaman ibones-. Bastantes ni siquiera tienen nombre todavía. Estos “lagos bebés” como los llaman los científicos son laboratorios magníficos para estudiar la vida más simple conocida (fitoplancton, zooplancton o primeras algas). Pero además, guardan restos de la contaminación atmosférica de los últimos 3.000 años en el sur de Europa, porque las partículas expandidas por el aire viajan muy lejos con los vientos, según una investigación liderada del CSIC (Consejo Superior de Investigaciones Científicas), en la que también han participado el Ciemat (Centro de Investigaciones Energéticas, Medioambientales y Tecnológicas) y el IGME (Instituto Geológico y Minero de España). Por eso, los científicos reclaman la consideración de estos ibones como depositorios de ciencia y lugares de contemplación, excluyendo su uso como lugares de recreo. De otra forma, se habrá perdido una rica secuencia geológica y de vida.

Pirineos De Huesca. (EUROPA PRESS)

Convendría leer La biblioteca del hielo de la poeta escocesa Nancy Canmpbell en donde expresa su visión de la relación del ser humano con el misterio de lo glacial. Ella misma aconseja leer rápido porque la contemplación no estará ahí para siempre. Para la gente más pequeña puede servir la serie de películas Ice Age, (La Edad del hielo), van ya varias, en donde se palpan metáforas y se adivinan realidades de lo que puede ser la desaparición de las masas heladas. Merece la pena verlas y comentarlas en familia. Acaso plantear preguntas sobre las necesidades migratorias y otras aventuras que la humanidad tiene planteadas como colectivo.

Definitivamente, los relojes glaciares adelantan que es una barbaridad. Mal asunto. Su maquinaria depende de la temperatura global, cuanto más crezca esta más rápido se atascarán sus complejos mecanismos o estallarán, atropellados por la energía desbocada. Nos resistimos a creer que la sociedad en su conjunto no encuentre alternativas para mitigar el cambio climático que provoca; ni siquiera a partir de la valoración de la belleza de lo extraordinario.

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