Archivo de octubre, 2020

«Quo vadis Mare Nostrum?»

El latín actuó de aglutinante en ese mar por el cual fluyó la cultura, el arte y la ciencia durante tanto tiempo. El comercio no se inventó en sus olas pero casi, pues desde los fenicios se regularon bastantes relaciones. Los griegos desempeñaron una función principal en sus rutas allanando el camino a los romanos. Los barcos relacionaban el Próximo Oriente con los confines de la tierra, marcados entonces en Iberia o Hispania, se puede elegir el nombre. En aquellas épocas de cultura clásica era un Mediterráneo vivo en sus aguas, la biodiversidad no interesaba apenas por aquellos tiempos si exceptuamos algunos sabios griegos o romanos como Estrabón –el gran viajero geógrafo-, Tales de Mileto o Anaxímenes, por nombrar solo a algunos. ¡Qué decir del periplo de Jasón y los Argonautas!

Medea, obra de Anselm Feuerbach (1870)

También, por qué no decirlo, por allí navegaron los conflictos, los saqueos materiales y la lacra social que es la esclavitud. En fin, que ingenios de guerra surcaron una y otra vez sus aguas, enfrentando a casi todos con todos, en especial a los imperios del este con los del oeste. Porque todos países o ciudades estado querían que el Mediterráneo fuese muy “suum”, y de nadie más, también quienes impulsaban las rutas comerciales, fuesen venecianos o turcos. Pero mejor dejamos la historia y que cada cual amplíe sus conocimientos.

El título del artículo tiene mucho de interrogación, lo es en sí mismo. Hay quien vincula la frase con la tradición cristiana, allá por el siglo I. Han transcurrido dos mil años desde entonces y tiene plena vigencia en su atribuido significado de despiste, además de asombro y perplejidad por el devenir colectivo. De algo de esto, con matices, hablaron las películas que con similar interrogante latina, Quo vadis?,  hicieron furor en el siglo pasado. La de 1951 estaba basada en la novela homónima publicada en 1896 por Henryk Sienkiewicz, Premio Nobel de Literatura en 1905. Estaba plagada de estrellas cinematográficas de aquel momento. Por sus escenas circulan intrigas, destrucciones y muchas más tropelías de la condición humana, plasmada especialmente en la gente que tenía el poder.

Tras todas sus vicisitudes, parece que es más acertado el nombre actual Mediterráneo, del latín medius terraQuizás no lamentaríamos tanto el estado en el que se encuentra si sus ribereños lo hubiesen sentido como un mar que está entre tierras y las une. En estos momentos parece un vertedero de intrigas, de residuos y de huídas hacia el norte europeo de aquellos a los que se les niegan la vida en el sur africano o asiático. ¿Lo verían así los comerciantes fenicios? Qué querría decirnos aquel pirata de José de Espronceda que en su canción afirma que es su barco su tesoro, su dios la libertad, su ley la fuerza y el viento, y su única patria la mar.

El mar, la mar, agua que queda cerca y lejana para aquellos marineros de tierra de los que hablaba Alberti, a pesar de sus marejadas que en sueños tiran del corazón. Si la masa de agua supiera hablar contaría que se ve agobiada con tantos interrogantes que le preguntan: ¿A dónde vas, Mediterráneo? Al menos eso escuchan quienes agrupados en ONG más o menos grandes como Save Posidonia Project, Save the Med, Ghost Fising o Asociación Tursiops, por citar solo algunos ejemplos, intentan protegerlo. También aquella iniciativa de Menos plástico, más Mediterráneo de Greenpeace.

Todo este preámbulo, que esperamos no haya cansado a quienes nos leen, viene a cuento de que el Mediterráneo afronta actualmente daños ambientales irreversibles, algunos provocados desde España. Así se afirma en el Informe Especial sobre Océanos y Criosfera en un Clima Cambiante del IPCC. En él se alerta de la vulnerabilidad de las zonas costeras españolas, con embates meteorológicos desconocidos, además de pérdidas de costas y previsibles aumentos del nivel del mar. ¡Qué decir de la intrusión salina y del declive del sector pesquero por efecto de la sobrepesca y productos contaminantes! Los humedales costeros están amenazados tanto en el Mar Menor, l’Albufera de Valencia o el delta del Ebro, las praderas de posidonia sufren reducción de superficies conquistadas y peligros alarmantes.

No nos olvidamos de la basura que los países ribereños vierten a “su” Mediterráneo. Afirma la ONU que cada día pueden llegar a nuestro mar entre tierras más de 700 toneladas procedentes en primer lugar de Turquía, España, Egipto o Francia. Al final sería unos 180 millones de toneladas de residuos al año, unos dos quilos por persona y día, año tras año. El vertedero mediterráneo recibe plásticos de tamaños diversos, colillas de cigarrillos, además de millones de toneladas de fertilizantes usados en la agricultura y otros vertidos de derivados del petróleo. Así no hay quien viva, no solo la menguada biodiversidad, tampoco los turistas que le están dando golpe tras golpe.

En fin, no vamos a hacer más abultada nuestra denuncia en forma de interrogante, que debería incluir una alerta sobre los riesgos del cambio climático. Haría falta para devolverle algo de lo perdido un comprometido Mediterranean Green Deal por parte de  la UE. En este punto, sin haberlo previsto, nos suena el Mediterráneo de Joan Manuel Serrat. De Algeciras a Estambul, a fuerza de desventuras su alma es profunda y oscura; a veces se parece a una mujer perfumadita de brea, que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme.

María en la playa de Biarritz, de Joaquín Sorolla (1906)

A pesar de todo, qué le vamos a hacer: es de sí mismo y a la vez bastante nuestro, de todos, este Mediterráneo y el que venga. Si nos apetece verlo luminoso solamente tenemos que admirar los cuadros de Joaquín Sorolla; pero también merece la pena conocer variados matices mediterráneos en Monet, Renoir, Pisarro, Signac, Chagall y otros maestros de la pintura de finales del XIX y principios del XX. Quizás eso nos anime a luchar por él, a trazar entre todos un camino sin tantos interrogantes.

Niños jugando en la playa, Kroyer (1892).

La Amazonia, mitos del pasado con realidades de futuro en peligro

América latina es leyenda múltiple, plena de mitos y relatos cruzados, que parten tanto del este atlántico como del oeste. Unos sobrevivieron a pesar de todo; otros se los llevó el tiempo y sus vientos hacia no se sabe dónde. Amazonia es estampa idílica y fábula compuesta. Imagen admirada hoy en día, justamente reconocida con un pasado mezcla de realidad y alegoría, y un futuro algo o bastante comprometido.

Una mujer limpia una cacerola en Kitamaronkani, en el distrito amazónico de Pichari (Perú). La mujer forma parte de la comunidad de Ashaninka, que es la principal tribu de la Amazonia peruana. (GTRES)

En ella hay hitos que deslumbran hacia cuya búsqueda partieron muchas expediciones. ¿Quién no ha escuchado alguna vez la palabra potosí, riqueza extraordinaria, de la cual hasta se hizo eco Cervantes con aquel «vales un potosí»? Todo viene de ese Cerro Rico del Potosí boliviano -cofre de metales preciosos, no muy lejano de lago Poopó, de la ciudad de Sucre y de la Amazonia- que tantas riquezas aportó a la corona española, y tan menguadas quedaron para sus vecinos. ¿Acaso se trataba de El Dorado? Esa fantasía persistente de la Amazonia de la que hablaban una y otra vez los conquistadores españoles de antaño.  Podría ser un enclave antiguo que según recientes exploraciones, a las que parece que guió un manuscrito del siglo XVI localizado en el archivo romano de la Compañía de Jesús. Se localizaría en la actual ciudad peruana de Paititi, en las ocultas profundidades de la selva amazónica. Pero El Dorado como leyenda áurica estaba en la mente y en la intención de los muchos avariciosos. Todo suena a mito, leyenda, extrañas circunstancias, peleas y ritos. Así lo han retratado películas varias, como la que con el mismo nombre dirigió Carlos Saura en 1988 u Oro de Agustín Díaz Yanes en 2017, por citar solo dos ejemplos que tuvieron mucho éxito en España.

Escena de la película ‘Oro’.

Alguna de esas historias de leyenda aseguran que los soldados españoles que iban tras la riqueza, hacia la mitad del siglo XVI, se vieron sorprendidos por unas fieras “mujeres en cueros”, amazonas que les hicieron desistir en su intento en aquel momento. Así, desnudas y fuertes las describían quienes fueron derrotados. Los mitos abundaban tanto que casi se convertían en realidad. Puede que Orellana –que se peleó con otros exploradores venidos de España porque por entonces muchos eran egoístas en busca de honores- tuviese algo que ver en la difusión del asunto. Por lo que parece, la estampa de esas mujeres sin igual –alguien escribió que se cortaban un pecho para disparar mejor los arcos- parece ser que motivó a Cristóbal Colón, también a Hernán Cortés o Nuño de Guzmán. El viejo mito o leyenda se fraguó mucho antes de arribar a América, lejos en lo espacial y lo temporal. Llegó desde Grecia antigua, pues otras amazonas ya debían figurar en La Ilíada y Heródoto escribió algo sobre ellas. Pero el asunto del nombre no está nada claro: unos dicen que viene de un pueblo asiático quizás en la Capadocia o en la zona de Irán, otros apuestan por derivarlo del griego a(sin) y mazòn (pecho) y alguien dice que ni siquiera esto, que es un invento de la etimología popular griega. La cosa no acabó en el siglo XVI. Más tarde, algún explorador francés se lanzó a mitades del siglo XVIII a la aventura, en busca de una hipotética república de mujeres. ¿Quién sabe si la encontraría?

Amazonas en un grabado del Siglo XVI de Theodore de Bry (White Images/Scala, Firenze)

Por lo que sea, el mito femenino se expandió mucho. Tanto que figuraba en grabados –no se ve que les faltara el pecho a las guerreras- editados por Theodore de Bry, una especie de cronista de viajes y además editor del siglo XVI, que también recogió en imágenes, cual si hubiera sido un corresponsal de guerra de los de ahora, los desmanes de los conquistadores españoles, a los cuales no debía apreciar mucho o nada. Pero de eso los historiadores saben bastante más y hay que acudir a ellos para crearse una imagen más correcta de todo, como que el primer mapa del Amazonas lo trazó el jesuita alemán/checo Samuel Fritz en 1707, que se mantuvo unos 40 años por aquellas tierras.

Amazonas, ese gran río que sería el más largo del mundo si lo unimos a sus fuentes, atraviesa como tal Perú, Colombia y Brasil. Alberga en su sistema hídrico más agua que los otros tres grandes ríos del mundo juntos: Nilo,  Yangtsé y el Misisipi; la quinta parte del caudal fluvial de planeta. Su cuenca hidrográfica (con sus fuentes Marañón y Ucayali) alcanza a otros países. Si los sabios griegos hubiesen conocido esto habrían conseguido que sus dioses lo hubieran cobijado en su prolija teología. Muy mitológico lo vería Pablo Neruda que le dedicó un poema en el que lo llamaba capital de las sílabas del agua, padre patriarca y eternidad eterna de las fecundaciones; decía de él que ni la luna lo puede vigilar ni medir. Siempre queda la duda de lo que sabe la gente sobre el Amazonas. National Geographic nos permite hacer un testeo rápido.

(WWF)

Pero no es mito ni presencia idílica en la cultura global lo que nos impulsa a escribir esta entrada. La Amazonia, que tanto tiempo ha ejercido sin buscarlo como «el dorado climático» está en peligro; esta vez los conquistadores llegan por tierra, mar y aire. La cruda realidad dice que su deforestación está adquiriendo niveles históricos, aunque algunos políticos y empresarios brasileños no lo crean. Ahora mismo la degradación de sus tierras –selvas que dejan de serlo sin desaparecer- va paralela a la deforestación –talas abusivas muchas de ellas para aprovechamientos ganaderos-. Lo cuenta National Geographic en un artículo de junio pasado: La deforestación del Amazonas alcanza niveles históricos debido al consumo de carne. A los pobladores de la selva puede que no les hayan llegado noticias de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que tampoco conozcan que para el año 2030 se plantea el ODS. núm. 15: Gestionar sosteniblemente los bosques, luchar contra la desertificación, detener e invertir la degradación de las tierras, detener la pérdida de biodiversidad. Si alguien tiene dudas de las tropelías que contamos que busque en Internet las fotografías que proporciona la NASA sobre el territorio aludido. También puede visionar La Amazonía: última llamada, está en varias cadenas o la más reciente Sob a pata do boi (Bajo la pata del buey. Cómo la Amazonia se convierte en pasto), en Youtube.

Pero hay algo más que la perseverante realidad nos muestra, que la ciencia nos recuerda en estos tiempos de la Covid-19. La destrucción de las grandes masas selváticas tiene una estrecha relación con la aparición de enfermedades zoonóticas. Hemos escuchado a WWF que el 70% de las enfermedades humanas están relacionadas con la pérdida de los bosques. Convendría asomarse a su Pérdida de naturaleza y pandemias. Un planeta sano por la salud de la humanidad. También se puede mirar en el interesante Lecciones de la pandemia para un planeta saludable de la CIFOR (Centro para la Investigación Forestal Internacional).

La Amazonia fue durante mucho tiempo un escudo muy dorado, por su benefactor efecto protector de nuestra vida, además de una farmacopea. La actual amenaza viene de antaño, pero los nuevos dirigentes de Brasil tienen mucho que ver en su aceleración. Tanto es así que la Fiscalía brasileña abrió hace un par de meses investigaciones para aclarar el asunto de los incendios y la degradación. Se nos escapan los antiguos mitos ante las nuevas incertidumbres. Lancemos desde aquí un llamamiento global para salvar la Amazonía, para preservar «el dorado global» que se nos disgrega. Su vida está en peligro, pero si desaparece también padecerá la nuestra.

Cada vez se nos hace más alta La Cima 2030, y la 2050.

Activistas de Greenpeace manifestándose contra Jair Bolsonaro en Berlín (Adam Berry/EFE/ARCHIVO)

Panegíricas semblanzas del Ártico

Sea por lo que fuere, el Ártico tiene en nuestra cultura mucha más presencia que el Antártico. Puede que sea por la cercanía o porque los pueblos que habitaban las zonas frías del Hemisferio Norte irrumpieron en la historia. Quienes ya somos mayores aprendimos en la escuela que las aguas de ese océano permanecían heladas bastantes meses. ¡Helada el agua del mar, con tanta sal que lleva!, decíamos cuando éramos estudiantes. Un atlas mundial y un extraordinario globo terráqueo con un eje inclinado –no entendíamos por qué- que daba vueltas a voluntad hacia la izquierda o derecha era lo único que teníamos para divisar el mundo de fuera de nuestro pueblo. Ni que decir tiene que el Ártico apenas nos atraía, mucho menos el Antártico, que estaba como escondido allá abajo.

Un arcoíris de niebla sobre el Océano Ártico en Alaska (EFE/Jim Lo Scalzo)

Pero con el tiempo el Ártico me sedujo. Debo confesar que disfrutaba fantaseando con las peripecias del griego Piteas, que se atribuía haber llegado a zonas que podían ser las costas noruegas hace unos 300 y pico años a.C. Sin embargo, mis compañeros de clase no eran muy crédulos; entendían mejor que fuesen los vikingos –sus luchas nos parecían épicas- quienes más de mil años después se hubiesen aventurado por aquellos lares. A todos nos entusiasmaban las múltiples aventuras del Capitán Trueno, un cómic español aparecido en 1956 que tuvo gran difusión hasta casi el final de la década siguiente. En él, nuestro personaje admirado, un héroe medieval de finales del siglo XII, nos llevaba junto con sus inseparables amigos Goliath y Crispín hacia Thule, Groenlandia, en donde reinaba su novia Sigrid.

Lo que parece estar fuera de duda es que el Renacimiento impulsó expediciones que ideaban otras rutas para buscar comercio o lo que fuese. El inglés James Cook –para muchos el descubridor de las antípodas australianas y el continente antártico- intentó encontrar la entrada occidental al legendario Ártico en el verano de 1778 pero tuvo que darse media vuelta y regresar a Tahití. Durante el siglo XIX comenzó una carrera por explorar aquellos caminos. Sin duda en ellas se inspiraría Julio Verne para escribir Las aventuras del Capitán Hatteras, que fue publicado hacia 1866. Después, varias expediciones se empeñaron en llegar al Polo Norte, unas veces con intereses científicos y otras más aventureras. Hay quien dice que lo consiguió Amundsen o el americano Robert Peary. ¡Vaya usted a saber quién fue el primero! Incluso hay un libro La batalla por el Polo Norte que trata de las peleas de Peary con otro Cook, también estadounidense y de nombre Frederick A. Es ilustradora la semblanza de la portada de Le Petit Journal editado en 1909; de fácil acceso en Internet. Georges Méliès, el gran impulsor de la cinematografía, realizó un cortometraje mudo sobre el asunto À la conquête du Pôle. Hace un par de años se estrenó la película Artic, una semblanza de la difícil vida que ese entorno plantea a un hombre solitario.

Como vemos, antes y después se ha paseado por allí, real o imaginariamente, mucha gente por medios diversos; para ellos la gloria, que probablemente la merezcan. Ahora mismo es objeto de deseo de rusos, estadounidenses –Trump acaba de abrir en agosto pasado la explotación petrolera-  y otros como los chinos que buscan las riquezas que las aguas heladas han guardado durante bastante tiempo. Apetencias que ya denunciaba 20minutos.es hace ahora cinco años. Toda invasión de este tipo genera graves riesgos ambientales. Ahora mismo, la taiga siberiana limítrofe está desapareciendo debido a las emisiones del complejo minero de Norilsk, según se denuncia en la revista científica Ecology Letters. Veremos lo que los años venideros nos deparan, pero la cosa se antoja mal. Antes de que el daño sea irreversible apreciemos la belleza multidimensional que nos traen Las 102 imágenes de National Geographic, acercando el mar cada vez menos helado y algunas de sus criaturas. Es algo así como la panegírica que toda la dinámica global y la biodiversidad del Planeta debe al Ártico. Esto, uniéndose a la geología ártica, ayuda a componer una semblanza estética y plástica, sobre la que planean nubarrones oscuros.

Así pues, una vez ilustrada la historia pasada, vayamos a lo nuestro: las semblanzas de la fragilidad del Ártico. De ahí los temores de mucha gente. Circuló con éxito, todavía se emplea como reclamo, la imagen de este océano concretada en un oso polar subido en una pequeña masa de hielo a la deriva. Hay que recordar que ártico podría venir de la palabra latina articus/griega artikós, algo así como cercano al oso, o que más bien mantiene la línea de vista de las constelaciones de las Osa mayor y menor, o lo que es casi lo mismo, la estrella Polaris. Sea por lo que fuere lo del nombre, incluso Greenpeace utilizó las imágenes de estos plantígrados blancos para reclamar la atención sobre el deshielo de los mares y tierras árticos. Siempre hay que agradecer su poder de convocatoria en Voces del Ártico o  como cuando lanzó la campaña El Ártico se derrite. Salvemos el Ártico, con una apostilla importante: Proteger el hielo significa protegernos a todos. A eso íbamos. Esa es la principal señal que queremos lanzar desde aquí.

(GTRES)

Más de una persona de las que nos lean se preguntará por qué tanta insistencia en hablar de cosas lejanas cuando tenemos cerca tan graves problemas. La respuesta es sencilla: aunque no lo parezca, lo que pasa con el ritmo del hielo ártico repercute en todo el mundo. El extenso espejo, ese hielo reluciente, reemitía una buena parte de la luz que le llegaba, que así no se convertía en calor, con las graves consecuencias que eso tendría para el calentamiento de las aguas y una serie de fenómenos conexos. Pero las cosas están cambiando. Groenlandia, la enorme isla helada que cuadruplica la superficie de España se derretirá a un ritmo nunca visto en los últimos 12.000 años. Así lo recogía un artículo publicado recientemente en 20minutos.es con un titular elocuente: Lo peor está por llegar.

Sin ir más lejos, el pasado 15 de septiembre el hielo ártico alcanzó su mínima extensión de este año, como certifica la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) estadounidense. Supone el segundo valor más bajo desde que existen registros; solo fue menor en 2012. Porque allí se sienten con especial crudeza los efectos del cambio climático. El grandioso Ártico se merece un panegírico universal, acompañado de un compromiso colectivo, aunque solamente fuera por el egoísmo antropocéntrico que la mayor parte de las veces nos mueve. O también por ayudar a quienes sufren de cerca su pérdida, sean seres vivos de cualquier especie, incluidos los lapones o inuit.

La corriente termohalina supone un enorme trasiego del sistema de circulación de las aguas oceánicas mundiales. Quien no la conozca encontrará imágenes fácilmente accesibles en Internet. Concreta la interrelación del Ártico con el clima global. Según un artículo publicado en Investigación y Ciencia hace un poco más de dos años la circulación del Atlántico Norte, incluida la corriente del Golfo, se había debilitado entre un 15 y un 20 por ciento con respecto a mediados al siglo XIX; podría estar en el mínimo de los últimos 1.600 años.


Estos cambios repercuten en los diferentes episodios meteorológicos que ahora mismo nos afectan. A finales del pasado mes de septiembre, recién estrenado el otoño, la tormenta Odette acercó hasta la península Ibérica el ambiente ártico. Así pues, si el sistema circulatorio conocido hasta ahora se debilita en alguno de sus puntos vendrán muchos fenómenos meteorológicos con episodios severos en lugares y fechas antes impensables. Entre todos componen, o son resultado, de lo que todos conocemos como cambio climático.

El Ártico, tan lejos y a la vez tan cerca. Sus dolencias alterarán su antigua e idílica semblanza; casi al momento nos llegarán a nosotros. ¡Qué pena! Hace unos años, Bendt, un inuit que hizo de guía en una expedición de Greenpeace por Groenlandia expresaba sus temores diciendo que “como el Ártico se deshiele tendrán que aprender a nadar en el resto del mundo”. No especificó si eso lo temía para el año 2030, antes o después. Pero ahí queda.