A qué sonará el medioambiente pasados unos años

Como cada 5 de junio, también en este tan pandémico, el medioambiente volará desconfiado. Durante unos días será tan nombrado que acaparará protagonismo en televisiones, periódicos y cadenas de radio. Sin quererlo nos impregnará los pensamientos. Las emociones convivirán con sentimientos placenteros. No faltarán recuerdos de desastres puntuales. Quizás ese día traiga a la memoria compromisos propios o ajenos que quedaron atrás: la emergencia climática entre ellos. El tiempo los borró cuando el mundo convivencial se vino abajo.

En el pasado, el medioambiente se hizo canción y lamento. Dejó ideas críticas en la cultura social. Cada cual las mezcla sin criterios predeterminados. Será por eso que al recordarlas ahora revierten pasión y nostalgia. No les falta un poco de pesimismo. Unas de estas las declamaba el cantor multicultural Georges Moustaki. Hacia 1970 ya poemaba que existió en tiempos un jardín llamado Tierra. Se trataba de un lugar mágico. No lo habían conocido los niños de aquellos años, que siempre caminaban sobre el asfalto o el hormigón. Un jardín lo suficientemente grande como para acoger incluso a todos los niños de entonces. Los nietos de unos abuelos muy antepasados. Gentes que lo cuidaron porque lo habían heredado a su vez de los suyos.

Ligadas a esas letras vienen detrás otras. Aquellas del chileno Pablo Neruda. Alertaba por los mismos años acerca de unos hombres “voraces manufacturantes”. Se trataba de los que tomaron un planeta desnudo y lo llenaron de lingotes de aluminio. Seguramente impulsados maquinalmente por unos intestinos eléctricos. Dónde jugarán los niños, se preguntaban los mexicanos Maná. Hay otros muchos cantos sin rima pero con hondo sentimiento. La ONU se empeña una y otra vez en avisar a las instituciones de gobernanza mundial de que deben promover un mundo más justo e igualitario en un medioambiente compartido. Vivir en común exige más transparencia y una continuada rendición de cuentas. Conocer el peligro anima a la sociedad civil a la defensa de sus espacios naturales o sociales. Los cantores hablan de paraísos perdidos. Cualquiera de esos expresa una parte de vida y esperanza. Trae una voluntad de transformación. Se hace leve porque las desigualdades no paran de crecer.

Cada cual tendrá sus deseos de vida. Para bastante gente el 5 de junio busca retomar en cierta manera los muchos futuros arrancados. Conseguir aquel reto filosófico de María Zambrano que aspiraba a convertir lo imposible en verdadero. La pandemia nos ha situado en una región fingida, en un mundo inverosímil por cierto. En estas condiciones, la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente se convierte en un realismo mordiente. La necesaria rebelión nos lleva a la variación de modelos y tradiciones. Hay que amar la tierra para no perderla, cantaba el colombiano Juanes. La tierra donde nacimos ya no tiene fronteras. ¿Estará en lo salvaje, en la montaña salvadora plena de voces de tiempos remotos en donde cada día se puede caminar en libertad? Cantan los aragoneses de Amaral.

El coronavirus mira con desdén al medioambiente. El medioambiente espera algo de la pandemia. De vez en cuando toca soñar que es posible vivir todos juntos. El devenir diario se empeña en despertarnos. El medioambiente lleva tiempo en pandemias diversas. Por doquier asoman procesos sociales y ecológicos que no logran nuestro entendimiento. Se complica la búsqueda de soluciones pues cada cual mira por lo suyo. Este 5 de junio de 2020 no debería ser un día más. De sopetón, nos encontramos ante un ciclo de vida nuevo, largo o corto. Complejo de entender, pues nos llegó con las emociones hechas un collage. Pero hay que explorarlo porque la vida ya desbordó las capacidades de la Tierra.

El medioambiente canta su desdicha en palabras seleccionados a ambos lados del Atlántico, clama nuestra ayuda. Nos pide estrategias de vida diferentes a las que nos han llevado a él, apoyadas únicamente al vulnerable desarrollo sin límites alentado por el consumo acumulado. El coronavirus también es medioambiente y ha paralizado desarrollo y consumismo, ambos vulnerables. El medioambiente poco esperará de quienes han engañado a la gente. Confía más en que la ciudadanía les obligue a rectificar. Este 5 de junio está plagado de hechos e incertidumbres. La situación global es de emergencia en los ámbitos de salud, social, ecológico y económico. Todo el medioambiente es interacción. Hasta el viscoso miedo actual. “La Tierra tiene fiebre, necesita amor que le cure la penita que sufre” cantaba Bebe.

Para reducir los efectos del ciclo amenazante toca soñar. Lo pequeño puede ser hermoso para quien intente verlo así. Se dice desde hace tiempo. Podemos limitar los destrozos si acopiamos deseos y gestos. Lograrlo o no es otra cosa. Siempre queda algo de satisfacción por haberlo intentado. Luchemos por hacer realizar lemas colectivos. El argentino Mario Bunge nos declamaba aquello de “Evolución sí, destrucción desaforada no”. La biosfera se empobrece como consecuencia de la absurda y acelerada depredación de los recursos naturales con la excusa del desarrollo.

En todo el mundo somos ya 7.800 millones de habitantes. Imposible vivir sin estropear un poco el planeta. Si queremos mantenernos, habremos de pasar de ser sus torpes explotadores -dentro del género humano hay demasiados- a convertirnos en sabios administradores. Una parte importante del medioambiente somos nosotros. ¿Qué especie aniquila de golpe su sustento o su nicho ecológico? La humana cree que puede dominarlo todo. Llegó un diminuto virus y en unos meses le recordó su fragilidad.

No falta quien pronostica que este 5 de junio será renovador. La pandemia hará sonar el mensaje de que el principio básico de la vida es la asunción de un nuevo código ético. Este supone la aceptación de la finitud de los recursos del planeta. Resalta la interconexión entre todos los seres vivos que lo habitan, sean personas o no, vivan cerca o lejos. La fragilidad y el cúmulo de incertezas que nos ha dejado la pandemia deberían acabar con las pompas fantásticas de la vida. Aunque suene a fábula, solo cabe implicarse en la participación social y armarse de educación para la sostenibilidad. Este proceso será lento y siempre dejará algo pendiente. Convirtamos este complejo momento en el comienzo de la esperanza ambiental, al menos ante la emergencia climática. Descarbonizar nuestra vida es una necesidad urgente, qué no suene a soflama ecologista.

¡El yo está acabado, viva el medioambiente! Esperamos que vibre bien para las generaciones futuras. Ojalá que estas sepan poemarle cuidados de amistad.

(GTRES)

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser rizos

    Interesante articulo, mis felicitaciones.

    16 junio 2020 | 7:55 am

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