Archivo de julio, 2020

La malnutrición se acelerará tras la covid-19

La alimentación es una permanente preocupación individual y colectiva. Desde tiempos inmemoriales ha ocupado el centro de la actividad humana. Desde siempre ha estado envuelta en una paradoja continuada: unos han disfrutado de mucho mientras otros se han debido conformar con poco. Tal es así que las hambrunas han escrito una parte de la historia colectiva, siguen redactándola. Un repaso a las más recientes plagas alimentarias obliga a citar la de Irlanda alrededor de 1850, la rusa tras la I Guerra Mundial y otras posteriores, la vietnamita de 1945, la de Corea del Norte a finales del siglo pasado, o las que han padecido China, Bangla Desh o África, donde se está haciendo estructural en determinados territorios. También España sufrió en el siglo pasado bandazos que lastimaron la vida de mucha gente.

Hoy en día, a pesar de los avances tecnológicos en la producción de alimentos y el multicomercio para la distribución, la alimentación y la nutrición de una buena parte de las personas se ha convertido en un grave problema social, aunque en la privilegiada Europa no se haga visible en la calle. En mayo de este año 2020 se publicó el Informe de la Nutrición Mundial. Medidas en materia de equidad para poner fin a la malnutrición en el que se constata que la alimentación humana sigue siendo un desafío mundial, de apremiante abordaje. Lo es que una de cada nueve personas padezca hambre, que un tercio de las personas tenga sobrepeso u obesidad, que cada vez más países deben enfrentarse a la contradictoria sobrecarga de que la desnutrición de muchas personas coexiste con el sobrepeso, la obesidad y varias enfermedades no transmisibles relacionadas con la dieta (ENT) en otras. El informe lamenta que la reversión de esta situación sea demasiado lenta, que corra el riesgo de no producirse. De hecho, ningún país de los 195 testados por los investigadores del informe ha diseñado las acciones para cumplir los diez objetivos de nutrición mundiales para 2025 y solo 8 están bien posicionados para conseguir cuatro de ellos. Nos viene a la memoria lo que leímos hace poco más de dos años en Global Nutrition Report 2017. Allí se avisaba de que 140 países se enfrentaban ya al menos a una de las formas principales de este desastre humanitario: una extendida anemia en las mujeres en edad para procrear, un creciente sobrepeso de los adultos y niños, y grandes bolsas de retraso por malnutrición infantil. Estas y otras lacras hacían que casi el 90 % de los ciudadanos objeto del estudio en esos países estuviesen muy afectados por dos o tres de estos trastornos. Cada vez queda más lejos, lo denuncia la FAO, aquel compromiso colectivo que supusieron los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que en el enunciado del número dos decía: hambre cero y seguridad alimentaria.

A la vista de estos últimos datos, de las tendencias acumulativas que denuncian cabría pedir una implicación política y social –ambos ámbitos parecen demasiado permisivos o despreocupados- para revertirlos antes de que sea demasiado tarde, porque los impactos lesivos en unos se multiplicarán también en otros. La comida discurre por laberintos difíciles de controlar, a pesar de ser una preocupación colectiva y por eso debería unirnos en la búsqueda de su organización menos desigual. Los intentos de formación a la ciudadanía y a los consumidores no sirven frente a los que publicitan los generadores de tendencias que sostienen las grandes redes de la alimentación, cuyos integrantes no hace falta señalar pues son de todos conocidos. Todo esto va en sentido contrario del derecho humano que supone la correcta alimentación.

Mientras todo esto sucede, la comida saludable trata de abrirse camino en las prácticas alimentarias, sobre todo en los países o familias que puede permitírselo. Alimentados y a la vez desnutridos, otra de las paradojas del vivir, tanto que alguien que estudia estos temas afirmó que “la dieta causa más muertes y enfermedades que el hambre”. Lo sufre gente rica que se atiborra de alimentos incorrectos en cantidades desaconsejables o hace dietas peligrosas. A la vez, los pobres de todo el mundo, y en particular los de países de ingresos más bajos, tienen una dieta cada vez más pobre en nutrientes básicos.

Mientras, la covid-19 se extiende por todo el mundo y daña demasiado a la seguridad alimentaria y la nutrición. Durante estos meses se hacen más visibles los trazos menos amables –amplificados por la vulnerabilidad de la vida humana y la fragilidad del sistema- de la elongada geometría social, marcadamente asimétrica y en donde asoman fronteras temporales y geográficas. Acabamos recordando un titular del diario Le Monde de noviembre del 2017 que resume el estado actual de las cosas y las perspectivas de futuro: la malnutrición no perdona a ningún país, la humanidad no perdonará jamás a quienes pudieron hacer mucho por evitarla.

Varios niños esperando la distribución de comida en un centro del distrito de Hodan en Mogadiscio (Dai Kurokawa/EFE/ARCHIVO).

Cuando la pobreza es estructural todo se desvanece

Se dice que los artículos de opinión deben invitar a la positividad en quienes los leen, máxime en estos tiempos pandémicos. Será porque desgracias y pesares ya trae bastantes la vida corriente; llegar a fin de mes en condiciones no traumáticas supone una aventura para mucha gente. Seguramente debería ser así, pero que cada cual gestione lo aquí recogido de la mejor forma. Sin embargo, son cosas que ocurren, deberán ser contadas.

Con sinceridad, a quien esto escribe no le apetecía comenzar un artículo diciendo que el 26% de la población de España se encuentra en riesgo de exclusión, que el sistema de asistencia social –que creíamos bueno hasta hace poco- está resquebrajado y que los sucesivos poderes públicos no han hecho ni medio bien la tarea correctora de desigualdades. Les han fallado a quienes más necesidades tienen, a pesar de que les vendían lo contrario. Hay que decir enseguida que esta afirmaciones no son propias, están tomadas casi de forma textual de Philip Alston, que ejerció desde 2014 hasta hace unos meses como relator especial sobre pobreza y derechos humanos de Naciones Unidas. Las escribió tras visitar España. Fueron recogidas ampliamente por los medios de comunicación, también por 20minutos.es en diversas fechas.

Todo lo anterior y muchas más tesis preocupantes figuran en el Informe del Relator Especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos, que estuvo de visita por las CC AA de Madrid, Galicia, el País Vasco, Extremadura, Andalucía y Cataluña, antes de que nos golpeara estrepitosamente la pandemia. Algunos dirán que poco pudo enterarse en apenas 12 días, que se dejó mucho territorio sin visitar. De cualquier manera, habrá que reconocer que si lo que dice se acerca al estado general de las cosas el asunto es extremadamente grave. Porque el informe también subraya que más de la mitad de los españoles llega con dificultades a fin de mes para solventar sus penurias económicas y vivenciales; un 5,4 sufre pobreza material severa. El futuro se ensombrece con otras conclusiones: se dan altas tasas de desempleo, asunto que se ha cronificado especialmente en los más jóvenes; el acceso a la vivienda para una buena parte de la población tiene dificultades de enormes proporciones; los programas de protección social son insuficientes para las crecientes necesidades; el sistema educativo es enormemente segregador y sigue manteniendo sus rémoras anacrónicas; casi el 30% de la población infantil se encontraba en 2018 en riesgo de pobreza o exclusión social; las políticas tributarias y de gasto continúan favoreciendo a las clases acomodadas. En fin, todo esto en el contexto de una burocracia que no se simplifica para mejorar el bienestar de las personas.

No se olvidó de recordar que las buenas intenciones expresadas por las administraciones y la clase política hace una década se quedaron sin desarrollar, tal que si se hubieran diluido en un papel mojado. Alston se dio por enterado del anuncio del Gobierno actual de que se propone dar prioridad a los derechos sociales, la justicia fiscal y la mejora de las condiciones materiales de las personas más vulnerables. Pero, a la vez, lanza un apremio junto con una invitación: los gobiernos pueden optar, si lo desean y se implican, por eliminar la pobreza.

Lo que pide Alston lo dicen también otras fuentes. Desde Cáritas española se alerta de que el coeficiente Gini, que sirve para medir la desigualdad en los países, ha subido 6 puntos en diez años, lo que ha colocado a España en el sexto país de la OCDE en desigualdad. Además, el último informe Foessa de 2019 La exclusión social se enquista en una sociedad cada vez más desvinculada recoge que el 18,4% de la población española está en situación de exclusión social. También se dice allí que unos 8,5 millones de personas no participan en la vida cultural, económica y social de nuestro país (1,2 millones más que antes de la crisis de 2008). Solamente con los datos aportados por unos y otros, podemos afirmar que la pobreza en España tiene poco de coyuntural, se está convirtiendo en estructural.

Querríamos ser portadores de buenas noticias, pero por el mundo las cosas en este asunto vital no van a mejor. Algunos países e instituciones celebraban hace unos años que la “pobreza extrema” se había reducido de 1.900 millones a 736 entre 1990 y 2015. Pero hay que saber que el listón que definía la sí/no pobreza extrema estaba muy bajo, en 1,9 dólares diarios, lo cual solamente asegura una subsistencia infame, tanto que en muchos países ni siquiera cubre el coste de la alimentación y vivienda. Lo cierto es que casi la mitad de la población mundial, unos 3.400 millones, (mal)vive con 5,5 USD diarios. En estos casos, si un milagro internacional no lo remedia, la pobreza será siempre estructural, crecientemente injusta. Mal asunto. Hay más noticias malas, al menos preocupantes. Unicef alerta de que la pandemia ha debilitado tanto los sistemas sanitarios de los países más vulnerables que en los próximos seis meses podrían morir unos 6.000 niños más cada día por causas fácilmente previsibles y de no difícil gestión. Según estimaciones de la Johns Hopkins Bloomberg School of Public Health (Escuela Johns Hopkins Bloomberg de Salud Pública) que ha sido publicado por The Lancet, no sería de extrañar que se produjesen en países de ingresos bajos y medios 1,2 millones de muertes, adicionales a los actuales 2,5 millones, de menores de cinco años en el próximo semestre, debido a la reducción de atención médica en servicios rutinarios.

En este escenario crítico a escala mundial, la pandemia no ha hecho sino destapar y acentuar unos males que venían de antes. El crecimiento económico vía aumento del PIB, al que se le suponía el remedio de todos los males, no ha logrado aminorar la explosión de la desigualdad y el aumento del hambre en muchos países. Estos deterioros sociales han venido acompañados de costes inasumibles en salud y vivienda, con progresivas desigualdades en la distribución de la riqueza, con la proliferación de empleos donde se cobran salarios indignantes. Además, han fallado las redes de seguridad social y se ha deteriorado enormemente el medioambiente tanto en el suelo como en el mar o en el aire. Han barrios enteros de grandes ciudades en donde la pobreza escribe el epitafio de sus habitantes. Allí la pandemia se ha cebado de manera especial.

Volviendo a España, pero valdría para el mundo en su conjunto, el enorme y trascendente reto de las Agendas 2030 enunciadas lo mismo por el Gobierno, con su Secretaría de Estado para la Agenda 2030, que por parte de las administraciones autonómicas y municipales (que crearon comisiones y organismos ad hoc), está pendiente y cada vez le queda menos tiempo para conseguir revertir la tendencia negativa en asuntos varios. ¡A este paso no llegaremos a coronar la Cima 2030! Recordemos que el primero de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) enuncia la necesidad de poner fin a la pobreza. Si por descuido o negligencia es estructural, esos deseos comprometidos se convertirán en un trampantojo; más bien en un fraude moral para el presente y sobre todo para las futuras generaciones. No podemos resignarnos a que las cosas sucedan tal cual, a pesar de las losas que nos ha echado encima la covid-19. Urge que los políticos entiendan que el asunto es grave, que se pongan a trabajar con denuedo; habrán de explicar con claridad la situación y lo que va a hacer para revertirla, para que la ciudadanía los acompañe en la reducción de las desigualdades y en la progresiva eliminación de la pobreza.

 

Dos mujeres buscan comida en un contenedor de basuras en Madrid. (Jorge París/archivo)

La covid-19 nos hunde en la turbación socioambiental

No resulta exagerado decir hoy que casi todo que afecta a nuestra vida está en paréntesis, que cualquiera de las relaciones sociales es una incógnita marcada por las incertidumbres. Si esto es realmente así, habrá que aprender a saber campearlas; acaso componiendo nuevas estrategias vivenciales. Se comenta que fue Confucio quien alertaba de que para aprender lo primero que hay que hacer es reflexionar; a la vez, o después, convendría fijarnos en el espejo de los demás; incluso habiendo pensado las cosas adecuadamente, no debe faltar la experiencia. Pero ni siquiera eso asegura la protección ante lo que se nos viene encima.

Todo esto sucede cuando las actuaciones para aplanar la virulencia del coronavirus en la salud se enfrentan a una batalla contra el tiempo. ¡Vaya encomienda que se presenta al sistema, a la gobernanza y a la ciencia! Hay que hacerlo bien y rápidamente, extremos que la mayoría de las veces restan bastante eficacia a cualquier transformación social, o de mejora colectiva como puede ser encontrar la tan anhelada vacuna. Un proyecto colectivo de tal envergadura requiere una medida previsión, una planificación exquisita, la colaboración multisectorial y una pausada ejecución.

En este escenario complejo, el mundo mantiene pendiente el reto socioambiental en forma de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible). Tampoco tienen solución rápida ni universal y sin embargo urge extenderlos a mucha gente; no muy tarde para no dejar demasiadas personas atrás. Seguro que si los ODS se pudieran expresar -en particular el núm. 3 que postula una salud y bienestar universal- maldecirían a la covid-19. Ha sumido al mundo en una emergencia imprevista, que no respeta fronteras ni ideologías, de complicada gestión tanto a escala próxima como lejana.

Cunde la impresión de que la atención prioritaria a la covid-19 va a arrinconar a los ODS en todo el mundo. Lo asegura Naciones Unidas en su informe Responsabilidad compartida, solidaridad global: una respuesta a los impactos socioeconómicos de la COVID-19. Asustan sus posibles efectos: la pérdida de ingresos familiares va a abocar a sectores vulnerables a caer por debajo del umbral de la pobreza (ODS 1); la producción y distribución de alimentos se va a ver alterada o interrumpida (ODS 2); la salud de las personas está empeorando considerablemente en todo el mundo (ODS 3): las escuelas están cerradas, lo cual no hace sino aumentar las desigualdades (ODS 4, 6 y 10); las dificultades de suministro de agua y de desinfección no hacen sino crecer (ODS 6 y 3); el suministro de energía y los esfuerzos por hacerla más sostenible retroceden (ODS 7); la suspensión de las actividades económicas aumenta el desempleo y las dificultades para vivir cada día y en años venideros (ODS 8); la población que habita en barrios marginales en las ciudades sufre todavía más sus debilidades (ODS 11); el compromiso de la acción global por el clima disminuye alarmantemente (ODS 13); la paz, la justicia y las instituciones sólidas se alejan en el horizonte, especialmente en las zonas de conflicto (ODS 16); las necesarias alianzas para lograr los objetivos se tambalean todavía más (ODS 17).

Una mujer con mascarilla por el coronavirus, en un autobús en Bogotá, Colombia. (EFE)

No resulta sencillo resolver la situación actual, prever el mañana. La pandemia está siendo mundial, más de 12 millones de afectados y 550.000 fallecidos hasta el 10 de julio en todo el mundo según el registro de la Universidad de Johns Hopkins. Acercarse a las noticias en las que se nos muestran ejemplos de desatención de millones de personas, abocadas a sufrimientos indeseados, produce escalofríos. Además, la pandemia va en aumento por casi todo el mundo. Quién lo dude debe recorrer con atención los mapas que pintan la covid-19 en Word Mapper. Ante esta emergencia, se nos ocurre que podría utilizarse esa solidaridad global que propone las Naciones Unidas para dar paso a la responsabilidad compartida. Es el momento de pensar tanto a escala local como mundial para elaborar proyectos de vida compartidos. Se reconoce cada vez más que todo está relacionado; luego hay que mirar al futuro de otra forma. Lo saben los dirigentes de los países, pero cada vez se reconcentran más en sí mismos.

Aunque sea simplificar demasiado pensemos solamente en el hambre. Es posible que unas 12.000 personas mueran diariamente por los efectos provocados por la pandemia, denuncia Oxfam. Ya en 2019 se podrían contabilizar “821 millones de personas en situación de inseguridad alimentaria, de las cuales aproximadamente 149 millones sufrían hambrunas de nivel de crisis, o peor”. Estas últimas podrían incrementarse hasta alcanzar los 270 millones antes de que acabe el año; se calcula que el 82 % de este incremento tendrá su origen en la pandemia. Lo prevé el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Solamente por eso debería plantearse una acción mundial. No se trata de buscar culpabilidades, que las hay más o menos conocidas; es el momento de retomar la idea de un Pacto Mundial duradero, que ponga a las personas en el centro de su acción. La correcta gobernanza mundial y local (ODS 17) ha de impregnar la mente de todos los dirigentes, debe incentivar compromisos en la ciudadanía, tanto para participar en el reto como para demandar en sus países una acción concertada. Eso se llama solidaridad, pero esta práctica lleva mucho tiempo desvaneciéndose. Yerran quienes piensan que salvándose a sí mismos lo demás no importa. Maltratan a la ética aquellos partidos políticos, españoles y europeos, que niegan el auxilio a gente de fuera de nuestras fronteras. Sepan que el dolor y la miseria de otros, también la esperanza, tarde o temprano rompen las vallas de protección de los que se creían a salvo fortificando sus fronteras.

Alguien dijo que buena parte de lo hecho para los demás al final nos beneficia. Los excluyentes deberían repasar la historia, incluso les serviría con estar al tanto de informaciones contrastadas y quitarse el monóculo patriótico. Tomen como escenario de análisis el necesario pacto europeo de la UE para la reconstrucción, allá donde se enfrentan los que piden, porque lo necesitan a causa de la tragedia pandémica, con los que no quieren dar. En estos días se reparten la tarta. No se utilizan los mismos argumentos según en qué lado se está. Los destrozos sociales, sanitarios y económicos causados por la pandemia necesitan desarrollar, de verdad y con urgencia acumulada, muchas apuestas parecidas al The European Green Deal. Amplíen su visión al mundo en clave ODS, hacia esa imprescindible estrategia de solidaridad mundial. Mal que les pese a los preocupados solo por sí mismos, todo está interrelacionado hoy, como la pandemia nos ha vuelto a demostrar.

Por cierto, esto no está resuelto.

El espejo climático nos previene de aconteceres difíciles

No podíamos dejar pasar ni siquiera unos días. La AEMET nos lo ha puesto delante de los ojos en un espejo con superficie plana. Allí ha proyectado la imagen nítida de lo que acontece hoy en las variables que condicionan el clima. Pero además, nos ha proporcionado claves para pensar en que al lado de esa pantalla podría haber situado otros espejos, más o menos convexos o cóncavos, para que cada cual aventurase lo que puede suceder. El 2 de julio pasado se presentaba el Primer Informe anual sobre el estado del Clima en España 2019. Lo dicho ahí viene a corroborar el pronóstico del Panel Intergubernamental del Cambio Climático de la ONU (IPCC) que nos avisa de que debemos estar preparados para esos cambios que suponen el incremento de las lluvias torrenciales al lado de sequías más o menos pronunciadas, las sucesivas e incrementadas olas de calor y el progresivo aumento de la salinidad del mar, entre otras malas noticias meteorológicas vs climáticas.

El informe de la AEMET tuvo unos antecedentes. Ya nos habló de las evidencias del cambio climático: el otoño pasado fue el más cálido en el conjunto de la Tierra desde 1880. En España, fue más húmedo de lo normal, cerró con una temperatura media de 16,5 ºC, 0,7 ºC por encima de la media 1981-2010, lo que lo convierte en el sexto más cálido desde 1965. Es más, desde aquel año, ocho de los diez otoños más cálidos tienen fecha del siglo XXI. Mal asunto cuando lo que podría ser episódico se convierte en duradero. Otro aviso de la AEMET para sufridores: “En 2019 se registraron tres olas de calor de las que destaca, por su gran intensidad, la que tuvo lugar entre el 26 de junio y 1 de julio; en ella se superaron los 43 ºC en puntos del nordeste peninsular y se batieron numerosos récords absolutos de temperatura máxima anual”. Si miramos bien estas cifras nos queman, demasiados reflejos sin protección.

(JORGE PARÍS)

Pero el cambio climático irradia en otras estampas. La multiplicación de los episodios de lluvias intensas y persistentes tiene evidentes riesgos y padecimientos para las poblaciones expuestas, en la economía y en el suelo. Sin citar todos del año pasado, hay que hablar del que tuvo lugar entre los días 10 y 15 de septiembre en el sureste peninsular con precipitaciones acumuladas que superaron los 200 mm. Esto no lo sufrió solo un lugar concreto, pequeño. Tras ellas vinieron múltiples inundaciones, algunas tan severas como las que padecieron zonas de las provincias de Alicante y Murcia. La paradoja, la cara oculta del espejo, es que se puede decir que actualmente tenemos menor disponibilidad de agua. ¿Por qué? La precipitación media se ha reducido ligeramente en los últimos 50 años, a la vez que la demanda evaporativa es cada vez mayor.

¡Qué lejos parece que queda la COP 25 Chile Madrid! Allí se acordó que en junio de 2020 se llevarían a cabo en Bonn sendos diálogos sobre océanos, criosfera y clima y sobre tierra y clima. La no acción, seguramente por la pandemia, ha ralentizado todo, hasta las exigencias climáticas a las que algunos gobiernos se habían comprometido; incluso la ONU ha levantado las obligaciones reductivas impuestas a las líneas aéreas. Pero ahí estamos: observando un aumento de la concentración de los GEI, el ascenso térmico medio en España, la proliferación de noches tórridas, progresivo incremento de número de días al año que se superan los umbrales de temperatura de ola de calor; además de que la cantidad de energía usada en refrigerar las viviendas sea mayor que la empleada en calentar. ¿Todavía alguien niega que le va a afectar el cambio climático? Pásese por la Agencia Europea del Medio Ambiente y lea Señales 2015. Vivir en un clima cambiante.

¿Qué hacer ante esta situación? Sobre todo actuar, pero para eso es necesario legislar, informar, atender a lo que la ciencia nos dice. Hace poco más de un mes que el Gobierno empezó la tramitación en Cortes del primer proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética (PLCCTE) que tiene el horizonte 2050 como punto final que España alcance la neutralidad de emisiones “en coherencia con el criterio científico y las demandas de la ciudadanía”, dice el Gobierno en su Web. Sin duda, la Ley deberá recorrer muchos vericuetos hasta lograr su aprobación, durante los cuales se desprenderá de algunos compromisos e ilusiones. Habrá que estar atentos para aplaudir decisiones valientes y denunciar, si los hay, incumplimientos de necesidades urgentes.

La información veraz y contrastada ayuda a que las imágenes climáticas aparezcan más nítidas para la ciudadanía. Hay muchas Web a las que se puede acudir, si bien es mejor mirar en las que son serias, las que pertenezcan a administraciones (internacionales o no) o las mantenidas por otras entidades o grupos de acción (Climate Alliance, Comunidad Por el Clima, etc.). No sirve Twiter para informarse, aunque el escaparate mediático sea de un presidente de un país muy poderoso. La actualización de la carta de servicios de AEMET Opendata proporciona un conjunto de datos y productos de fácil utilización relativos a la variabilidad del clima y al cambio climático. Entre sus servicios se encuentran análisis y diagnósticos sobre la evolución del clima pasado y presente así como perspectivas del clima futuro. Allí encontramos lo mismo índices climatológicos y clasificaciones que resúmenes y proyecciones mensuales, estacionales y anuales. No faltan figuras de la climatología y fenómenos extremos de un lugar. Así pues, quienes no están informados es porque no buscan; tienen magníficos espejos donde mirar lo que de ningún modo son espejismos.

Todo esto ilustra el valor de la ciencia para reflejarnos el presente y anticipar el futuro, porque debemos prever cómo podría ser el clima allá por 2030 o en 2050. Esas imaginarias cimas que todos los países deben coronar en las mejores condiciones; también en España, en donde las previsiones anuncian aconteceres difíciles.

Recíclame, recíclate, para evitar montañas de basura

Dicen por ahí que hemos progresado mucho en la cuestión del reciclado de cosas, para que las materias primas con las que están elaboradas tengan varios usos, además se ahorre mucha energía. Sí y no. Sí, si atendemos a las cifras que presenta Ecoembes referidas al año 2019: cada ciudadano depositó 17,1 kg de envases de plástico, latas y briks en el contenedor amarillo (un 9,1% más que en 2018) y 19,4 kg en el contenedor azul (7,2% más que en 2018). Todavía más interesante es ver progresiones: en 2015 eran 12,7 kg que de media per cápita los residuos que se depositaban en el contenedor amarillo en 2015, 15,1 kg al de papel. Más cosas: más de millón y medio de toneladas de envases se recuperaron en 2019; 8 de cada 10 españoles, no se dice si hogares, tienen el cubo de residuos de tetrabrik y envases plásticos. Así pues, suficientes motivos para hablar con orgullo de la conciencia de la ciudadanía y su participación en una tarea colectiva tan interesante y necesaria. En la misma página del hipervínculo anterior se puede acceder, si se desea, al desglosado por autonomías.

Sí pero no. Las toneladas de productos “recuperadas” en los contenedores de las calles, en España hay más de 650.000 puntos, no se corresponderán seguramente con las “rescatadas” que se llevan a los puntos de recuperación de los materiales, a las plantas en donde de verdad se hace la maravillosa tarea de aprovechar lo máximo posible. Tampoco se dice nada de la morralla de cosas que van al contenedor amarillo y no deberían ir; aquí hay mucho despiste colectivo o las cosas no están muy claras en muchos ayuntamientos. Por eso, no suene raro que Greenpeace llegue a contradecir a Ecoembes en su informe Maldito plástico. Allí se afirma que en España apenas se recupera el 25% de los embases plásticos, muy lejos de lo que afirma la entidad gestora (75%). Así pues, los consumidores/productores de residuos plásticos andamos despistados: ¿Lo hacemos bien o mal? ¿Sirve nuestro empeño, o no tanto como nos creíamos?

No, claramente no. Un ejemplo como muestra pero habría muchos. La OCU ha realizado un seguimiento mediante GPS de 43 tetrabriks (de los de leche o zumos) depositados en los contenedores de 21 ciudades. Solo 1 terminó en una empresa preparada para reciclarlos correctamente (parece que solamente hay una planta en toda España, cerca de Zaragoza, pero apenas logra aprovechar un 30% del residuo). Mientras, 8 de ellos acabaron en vertederos; alguno hizo más de mil kilómetros de punta a punta de la Península. Por cierto, lo del brik casi totalmente reciclable que hemos leído en algunas marcas es difícil de creer. Hace unos 10 años había una planta en Barcelona que lo conseguía pero cerró por su alto coste. Imaginemos dónde van a parar los millones de cajas que se tiran cada día desde nuestros domicilios, bastantes ni siquiera llegan al generalizado contenedor amarillo.

El asunto está parece que está bien perfilado en la normativa pero fallan algunas cosas. En España, recogen los residuos los ayuntamientos y otras entidades y los ciudadanos pagamos una tasa. Las organizaciones que gestionan el reciclaje (Ecoembes, Ecovidrio, Sigfito, Signus, Sigaus, Sigre, Ambilamp, etc.) carecen de ánimo de lucro por lo que sus ingresos se destinan a pagar los costes del sistema —recogida, transporte y clasificación de residuos, acondicionamiento de las plantas— o en campañas de sensibilización ciudadana; todos hemos escuchado en la radio o visto en televisión sus spots. Algo o mucho hemos avanzado.

Aseguran quienes entienden del tema que si se pudieran acumular los residuos domésticos e industriales que se convierten durante un año en basura, solo los del mundo rico, la cima de la montaña podría hacer competencia al Everest. Exageración o no, la cosa está muy complicada si queremos llegar bien posicionados al 2030. España debería reciclar este año ya el 35% de los materiales de la basura doméstica, según el compromiso ante la UE. Pero más de la mitad de la basura municipal acaba en vertederos. Los datos del Ministerio de Transición Ecológica descubren que el recíclate debería ir previo al recíclame. Tienen que cambiar mucho los hábitos de una parte de la ciudadanía y el compromiso de las administraciones. Quienes lo duden que se pasen por el INE, datos hasta 2017. Es posible que haya habido un cambio positivo desde aquel año hasta ahora; dejémoslo en suspense. Así pues, no sabemos si sí o no, si aquí se recicla como en el resto de Europa. Del asunto, diciendo que no, ya se hizo eco 20minutos.es hace año y medio.

Habrá más noes y síes, búsquenlos en su casa, en el trabajo, en su pueblo o ciudad. La mayor parte de las personas podríamos aplicarnos lo del título. Quizás se podría empezar a reciclarnos usando menos para no tener que tirar; reducción por buen uso es la clave. Además, el despilfarro de materiales ya no se lleva, si lo pensamos bien es un sinsentido. Habrá que ponerse manos a la obra, pero de verdad, porque esta encomienda colectiva todavía debe mejorar bastante y si no lo hacemos mejor corremos el riesgo de que la basura se convierta en un grave problema, y de tener que pagar elevadas multas a la Unión Europea por mala gestión de los residuos.

(AYUNTAMIENTO DE HUELVA./EP)