«Quo vadis Mare Nostrum?»

El latín actuó de aglutinante en ese mar por el cual fluyó la cultura, el arte y la ciencia durante tanto tiempo. El comercio no se inventó en sus olas pero casi, pues desde los fenicios se regularon bastantes relaciones. Los griegos desempeñaron una función principal en sus rutas allanando el camino a los romanos. Los barcos relacionaban el Próximo Oriente con los confines de la tierra, marcados entonces en Iberia o Hispania, se puede elegir el nombre. En aquellas épocas de cultura clásica era un Mediterráneo vivo en sus aguas, la biodiversidad no interesaba apenas por aquellos tiempos si exceptuamos algunos sabios griegos o romanos como Estrabón –el gran viajero geógrafo-, Tales de Mileto o Anaxímenes, por nombrar solo a algunos. ¡Qué decir del periplo de Jasón y los Argonautas!

Medea, obra de Anselm Feuerbach (1870)

También, por qué no decirlo, por allí navegaron los conflictos, los saqueos materiales y la lacra social que es la esclavitud. En fin, que ingenios de guerra surcaron una y otra vez sus aguas, enfrentando a casi todos con todos, en especial a los imperios del este con los del oeste. Porque todos países o ciudades estado querían que el Mediterráneo fuese muy “suum”, y de nadie más, también quienes impulsaban las rutas comerciales, fuesen venecianos o turcos. Pero mejor dejamos la historia y que cada cual amplíe sus conocimientos.

El título del artículo tiene mucho de interrogación, lo es en sí mismo. Hay quien vincula la frase con la tradición cristiana, allá por el siglo I. Han transcurrido dos mil años desde entonces y tiene plena vigencia en su atribuido significado de despiste, además de asombro y perplejidad por el devenir colectivo. De algo de esto, con matices, hablaron las películas que con similar interrogante latina, Quo vadis?,  hicieron furor en el siglo pasado. La de 1951 estaba basada en la novela homónima publicada en 1896 por Henryk Sienkiewicz, Premio Nobel de Literatura en 1905. Estaba plagada de estrellas cinematográficas de aquel momento. Por sus escenas circulan intrigas, destrucciones y muchas más tropelías de la condición humana, plasmada especialmente en la gente que tenía el poder.

Tras todas sus vicisitudes, parece que es más acertado el nombre actual Mediterráneo, del latín medius terraQuizás no lamentaríamos tanto el estado en el que se encuentra si sus ribereños lo hubiesen sentido como un mar que está entre tierras y las une. En estos momentos parece un vertedero de intrigas, de residuos y de huídas hacia el norte europeo de aquellos a los que se les niegan la vida en el sur africano o asiático. ¿Lo verían así los comerciantes fenicios? Qué querría decirnos aquel pirata de José de Espronceda que en su canción afirma que es su barco su tesoro, su dios la libertad, su ley la fuerza y el viento, y su única patria la mar.

El mar, la mar, agua que queda cerca y lejana para aquellos marineros de tierra de los que hablaba Alberti, a pesar de sus marejadas que en sueños tiran del corazón. Si la masa de agua supiera hablar contaría que se ve agobiada con tantos interrogantes que le preguntan: ¿A dónde vas, Mediterráneo? Al menos eso escuchan quienes agrupados en ONG más o menos grandes como Save Posidonia Project, Save the Med, Ghost Fising o Asociación Tursiops, por citar solo algunos ejemplos, intentan protegerlo. También aquella iniciativa de Menos plástico, más Mediterráneo de Greenpeace.

Todo este preámbulo, que esperamos no haya cansado a quienes nos leen, viene a cuento de que el Mediterráneo afronta actualmente daños ambientales irreversibles, algunos provocados desde España. Así se afirma en el Informe Especial sobre Océanos y Criosfera en un Clima Cambiante del IPCC. En él se alerta de la vulnerabilidad de las zonas costeras españolas, con embates meteorológicos desconocidos, además de pérdidas de costas y previsibles aumentos del nivel del mar. ¡Qué decir de la intrusión salina y del declive del sector pesquero por efecto de la sobrepesca y productos contaminantes! Los humedales costeros están amenazados tanto en el Mar Menor, l’Albufera de Valencia o el delta del Ebro, las praderas de posidonia sufren reducción de superficies conquistadas y peligros alarmantes.

No nos olvidamos de la basura que los países ribereños vierten a “su” Mediterráneo. Afirma la ONU que cada día pueden llegar a nuestro mar entre tierras más de 700 toneladas procedentes en primer lugar de Turquía, España, Egipto o Francia. Al final sería unos 180 millones de toneladas de residuos al año, unos dos quilos por persona y día, año tras año. El vertedero mediterráneo recibe plásticos de tamaños diversos, colillas de cigarrillos, además de millones de toneladas de fertilizantes usados en la agricultura y otros vertidos de derivados del petróleo. Así no hay quien viva, no solo la menguada biodiversidad, tampoco los turistas que le están dando golpe tras golpe.

En fin, no vamos a hacer más abultada nuestra denuncia en forma de interrogante, que debería incluir una alerta sobre los riesgos del cambio climático. Haría falta para devolverle algo de lo perdido un comprometido Mediterranean Green Deal por parte de  la UE. En este punto, sin haberlo previsto, nos suena el Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. De Algeciras a Estambul, a fuerza de desventuras su alma es profunda y oscura; a veces se parece a una mujer perfumadita de brea, que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme.

María en la playa de Biarritz, de Joaquín Sorolla (1906)

A pesar de todo, qué le vamos a hacer: es de sí mismo y a la vez bastante nuestro, de todos, este Mediterráneo y el que venga. Si nos apetece verlo luminoso solamente tenemos que admirar los cuadros de Joaquín Sorolla; pero también merece la pena conocer variados matices mediterráneos en Monet, Renoir, Pisarro, Signac, Chagall y otros maestros de la pintura de finales del XIX y principios del XX. Quizás eso nos anime a luchar por él, a trazar entre todos un camino sin tantos interrogantes.

Niños jugando en la playa, Kroyer (1892).

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