El clima ha sido siempre impulsor de migraciones, pero no con estas dimensiones

Las migraciones humanas debidas a graves vicisitudes climáticas no son cosa de ahora. Remontándonos muy lejos en el tiempo, no es descabellado pensar que una tremenda transgresión climática ocurrida hace unos 70.000 o 60.000 años empujó desde el Cuerno de África, algo así como un ‘Sahara verde’, a nuestros ancestros. Parece ser que una brusca y prolongada sequía los trajo a Eurasia, con todo lo que eso ha significado en el devenir posterior de los distintos pueblos y civilizaciones que han ido construyendo nuestra historia.

Pero la cosa migratoria climática no acabó ahí. Algunos historiadores afirman que la concentración de la población en el valle del Nilo y en Mesopotamia se debía en realidad a la huida climática de ciertas poblaciones de los áridos territorios más o menos cercanos, ante la merma de sus pastizales. Y el clima y las migraciones nos dicen más cosas. Los temidos hunos y otros pueblos germanos se desplazarían en masa allá por el siglo IV desde sus territorios, crecientemente áridos y sometidos a muy bajas temperaturas, hacia el oeste para ocupar los territorios bañados por el Volga y el Rin, con lo cual cambiaron la existencia del Imperio Romano. Jules E. Delaunay (siglo XIX) los pintó fieros cuando Atila se dirigía en el año 450 a la conquista de París; el cuadro se conserva en el Panteón de la capital francesa. Si bien parece que los hunos modificarían algo su estrategia cuando el papa León I, llamado el Grande, convenció a Atila de que debía acabar con la tropelía de querer arrasar Roma. Nos ha quedado una recreación de la escena del encuentro de ambos en el año 452 cerca del río Mincio, en un reconocido cuadro que Rafael Sanzio pintaría hacia 1513 y que se conserva en la actualidad en el Vaticano.

Aun hay más. No falta quien sostiene que los árabes se expandieron por la cuenca mediterránea en el siglo VIII para encontrar alivio a sus penurias climáticas, principalmente la sequía de entonces. Qué decir de las recurrentes migraciones de las últimas décadas en el Sahel, el territorio árido que expulsa periódicamente a mucha gente, debido sin duda a las buenas o malas cosechas. Algo de que el clima en el actual Sahara –sería hace 10.000 una sabana arbolada pero parece que su clima oscila entre seco y húmedo cada 20.000 años– ha cambiado lo testifican pinturas rupestres, como las encontradas en Tassili n’Ajjer que reproducen floras y faunas (elefantes y jirafas) de ambientes mucho más húmedos que el actual. Sea como fuere, lo dejamos aquí y nos centramos en el pasado reciente para entender el presente y adivinar, ¡qué difícil es predecir!, el futuro.

El problema conocido, y no por eso atendido, es el de siempre: el cambio climático. Pero como ahora somos muchos y vivimos de otra forma ya no es solamente un impulsor de desplazamientos más o menos forzados, sino un cogenerador de una emergencia global; además su dimensión se extiende. La gente huye de situaciones extremas. Hay quien discute sobre si esos migrantes merecen ser llamados desplazados –voluntarios o involuntarios pero muchas veces dentro de su país- o no, con todo que comporta esta figura en el contexto humanitario. No es baladí la catalogación como se expresa en el portal Migraciones climáticas. Pues en este fenómeno tan complejo no solo actúan causas climáticas sino otras como conflictos armados, acaparamientos de tierras, desigualdades, falta de derechos, etc. Llegan a una ciudad concreta o país determinado, que dispone de ayudas o no, según y cómo y para quién. Vendría bien conocer qué parte de incidencia tienen unos u otros factores anteriormente señalados en esas “caravanas de migrantes” como la que se formó hace un año en América –desde Panamá a México especialmente- con destino Estados Unidos o la que fluye de manera continuada desde África –Etiopía, Somalia, Sudán, entre otros- y Asia –Afganistán, Siria, etc.- hacia la Unión Europea. En cualquier caso, seguro que quienes llegan serán demandantes de ayuda.

(OIM)

Pero no debemos olvidar que no siempre las migraciones suponen salir del país. A veces, la falta de sustentos para la vida en las zonas rurales, bastantes ligadas a alteraciones meteorológicas y climáticas, empujan movimientos de población considerables hacia las ciudades grandes, lo cual ocasiona tremendas repercusiones sociales y de habitabilidad. El hecho es que cada vez más personas migran/se ven desplazadas por cuestiones ambientales. La urgente necesidad de abandonar el hogar propio la demuestra una y otra vez el IDMC (Internal Displacement Monitoring Center, por sus siglas en inglés) con datos. Según la última cifra que proporciona en su Web supone solo en 2019 50,8 millones. Dado que el IDMC proporciona detallada información por países, miren el suyo o alguno que les interese de forma especial; los datos vienen separados por conflictos y violencia o por desastres.

Las cifras actuales asustan, se miren por dónde se miren. Copiamos textualmente lo que dice el 20 de octubre de 2020 el Portal de Datos Mundiales sobre la Migración: en 2019, casi 2.000 desastres desencadenaron 24,9 millones de nuevos desplazamientos en 140 países y territorios; esta es la cifra más alta registrada desde 2012 y el triple del número de desplazamientos causados por conflictos y violencia. De ellos, 18,8 millones de personas fueron nuevos desplazados en su propio territorio -135 países se vieron afectados en mayor o menor medida- en el contexto de desastres repentinos. La mayoría de los desplazamientos debidos a desastres se debieron a tormentas tropicales y lluvias monzónicas en el Asia meridional y el Asia oriental y el Pacífico. De todos ellos, 17 millones se concentraron en La India (5 millones), Filipinas (4,1 millones), Bangladesh (4,1 millones) y China (4 millones).

Con todo, hay que subrayar que no solo los episodios repentinos meteorológicos son generadores de estos movimientos sociales. Los procesos de evolución lenta, como las sequías o la subida del nivel del mar, también están influyendo cada vez más en la movilidad de las personas en todo el mundo. Se necesitarían datos más fiables, parece que los que existen no están elaborados con los mismos criterios en los distintos países. Sin embargo hay una cosa clara: si se produce una subida generalizada del nivel de mar, más o menos importante en 30 años, muchas zonas costeras sufrirán efectos físicos y los consiguientes desplazamientos de personas. No solo hablamos de esas pequeñas islas del Pacífico, sino de las zonas costeras de todo el mundo, incluidas muchas de Europa y la península Ibérica. Miremos hacia Cádiz, Mar Menor, el Nervión en muchos kilómetros hasta Bilbao, todo el Coto de Doñana con poblaciones limítrofes, zonas de Levante, etc. Después de todo lo dicho, quienes deseen tener una visión completa deben acudir a diversas fuentes, como puede ser ACNUR, que merece un apoyo más contundente por parte de gobiernos y particulares. Por cierto, nuevos tiempos exigen políticas diferentes. ¡Cuántas veces se dice y cae en baldío! Si la cosa sigue como ahora los desplazamientos o migraciones climáticas no los para ni un “milagro papal”.

Vista aérea del Mar Menor (AYTO DE CARTAGENA)

Otro papa, el actual Francisco hace una lectura bastante diferente de los migrantes/desplazados por cuestiones climáticas; se supone que León el Grande no estaría muy preocupado por esas contingencias. Claro que no se pueden comparar los hunos con la gente que en estos momentos busca simplemente vivir, disfrutar de un derecho humano que por ahora se le niega. El papa Francisco publicó hace unos 5 años Laudato sí, sobre el cuidado de la casa común, en donde apuesta por detener el deterioro ambiental y más cosas susceptibles de consideración y debate reflexivo; por supuesto que no se olvida del cambio climático y de los deterioros en la vida de los afectados. No me imagino cómo pintarían Rafael o Delauny a ambos papas en ese menester de enfrentar el problema actual de los desplazados.

Tras la lectura del artículo alguien se preguntará de qué manera puede colaborar en reducir las cifras, si eso es posible. Cabe proponer la revisión de acciones sencillas como las que cada día llevamos a cabo y tienen incidencia en el cambio climático global. Seguro que de todas podemos reducir un poco, o mucho, su impacto ambiental. A partir de ahí, invitar a que muchas personas hagan lo mismo.

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