Perseguir el tiempo es una aventura quebradiza

Acabó agosto. Comenzamos septiembre con una impresión rara, como si el tiempo se hubiese detenido. Sin duda por la atmósfera pandémica. En estos meses hemos comprobado que los marcadores sociales del mundo llevan su particular ritmo, porque en esto de las desgracias la sincronía nunca existe: las cifras y evoluciones de la pandemia en los distintos países y comunidades autónomas así lo dicen. El tiempo como metáfora mutó hacia lo excesivamente inabarcable y ahí lo tenemos. Tanto que el presente vino a destiempo, pues cortó de golpe ilusiones y progresos remontados o imaginados un par de meses antes. Recuerdos que estaban grabados en la memoria -allá donde esté ubicada- emergen con asiduidad.

Quien más quien menos desearía dejar atrás pronto este año bisiesto, pues se hizo esquivo y se convirtió en incertidumbre alargada. La medida de los días, hasta el agrupamiento en meses, se diluyó en los calendarios. Ahora debemos calcularla, qué intención tan atrevida, en forma de emociones, propias o ajenas, siempre condicionadas por agobios más o menos intensos, por incógnitas traídas por los mensajes circulantes. Sin embargo, paradoja donde las haya, el periodo pasado nos ha traído más tiempo para mirar en nosotros mismos.

Casi hay unanimidad al desear el futuro como un conjunto de metas: recuperación económica, social, sanitaria, educativa y, por qué no decirlo, ética. Dicen por ahí que lo recuperaremos seguro, bien sea en forma de V asimétrica o con la traza de una U, cual valle glaciar. Cada una de las metas se difumina, esperando a la vacuna protectora. Decir que estará dentro de un año parece poco a muchos, demasiado a casi todos los que no sabemos calcular las maniobras investigadoras y experimentales. El tiempo de los otros –científicos, estrategas políticos, OMS, etc.- no es el nuestro. No hay quien se aclare con las cifras, que cualquiera desearía fuesen menguantes de una vez. Ha sido un tiempo raro para muchas personas, como hibernado en verano. A este paso la vida particular se acercará a la atemporalidad. De hecho, habíamos pensado rediseñar el nombre de nuestro blog, Cima 2030 y cambiarle las decenas y unidades; pero no, lo dejamos así para recordar de dónde venimos y hacia dónde vamos.

Necesitamos tiempos mejores, o al menos más ligeros y menos frágiles. Lo queremos para volver un poco al pasado, para asegurar mucho más el futuro. Nos conformamos con lo que fue presente, aunque sucediera en el pasado reciente. Esperanza unos días, desánimo otros; así transcurren las semanas. Recuperar lo de hace unos meses casi se ha convertido en un sueño, en particular para los más débiles o vulnerables, aquellos que portan escasos escudos frente a la pandemia.

Será porque les cuesta relacionar tiempo y espacio. Apelan al olvido de aquella primavera, pero ese quiere ser selectivo y no siempre lo consiguen; lo recurrente en forma de noticias lo impide. Una y otra vez resuenan los porqués, los cuándo será y los cómos. Apetece aletargarse y despertar en el segundo trimestre de 2021 y contemplar un panorama despejado de lo más virulento.

Frente a esos, los más jóvenes persiguen recuperar a toda prisa su tiempo perdido. No están habituados a aceptar que las incertidumbres puedan marcar sus vidas, tampoco les preocupa la magnitud con la que se miden las expansiones de unos y otros. Entender lo que nos está pasando les llevará tiempo. Algunos desistirán de hacerlo y se dejarán llevar por la corriente, que ni siquiera es una ni está delimitada. Ni siquiera ahora que se van incorporando a los damnificados por la covid-19. Como se ve, cada tramo de edad, los distintos grupos sociales, miden a su manera el tiempo pandémico.

(GTRES)

Malos momentos para la gobernanza, casi siempre malentendida. Fallan las previsiones. Además nunca se reparten de forma equitativa las mejoras prometidas, ni llegan a tiempo o este se quiebra. Resulta difícil recomponer con fragmentos. Seguro que la respuesta estará planificada, pero al final del día o la semana, a quienes manejan la vida colectiva les ha faltado tiempo para hacer la tarea a satisfacción de todos. Queremos creer que tendrán completa su agenda, que se dedicarán a las cosas importantes, pero el tiempo son instantes entre los cuales hay algún movimiento, aseguraba Aristóteles. No nos pasa por la cabeza que hayan entrado en el horror vacui, ni que tengan inseguridades. No sabemos cómo se las arreglan para pensar cuando cualquier cosa que hagan persigue a otras que la superan en velocidad, pero el caso es que en España el tiempo pandémico es vertiginoso; algo no se ha hecho bien por parte de unos y otros: fallaron demasiadas sincronizaciones, cundió el tiempo perdido y no esclareció el panorama, misión que le asignaba Tales de Mileto. Esperemos que de ahora en adelante se puedan adoptar medidas eficaces –urgentes en el caso de dotaciones sanitarias y organizativas-, siempre expuestas a la variabilidad casi instantánea pero que no sean fragmentadas.

A pesar de todos los pesares, debemos imaginar que vendrán tiempos mejores. Para ello necesitamos armonizar nuestros relojes/calendarios, mejor dicho, congeniar deseos y realidades, de unos y otros. Solo de esta forma encontraremos las prioridades –no siempre sencillas- con las que ocuparemos nuestro auténtico tiempo. Debemos mantener la vista puesta en el año 2030, momento para el cual se han formulado tantos objetivos de mejora colectiva.

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