La caída del Índice de Desarrollo Humano nos coloca en suspensión de pagos éticos

Hay gente que prefiere, dentro del mundo económico también, pensar cómo va la situación mundial, y por países, en términos del IDH (Índice de Desarrollo Humano) antes que del PIB (Producto Interior Bruto). En verdad, este último medidor es utilizado constantemente tanto por gente de la política como de la economía; casi no hay día en el que no se diga que el PIB mundial va a descender tanto y cuanto, que el de España va a ser un desastre después de la pandemia y cosas por el estilo. También se cita en tertulias e informativos, como si fuera una letanía. Sin embargo, apenas ha calado en la gente corriente, que pasa de él o directamente no lo entiende. Al final, tanto lo nombran para anunciarnos casi el fin del mundo que tendremos que aprendernos las variables que lo determinan. Aquí va un enlace de un banco, pero se podrían utilizar otras fuentes como el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Pero sigamos con lo nuestro. Pronostica la ONU que la actual pandemia causará un grave retroceso en el IDH –el mayor desde 1990-, una debacle en la vida de muchas personas, en particular las que habitan en esos países de IDH bajo. Algunas cifras del informe elaborado por el PNUD (Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo) asustan: la esperanza de vida descenderá, es posible que centenares de miles de niños menores de cinco años mueran por la falta de asistencia. Por si esto no fuera suficiente, la educación (factor del IDH que no del PIB) que transitaba mal que bien por países de ingresos bajos y medios no llega durante estos meses de pandemia pues las escuelas siguen cerradas para más del 60 % de los niños. Solamente teniendo en cuenta los millones de personas afectadas y los centenares de muertos ligados a la COVID-19 se atisba un panorama más que sombrío para el IDH global y el particular de los países de ingresos bajos o medios. No olvidamos esas Agendas 2030 que querían poner en valor el desarrollo sostenible. ¿Se rellenarán con hechos?

El IDH se fija especialmente en la esperanza de vida al nacer, los años esperados de escolaridad, los años promedio de escolaridad y el PIB per cápita. Pero también se ajusta en su relación con la desigualdad en general, con el desarrollo y la desigualdad de género, con la pobreza multidimensional, con la salud, con el empleo y bastantes indicadores que permiten dibujar una imagen de los países, agrupados para su estudio en aquellos que tienen un desarrollo humano muy alto, alto, medio, y bajo. Tras la COVID-19 es mejor esta lectura.

(EFE)

Los datos completos referidos al año 2019 se pueden consultar aquí. Se comprobará que de los 36 países con IDH bajo, 33 están en África. Mal momento este de la pandemia, ahora que parecía que habían mejorado algo (el presente informe muestra las tendencias por países entre 1990 y 2017). Si, como nos tememos, el mundo rico les da la espalda, dicen que para atender problemas propios, y construye vallas para no dejar entrar a nadie en su territorio, el asunto es todavía más grave. EL IDH caerá todavía más si se limita la Ayuda al Desarrollo; algo así dicen tanto el Instituto Elcano como el Banco Mundial. Ya pronostica la OCDE que el coronavirus va a frenar de forma significativa la economía y eso significa problemas para los ricos, y hambre para los pobres. No se trata de ser agoreros, solamente invitar a pensar.

Copiamos textualmente una consideración final del informe del PNUD de este año que deberían llevarnos a una profunda reflexión:

Estas desigualdades del desarrollo humano constituyen un obstáculo crucial para hacer realidad la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. No son únicamente disparidades en términos de ingreso y riqueza. Tampoco pueden explicarse utilizando únicamente medidas sintéticas de desigualdad centradas en una sola dimensión, y condicionarán las expectativas de aquellas personas que consigan vivir hasta el siglo XXII. El Informe explora las desigualdades del desarrollo humano más allá del ingreso, más allá de los promedios y más allá del presente. Se pregunta qué tipos de desigualdad son importantes y qué factores las provocan, reconociendo la necesidad de considerar las desigualdades perniciosas como un síntoma de la existencia de problemas más amplios en una sociedad y en una economía. También se plantea qué políticas pueden contribuir a hacer frente a esos factores y ayudar a las naciones a impulsar su crecimiento económico, mejorar su desarrollo humano y reducir las desigualdades.

Al IDH de algunos países, más bien a sus habitantes, solamente les faltaba la irrupción de la pandemia para dejarlos todavía más a la intemperie. Cada persona es una parte del todo, nosotros también. Habríamos de pensar y preguntarnos si nos implicaríamos en hacer realidad el Manifiesto de la OMS para una recuperación saludable de COVID-19, al cual se han adherido ya muchas entidades de todo el mundo. En él se incluyen una serie de “recetas” para una recuperación saludable y verde, consolidada dentro de la incógnita de fragilidad que siempre nos acompañará:

  1. Proteger y preservar la fuente de la salud humana: la naturaleza,
  2. Invertir en servicios esenciales, desde agua y saneamiento hasta energía limpia en instalaciones sanitarias.
  3. Asegurar una transición energética rápida y saludable.
  4. Promover sistemas alimentarios saludables y sostenibles.
  5. Construir ciudades saludables y habitables.
  6. Dejar de usar el dinero de los contribuyentes para financiar la contaminación.

Ya hay personas por todo el mundo que quieren ser parte activa del necesario movimiento global por la salud y el medioambiente, actuando personalmente y demandando a sus Gobiernos que concierten esfuerzos con los sectores económicos y sociales, para dar valor a la ciudadanía en su conjunto. De otra forma se confirmará o no que la actual pandemia nos ha sumido no solo en una debacle económica, sino en una clara suspensión de (c)réditos éticos.

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