Archivo de junio, 2020

Del estado de alarma al escaparate de la vulnerabilidad

Llegó el verano astronómico y trajo muchos cambios. Con él abandonamos en España el estado de alarma, en Europa se abren fronteras, pero no por eso abandonamos nuestros temores, nos sentimos vulnerables. El verano invita al jolgorio, pero en este hay menos cosas que celebrar. No sabemos cómo será cada día, ni si habremos de cortar una parte de nuestros deseos de expansión, después de tanto tiempo confinados. Acaso nos llegará algún otro susto. Parece que el verano ha venido para acabar con la larga monotonía del pasado reciente; ya podemos viajar y recuperar afectos perdidos, disfrutar de expansiones varias.

Cada día que pase nos acercará al futuro, cada día pasado nos enseñó cosas si quisimos aprender. En estos días de primavera hurtada nos hemos mirado a nosotros mismos, a nuestra familia y amigos de forma telemática. Hemos notado fortalezas y debilidades que el tiempo de confinamiento y de noticias varias ha ido afianzando o desmintiendo. Algún día, muchas veces, sin quererlo hemos acudido a mirarnos en el espejo de los demás, para conjugar la suerte. Las comparaciones nos han reconfortado en ocasiones pero otras veces nos han traído desasosiegos, más que nada por similares contingencias. Nos habremos dicho que lo de hoy no daría lo mismo mañana pues teníamos la voluntad de aprender. En este verano atípico, temeroso del otoño e invierno futuros, cada día nuevo nos recordará en su escaparate social que cerca o lejos, ayer o antes, pasó algo relacionado con la fragilidad de la especie reinante del mundo, o con la vulnerabilidad de una parte de sus miembros. Ambas propiedades de uno o muchos se usan indistintamente, será porque cada día marcan la existencia colectiva, pero ahí están expuestas para quien las quiera ver.

En ocasiones, ambas cualidades humanas se ocultan tras palabras bonitas o placenteras, que no son más que medias verdades porque la incertidumbre se encarga enseguida de desmentir, acaso un disfraz de las mentiras o directamente falsedades. Desde que empezó la pandemia buscábamos evidencias, pero después de tantas esperas y agobios por informaciones varias todavía no las hemos encontrado. Pero, a la vez, fragilidad y vulnerabilidad pueden tornarse en sesuda resistencia si se emplean con inteligencia y anticipación. Como llegó el verano y hemos recuperado una parte de nuestra libertad de movimientos, nos inclinamos a pensar en positivo.

Como ya es verano, desde aquí, La Cima 2030, queremos recordar nuestros deseos de hace unos meses, apenas unos años, allá por 2015 cuando la ONU impulsó los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Entonces se formularían desde la reflexión crítica de las múltiples vulnerabilidades y fragilidades que condicionan el presente y el futuro, en este mundo global que la pandemia ha revolucionado. Quedan 10 años de suspense sobre si lograremos acercarnos a las metas que comportan. Los pesimistas dicen que no, que la pandemia ha resquebrajado los deseos, que se llevará los recursos imprescindibles para lograr el rescate de muchas gentes pobres, que pasan hambre, que sufren guerras, que soportan exclusiones, o el necesario cuidado del medioambiente. En general, la no consecución de los ODS a todos afecta, cómo no pensar en el cambio climático por ejemplo. Pero en particular se ceba más en unos que en otros, en países de más o menos ingresos, en lugares con el Índice de Desarrollo Humano más elevado o menos. A esos, personas y países, que los hemos llamado vulnerables -calificativo que al decir de Álex Grijelmo esconde expresiones más duras como los más desfavorecidos, los más pobres o los excluidos- debe llegarles algo más para que se sientan menos vulnerados. La pandemia ha aumentado el número de unos y otros y ha puesto en duda su supervivencia.
Van pasando los años y aquellas magníficas intenciones de los ODS, escritas con bellas palabras y adornadas de bonitos deseos no se corresponden con la mejora del bienestar colectivo; lo sabemos incluso ahora que nos hemos olvidado de mirar fuera del mundo rico, enfermo de coronavirus. Mucha gente todavía no ha avanzado en su logro, o directamente se están quedando demasiado lejos, más ahora tras la maldita coronavirus que se está cebando de forma creciente en América y en África.

Duele o preocupa, según la manera de ser de cada uno, mirar el verano porque en su escaparate aparecen la fragilidad y la vulnerabilidad. Aunque se retomen ciertas actividades lúdicas y expansivas, este verano no será como los demás. El tiempo pasado ha dejado muchas heridas, físicas y afectivas, a los vulnerables, por riesgo, y a los vulnerados, que las han sufrido en mayor o menor intensidad. Llegó el verano, y la libertad de movimientos, para recordarnos que muchas veces damos excesiva importancia a cosas que no la tienen, que como no sabemos hacia dónde vamos cualquier camino nos puede extraviar, que a menudo las ideas o el apego a ciertas cosas no nos dejan ver la realidad, que el sufrimiento del mundo no propio se nos esconde.

Así pues, cuando el verano nos deje un rato libre recordemos aquello de los ODS de que nadie se quede atrás, ni las personas ni el Planeta. Aunque sea verano, no está de más retomar aquello que más o menos dijo Rafael Chirbes de que dado el poco tiempo que nos toca vagabundear por la tierra nuestra misión es evitar el desorden, corregir un poco el desorden,  iluminar durante un rato lo que es oscuro. Qué bien le van estas sugerencias a la emergencia pandémica, con sus crisis anejas, y a los pendientes y cada vez más alejados ODS. Sin estado de alarma pero estamos alarmados; nos sentimos vulnerables.

Nunca será como antes. A pesar de todo, ¡Feliz verano y disfrutemos de manera comedida de la libertad recuperada, aunque sea parcial y socialmente inestable!

(ÁLEX ZEA/EP)

La caída del Índice de Desarrollo Humano nos coloca en suspensión de pagos éticos

Hay gente que prefiere, dentro del mundo económico también, pensar cómo va la situación mundial, y por países, en términos del IDH (Índice de Desarrollo Humano) antes que del PIB (Producto Interior Bruto). En verdad, este último medidor es utilizado constantemente tanto por gente de la política como de la economía; casi no hay día en el que no se diga que el PIB mundial va a descender tanto y cuanto, que el de España va a ser un desastre después de la pandemia y cosas por el estilo. También se cita en tertulias e informativos, como si fuera una letanía. Sin embargo, apenas ha calado en la gente corriente, que pasa de él o directamente no lo entiende. Al final, tanto lo nombran para anunciarnos casi el fin del mundo que tendremos que aprendernos las variables que lo determinan. Aquí va un enlace de un banco, pero se podrían utilizar otras fuentes como el Instituto Nacional de Estadística (INE).

Pero sigamos con lo nuestro. Pronostica la ONU que la actual pandemia causará un grave retroceso en el IDH –el mayor desde 1990-, una debacle en la vida de muchas personas, en particular las que habitan en esos países de IDH bajo. Algunas cifras del informe elaborado por el PNUD (Programa de las Naciones Unidad para el Desarrollo) asustan: la esperanza de vida descenderá, es posible que centenares de miles de niños menores de cinco años mueran por la falta de asistencia. Por si esto no fuera suficiente, la educación (factor del IDH que no del PIB) que transitaba mal que bien por países de ingresos bajos y medios no llega durante estos meses de pandemia pues las escuelas siguen cerradas para más del 60 % de los niños. Solamente teniendo en cuenta los millones de personas afectadas y los centenares de muertos ligados a la COVID-19 se atisba un panorama más que sombrío para el IDH global y el particular de los países de ingresos bajos o medios. No olvidamos esas Agendas 2030 que querían poner en valor el desarrollo sostenible. ¿Se rellenarán con hechos?

El IDH se fija especialmente en la esperanza de vida al nacer, los años esperados de escolaridad, los años promedio de escolaridad y el PIB per cápita. Pero también se ajusta en su relación con la desigualdad en general, con el desarrollo y la desigualdad de género, con la pobreza multidimensional, con la salud, con el empleo y bastantes indicadores que permiten dibujar una imagen de los países, agrupados para su estudio en aquellos que tienen un desarrollo humano muy alto, alto, medio, y bajo. Tras la COVID-19 es mejor esta lectura.

(EFE)

Los datos completos referidos al año 2019 se pueden consultar aquí. Se comprobará que de los 36 países con IDH bajo, 33 están en África. Mal momento este de la pandemia, ahora que parecía que habían mejorado algo (el presente informe muestra las tendencias por países entre 1990 y 2017). Si, como nos tememos, el mundo rico les da la espalda, dicen que para atender problemas propios, y construye vallas para no dejar entrar a nadie en su territorio, el asunto es todavía más grave. EL IDH caerá todavía más si se limita la Ayuda al Desarrollo; algo así dicen tanto el Instituto Elcano como el Banco Mundial. Ya pronostica la OCDE que el coronavirus va a frenar de forma significativa la economía y eso significa problemas para los ricos, y hambre para los pobres. No se trata de ser agoreros, solamente invitar a pensar.

Copiamos textualmente una consideración final del informe del PNUD de este año que deberían llevarnos a una profunda reflexión:

Estas desigualdades del desarrollo humano constituyen un obstáculo crucial para hacer realidad la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible. No son únicamente disparidades en términos de ingreso y riqueza. Tampoco pueden explicarse utilizando únicamente medidas sintéticas de desigualdad centradas en una sola dimensión, y condicionarán las expectativas de aquellas personas que consigan vivir hasta el siglo XXII. El Informe explora las desigualdades del desarrollo humano más allá del ingreso, más allá de los promedios y más allá del presente. Se pregunta qué tipos de desigualdad son importantes y qué factores las provocan, reconociendo la necesidad de considerar las desigualdades perniciosas como un síntoma de la existencia de problemas más amplios en una sociedad y en una economía. También se plantea qué políticas pueden contribuir a hacer frente a esos factores y ayudar a las naciones a impulsar su crecimiento económico, mejorar su desarrollo humano y reducir las desigualdades.

Al IDH de algunos países, más bien a sus habitantes, solamente les faltaba la irrupción de la pandemia para dejarlos todavía más a la intemperie. Cada persona es una parte del todo, nosotros también. Habríamos de pensar y preguntarnos si nos implicaríamos en hacer realidad el Manifiesto de la OMS para una recuperación saludable de COVID-19, al cual se han adherido ya muchas entidades de todo el mundo. En él se incluyen una serie de “recetas” para una recuperación saludable y verde, consolidada dentro de la incógnita de fragilidad que siempre nos acompañará:

  1. Proteger y preservar la fuente de la salud humana: la naturaleza,
  2. Invertir en servicios esenciales, desde agua y saneamiento hasta energía limpia en instalaciones sanitarias.
  3. Asegurar una transición energética rápida y saludable.
  4. Promover sistemas alimentarios saludables y sostenibles.
  5. Construir ciudades saludables y habitables.
  6. Dejar de usar el dinero de los contribuyentes para financiar la contaminación.

Ya hay personas por todo el mundo que quieren ser parte activa del necesario movimiento global por la salud y el medioambiente, actuando personalmente y demandando a sus Gobiernos que concierten esfuerzos con los sectores económicos y sociales, para dar valor a la ciudadanía en su conjunto. De otra forma se confirmará o no que la actual pandemia nos ha sumido no solo en una debacle económica, sino en una clara suspensión de (c)réditos éticos.

A qué sonará el medioambiente pasados unos años

Como cada 5 de junio, también en este tan pandémico, el medioambiente volará desconfiado. Durante unos días será tan nombrado que acaparará protagonismo en televisiones, periódicos y cadenas de radio. Sin quererlo nos impregnará los pensamientos. Las emociones convivirán con sentimientos placenteros. No faltarán recuerdos de desastres puntuales. Quizás ese día traiga a la memoria compromisos propios o ajenos que quedaron atrás: la emergencia climática entre ellos. El tiempo los borró cuando el mundo convivencial se vino abajo.

En el pasado, el medioambiente se hizo canción y lamento. Dejó ideas críticas en la cultura social. Cada cual las mezcla sin criterios predeterminados. Será por eso que al recordarlas ahora revierten pasión y nostalgia. No les falta un poco de pesimismo. Unas de estas las declamaba el cantor multicultural Georges Moustaki. Hacia 1970 ya poemaba que existió en tiempos un jardín llamado Tierra. Se trataba de un lugar mágico. No lo habían conocido los niños de aquellos años, que siempre caminaban sobre el asfalto o el hormigón. Un jardín lo suficientemente grande como para acoger incluso a todos los niños de entonces. Los nietos de unos abuelos muy antepasados. Gentes que lo cuidaron porque lo habían heredado a su vez de los suyos.

Ligadas a esas letras vienen detrás otras. Aquellas del chileno Pablo Neruda. Alertaba por los mismos años acerca de unos hombres “voraces manufacturantes”. Se trataba de los que tomaron un planeta desnudo y lo llenaron de lingotes de aluminio. Seguramente impulsados maquinalmente por unos intestinos eléctricos. Dónde jugarán los niños, se preguntaban los mexicanos Maná. Hay otros muchos cantos sin rima pero con hondo sentimiento. La ONU se empeña una y otra vez en avisar a las instituciones de gobernanza mundial de que deben promover un mundo más justo e igualitario en un medioambiente compartido. Vivir en común exige más transparencia y una continuada rendición de cuentas. Conocer el peligro anima a la sociedad civil a la defensa de sus espacios naturales o sociales. Los cantores hablan de paraísos perdidos. Cualquiera de esos expresa una parte de vida y esperanza. Trae una voluntad de transformación. Se hace leve porque las desigualdades no paran de crecer.

Cada cual tendrá sus deseos de vida. Para bastante gente el 5 de junio busca retomar en cierta manera los muchos futuros arrancados. Conseguir aquel reto filosófico de María Zambrano que aspiraba a convertir lo imposible en verdadero. La pandemia nos ha situado en una región fingida, en un mundo inverosímil por cierto. En estas condiciones, la celebración del Día Mundial del Medio Ambiente se convierte en un realismo mordiente. La necesaria rebelión nos lleva a la variación de modelos y tradiciones. Hay que amar la tierra para no perderla, cantaba el colombiano Juanes. La tierra donde nacimos ya no tiene fronteras. ¿Estará en lo salvaje, en la montaña salvadora plena de voces de tiempos remotos en donde cada día se puede caminar en libertad? Cantan los aragoneses de Amaral.

El coronavirus mira con desdén al medioambiente. El medioambiente espera algo de la pandemia. De vez en cuando toca soñar que es posible vivir todos juntos. El devenir diario se empeña en despertarnos. El medioambiente lleva tiempo en pandemias diversas. Por doquier asoman procesos sociales y ecológicos que no logran nuestro entendimiento. Se complica la búsqueda de soluciones pues cada cual mira por lo suyo. Este 5 de junio de 2020 no debería ser un día más. De sopetón, nos encontramos ante un ciclo de vida nuevo, largo o corto. Complejo de entender, pues nos llegó con las emociones hechas un collage. Pero hay que explorarlo porque la vida ya desbordó las capacidades de la Tierra.

El medioambiente canta su desdicha en palabras seleccionados a ambos lados del Atlántico, clama nuestra ayuda. Nos pide estrategias de vida diferentes a las que nos han llevado a él, apoyadas únicamente al vulnerable desarrollo sin límites alentado por el consumo acumulado. El coronavirus también es medioambiente y ha paralizado desarrollo y consumismo, ambos vulnerables. El medioambiente poco esperará de quienes han engañado a la gente. Confía más en que la ciudadanía les obligue a rectificar. Este 5 de junio está plagado de hechos e incertidumbres. La situación global es de emergencia en los ámbitos de salud, social, ecológico y económico. Todo el medioambiente es interacción. Hasta el viscoso miedo actual. “La Tierra tiene fiebre, necesita amor que le cure la penita que sufre” cantaba Bebe.

Para reducir los efectos del ciclo amenazante toca soñar. Lo pequeño puede ser hermoso para quien intente verlo así. Se dice desde hace tiempo. Podemos limitar los destrozos si acopiamos deseos y gestos. Lograrlo o no es otra cosa. Siempre queda algo de satisfacción por haberlo intentado. Luchemos por hacer realizar lemas colectivos. El argentino Mario Bunge nos declamaba aquello de “Evolución sí, destrucción desaforada no”. La biosfera se empobrece como consecuencia de la absurda y acelerada depredación de los recursos naturales con la excusa del desarrollo.

En todo el mundo somos ya 7.800 millones de habitantes. Imposible vivir sin estropear un poco el planeta. Si queremos mantenernos, habremos de pasar de ser sus torpes explotadores -dentro del género humano hay demasiados- a convertirnos en sabios administradores. Una parte importante del medioambiente somos nosotros. ¿Qué especie aniquila de golpe su sustento o su nicho ecológico? La humana cree que puede dominarlo todo. Llegó un diminuto virus y en unos meses le recordó su fragilidad.

No falta quien pronostica que este 5 de junio será renovador. La pandemia hará sonar el mensaje de que el principio básico de la vida es la asunción de un nuevo código ético. Este supone la aceptación de la finitud de los recursos del planeta. Resalta la interconexión entre todos los seres vivos que lo habitan, sean personas o no, vivan cerca o lejos. La fragilidad y el cúmulo de incertezas que nos ha dejado la pandemia deberían acabar con las pompas fantásticas de la vida. Aunque suene a fábula, solo cabe implicarse en la participación social y armarse de educación para la sostenibilidad. Este proceso será lento y siempre dejará algo pendiente. Convirtamos este complejo momento en el comienzo de la esperanza ambiental, al menos ante la emergencia climática. Descarbonizar nuestra vida es una necesidad urgente, qué no suene a soflama ecologista.

¡El yo está acabado, viva el medioambiente! Esperamos que vibre bien para las generaciones futuras. Ojalá que estas sepan poemarle cuidados de amistad.

(GTRES)