La covid-19 nos hunde en la turbación socioambiental

No resulta exagerado decir hoy que casi todo que afecta a nuestra vida está en paréntesis, que cualquiera de las relaciones sociales es una incógnita marcada por las incertidumbres. Si esto es realmente así, habrá que aprender a saber campearlas; acaso componiendo nuevas estrategias vivenciales. Se comenta que fue Confucio quien alertaba de que para aprender lo primero que hay que hacer es reflexionar; a la vez, o después, convendría fijarnos en el espejo de los demás; incluso habiendo pensado las cosas adecuadamente, no debe faltar la experiencia. Pero ni siquiera eso asegura la protección ante lo que se nos viene encima.

Todo esto sucede cuando las actuaciones para aplanar la virulencia del coronavirus en la salud se enfrentan a una batalla contra el tiempo. ¡Vaya encomienda que se presenta al sistema, a la gobernanza y a la ciencia! Hay que hacerlo bien y rápidamente, extremos que la mayoría de las veces restan bastante eficacia a cualquier transformación social, o de mejora colectiva como puede ser encontrar la tan anhelada vacuna. Un proyecto colectivo de tal envergadura requiere una medida previsión, una planificación exquisita, la colaboración multisectorial y una pausada ejecución.

En este escenario complejo, el mundo mantiene pendiente el reto socioambiental en forma de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). Tampoco tienen solución rápida ni universal y sin embargo urge extenderlos a mucha gente; no muy tarde para no dejar demasiadas personas atrás. Seguro que si los ODS se pudieran expresar -en particular el núm. 3 que postula una salud y bienestar universal- maldecirían a la covid-19. Ha sumido al mundo en una emergencia imprevista, que no respeta fronteras ni ideologías, de complicada gestión tanto a escala próxima como lejana.

Cunde la impresión de que la atención prioritaria a la covid-19 va a arrinconar a los ODS en todo el mundo. Lo asegura Naciones Unidas en su informe Responsabilidad compartida, solidaridad global: una respuesta a los impactos socioeconómicos de la COVID-19. Asustan sus posibles efectos: la pérdida de ingresos familiares va a abocar a sectores vulnerables a caer por debajo del umbral de la pobreza (ODS 1); la producción y distribución de alimentos se va a ver alterada o interrumpida (ODS 2); la salud de las personas está empeorando considerablemente en todo el mundo (ODS 3): las escuelas están cerradas, lo cual no hace sino aumentar las desigualdades (ODS 4, 6 y 10); las dificultades de suministro de agua y de desinfección no hacen sino crecer (ODS 6 y 3); el suministro de energía y los esfuerzos por hacerla más sostenible retroceden (ODS 7); la suspensión de las actividades económicas aumenta el desempleo y las dificultades para vivir cada día y en años venideros (ODS 8); la población que habita en barrios marginales en las ciudades sufre todavía más sus debilidades (ODS 11); el compromiso de la acción global por el clima disminuye alarmantemente (ODS 13); la paz, la justicia y las instituciones sólidas se alejan en el horizonte, especialmente en las zonas de conflicto (ODS 16); las necesarias alianzas para lograr los objetivos se tambalean todavía más (ODS 17).

Una mujer con mascarilla por el coronavirus, en un autobús en Bogotá, Colombia. (EFE)

No resulta sencillo resolver la situación actual, prever el mañana. La pandemia está siendo mundial, más de 12 millones de afectados y 550.000 fallecidos hasta el 10 de julio en todo el mundo según el registro de la Universidad de Johns Hopkins. Acercarse a las noticias en las que se nos muestran ejemplos de desatención de millones de personas, abocadas a sufrimientos indeseados, produce escalofríos. Además, la pandemia va en aumento por casi todo el mundo. Quién lo dude debe recorrer con atención los mapas que pintan la covid-19 en Word Mapper. Ante esta emergencia, se nos ocurre que podría utilizarse esa solidaridad global que propone las Naciones Unidas para dar paso a la responsabilidad compartida. Es el momento de pensar tanto a escala local como mundial para elaborar proyectos de vida compartidos. Se reconoce cada vez más que todo está relacionado; luego hay que mirar al futuro de otra forma. Lo saben los dirigentes de los países, pero cada vez se reconcentran más en sí mismos.

Aunque sea simplificar demasiado pensemos solamente en el hambre. Es posible que unas 12.000 personas mueran diariamente por los efectos provocados por la pandemia, denuncia Oxfam. Ya en 2019 se podrían contabilizar “821 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria, de las cuales aproximadamente 149 millones sufrían hambrunas de nivel de crisis, o peor”. Estas últimas podrían incrementarse hasta alcanzar los 270 millones antes de que acabe el año; se calcula que el 82 % de este incremento tendrá su origen en la pandemia. Lo prevé el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Solamente por eso debería plantearse una acción mundial. No se trata de buscar culpabilidades, que las hay más o menos conocidas; es el momento de retomar la idea de un Pacto Mundial duradero, que ponga a las personas en el centro de su acción. La correcta gobernanza mundial y local (ODS 17) ha de impregnar la mente de todos los dirigentes, debe incentivar compromisos en la ciudadanía, tanto para participar en el reto como para demandar en sus países una acción concertada. Eso se llama solidaridad, pero esta práctica lleva mucho tiempo desvaneciéndose. Yerran quienes piensan que salvándose a sí mismos lo demás no importa. Maltratan a la ética aquellos partidos políticos, españoles y europeos, que niegan el auxilio a gente de fuera de nuestras fronteras. Sepan que el dolor y la miseria de otros, también la esperanza, tarde o temprano rompen las vallas de protección de los que se creían a salvo fortificando sus fronteras.

Alguien dijo que buena parte de lo hecho para los demás al final nos beneficia. Los excluyentes deberían repasar la historia, incluso les serviría con estar al tanto de informaciones contrastadas y quitarse el monóculo patriótico. Tomen como escenario de análisis el necesario pacto europeo de la UE para la reconstrucción, allá donde se enfrentan los que piden, porque lo necesitan a causa de la tragedia pandémica, con los que no quieren dar. En estos días se reparten la tarta. No se utilizan los mismos argumentos según en qué lado se está. Los destrozos sociales, sanitarios y económicos causados por la pandemia necesitan desarrollar, de verdad y con urgencia acumulada, muchas apuestas parecidas al The European Green Deal. Amplíen su visión al mundo en clave ODS, hacia esa imprescindible estrategia de solidaridad mundial. Mal que les pese a los preocupados solo por sí mismos, todo está interrelacionado hoy, como la pandemia nos ha vuelto a demostrar.

Por cierto, esto no está resuelto.

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