Del estado de alarma al escaparate de la vulnerabilidad

Llegó el verano astronómico y trajo muchos cambios. Con él abandonamos en España el estado de alarma, en Europa se abren fronteras, pero no por eso abandonamos nuestros temores, nos sentimos vulnerables. El verano invita al jolgorio, pero en este hay menos cosas que celebrar. No sabemos cómo será cada día, ni si habremos de cortar una parte de nuestros deseos de expansión, después de tanto tiempo confinados. Acaso nos llegará algún otro susto. Parece que el verano ha venido para acabar con la larga monotonía del pasado reciente; ya podemos viajar y recuperar afectos perdidos, disfrutar de expansiones varias.

Cada día que pase nos acercará al futuro, cada día pasado nos enseñó cosas si quisimos aprender. En estos días de primavera hurtada nos hemos mirado a nosotros mismos, a nuestra familia y amigos de forma telemática. Hemos notado fortalezas y debilidades que el tiempo de confinamiento y de noticias varias ha ido afianzando o desmintiendo. Algún día, muchas veces, sin quererlo hemos acudido a mirarnos en el espejo de los demás, para conjugar la suerte. Las comparaciones nos han reconfortado en ocasiones pero otras veces nos han traído desasosiegos, más que nada por similares contingencias. Nos habremos dicho que lo de hoy no daría lo mismo mañana pues teníamos la voluntad de aprender. En este verano atípico, temeroso del otoño e invierno futuros, cada día nuevo nos recordará en su escaparate social que cerca o lejos, ayer o antes, pasó algo relacionado con la fragilidad de la especie reinante del mundo, o con la vulnerabilidad de una parte de sus miembros. Ambas propiedades de uno o muchos se usan indistintamente, será porque cada día marcan la existencia colectiva, pero ahí están expuestas para quien las quiera ver.

En ocasiones, ambas cualidades humanas se ocultan tras palabras bonitas o placenteras, que no son más que medias verdades porque la incertidumbre se encarga enseguida de desmentir, acaso un disfraz de las mentiras o directamente falsedades. Desde que empezó la pandemia buscábamos evidencias, pero después de tantas esperas y agobios por informaciones varias todavía no las hemos encontrado. Pero, a la vez, fragilidad y vulnerabilidad pueden tornarse en sesuda resistencia si se emplean con inteligencia y anticipación. Como llegó el verano y hemos recuperado una parte de nuestra libertad de movimientos, nos inclinamos a pensar en positivo.

Como ya es verano, desde aquí, La Cima 2030, queremos recordar nuestros deseos de hace unos meses, apenas unos años, allá por 2015 cuando la ONU impulsó los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Entonces se formularían desde la reflexión crítica de las múltiples vulnerabilidades y fragilidades que condicionan el presente y el futuro, en este mundo global que la pandemia ha revolucionado. Quedan 10 años de suspense sobre si lograremos acercarnos a las metas que comportan. Los pesimistas dicen que no, que la pandemia ha resquebrajado los deseos, que se llevará los recursos imprescindibles para lograr el rescate de muchas gentes pobres, que pasan hambre, que sufren guerras, que soportan exclusiones, o el necesario cuidado del medioambiente. En general, la no consecución de los ODS a todos afecta, cómo no pensar en el cambio climático por ejemplo. Pero en particular se ceba más en unos que en otros, en países de más o menos ingresos, en lugares con el Índice de Desarrollo Humano más elevado o menos. A esos, personas y países, que los hemos llamado vulnerables -calificativo que al decir de Álex Grijelmo esconde expresiones más duras como los más desfavorecidos, los más pobres o los excluidos- debe llegarles algo más para que se sientan menos vulnerados. La pandemia ha aumentado el número de unos y otros y ha puesto en duda su supervivencia.
Van pasando los años y aquellas magníficas intenciones de los ODS, escritas con bellas palabras y adornadas de bonitos deseos no se corresponden con la mejora del bienestar colectivo; lo sabemos incluso ahora que nos hemos olvidado de mirar fuera del mundo rico, enfermo de coronavirus. Mucha gente todavía no ha avanzado en su logro, o directamente se están quedando demasiado lejos, más ahora tras la maldita coronavirus que se está cebando de forma creciente en América y en África.

Duele o preocupa, según la manera de ser de cada uno, mirar el verano porque en su escaparate aparecen la fragilidad y la vulnerabilidad. Aunque se retomen ciertas actividades lúdicas y expansivas, este verano no será como los demás. El tiempo pasado ha dejado muchas heridas, físicas y afectivas, a los vulnerables, por riesgo, y a los vulnerados, que las han sufrido en mayor o menor intensidad. Llegó el verano, y la libertad de movimientos, para recordarnos que muchas veces damos excesiva importancia a cosas que no la tienen, que como no sabemos hacia dónde vamos cualquier camino nos puede extraviar, que a menudo las ideas o el apego a ciertas cosas no nos dejan ver la realidad, que el sufrimiento del mundo no propio se nos esconde.

Así pues, cuando el verano nos deje un rato libre recordemos aquello de los ODS de que nadie se quede atrás, ni las personas ni el Planeta. Aunque sea verano, no está de más retomar aquello que más o menos dijo Rafael Chirbes de que dado el poco tiempo que nos toca vagabundear por la tierra nuestra misión es evitar el desorden, corregir un poco el desorden,  iluminar durante un rato lo que es oscuro. Qué bien le van estas sugerencias a la emergencia pandémica, con sus crisis anejas, y a los pendientes y cada vez más alejados ODS. Sin estado de alarma pero estamos alarmados; nos sentimos vulnerables.

Nunca será como antes. A pesar de todo, ¡Feliz verano y disfrutemos de manera comedida de la libertad recuperada, aunque sea parcial y socialmente inestable!

(ÁLEX ZEA/EP)

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