Mascarillas mentales frente al cambio climático

El cambio climático, que no se ha ido de nuestra vida, ha quedado sepultado por las trágicas consecuencias de la pandemia vírica. A esta, el confinamiento y las medidas de higiene de manos, han conseguido pararla por ahora. Así se han evitado muchos contagios y salvadas muchas vidas. Además del buen hacer de los servicios sanitarios y públicos, también han ayudado las mascarillas; casi las consideramos algo propio. ¡Quién iba a decírnoslo hace tres meses! A lo largo del proceso vivido, la reacción ha sido más tardana de lo conveniente y con una organización mejorable. Aún así se ha producido una lucha colectiva ante la hecatombe generada en la salud colectiva; ha sido posible porque la especie humana, como buena parte de los animales, tiene un cerebro preparado para responder a puntuales sucesos catastróficos, visibles y contundentes. Ese mecanismo lo emplean los gobernantes y lo enseñan a sus ciudadanos. Cuando en estos falta la respuesta personal, la imposición doblega voluntades que de otra forma hubiera sido muy difícil controlar. Después vendrá preocuparse por el desastre económico generado, cuyas secuelas arrastraremos a lo largo de bastantes años. Pero lo urgente era atender el problema de la salud colectiva.

Aun con todo, a pesar de los recientes episodios de masas tras los pases de fases de desescalada que ponen en peligro los esfuerzos colectivos en España y en otros países de la UE, podríamos calificar como adecuado el desempeño ciudadano y social. Es muy probable que la pandemia vírica actual sea derrotada más o menos tarde; la vacuna anti SARS llegará o se adoptarán medidas preventivas serias, al menos durante un tiempo. Sin embargo, en el asunto de cambio climático, seguramente es el mayor reto de salud que hay planteado actualmente, casi nadie piensa, a pesar de preocupación de hace unos meses, cuando era noticia permanente en los medios de comunicación. No se han usado ningún tipo de mascarillas mentales y vivenciales –estas serían construcciones emocionales o razonadas que evitan pasar hacia muy adentro los peligros y como reacción expanden hacia afuera la participación- para evitar sus estragos. Si se ha hecho algo, casi siempre se ha actuado tarde, mal y a desgana, con leves correcciones. Craso error. Ahí sigue, en tierra de nadie porque no hay vacuna mental inmediata y los laboratorios del pensamiento no están en ello o no se les hace caso. Bueno, algunos equipos investigan y razonan, como es el caso del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) o las organizaciones ecologistas como Greenpeace o Ecologistas en Acción. También otras implicaciones como la Fundación Bill y Melinda Gates, por poner solo unos pocos ejemplos; acaso citar también las continuas llamadas de la ONU.

(JORGE PARÍS)

Afrontar el cambio climático requiere escalas de cooperación global, todavía más exigentes que con la Covid 19; necesita cambios muy profundos en nuestro comportamiento actual en relación con el planeta y sus habitantes, entre el presente y el futuro. El cambio climático, como en el caso de la covid-19, traerá graves problemas de salud junto con transformaciones sorprendentes en la economía y en los estilos de vida. Algunos pueden parecer sorprendentes pero es probable que sean imprescindibles, y no servirá solo con protegernos con mascarillas construidas con sabiduría social y compromiso, o someternos a confinamientos y a portar permanentemente las mascarillas físicas. Como ha sucedido con la pandemia, el cambio climático lastimará mucho más a los más vulnerables tanto de los países ricos –mayores, con patologías previas, inmigrantes, personas invisibles, etc.- como a un porcentaje mucho mayor en los países de ingresos bajos o medios. Tendrá consecuencias graves en el sistema social, en la economía y en la salud, como ahora.

En el caso de la pandemia vírica hubo avisos no atendidos, fallaron los sistemas de alerta y la actuación de quienes dicen que nos protegen. Con respecto al cambio climático como emergencia global, ha sido largamente anunciado con alta probabilidad de que trastorne todo. A pesar de la reiteración de los científicos, las alertas son desatendidas por los Gobiernos y las empresas, incapaces de ver más allá de los números del PIB o de la ganancia mercantil; hay que decir que últimamente unos y otras se están vistiendo de verde, con trajes de fiesta en ocasiones pero con monos de trabajo en otras. Sin embargo, pasará el tiempo y llegará el olvido, que siempre es traicionero. Cabe sospechar que detrás de la dejadez esté la prepotencia y la soberbia de los seres humanos, que arrincona el acopio de argumentos con los que tendrán para enfrentarse a los desastres climáticos que llegarán. Como con la pandemia vírica, la fragilidad, esa propiedad consustancial con nuestra vida, debería ser la que nos impulsase a construirnos una mascarilla protectora a todos: Gobiernos, empresas y agentes sociales, también a la ciudadanía en forma de actuaciones para mitigar los efectos ya visibles y adaptar nuestros estilos de vida a nuevas realidades, siempre inestables.

No se nos debe olvidar que la crisis/emergencia climática es el resultado esperado de la sobreexplotación de los recursos naturales y el consumo irracional de todo, no solo de combustibles fósiles. La elevadísima concentración de gases de efecto invernadero no surge de casualidad, como defienden los negacionistas, gente del tipo de los esperpentos que mandan en los Estados Unidos de América del Norte o del Sur. Pero no son los únicos que se apoyan en falsas verdades y se desentienden de sus errores. ¡Como los Gobiernos de todo el mundo no tomen medidas drásticas del estilo de las que están derrotando la extensión de la pandemia, la convivencia universal se pondrá muy inestable! Una cosa parece clara: para que se tomen medidas radicales, pensando en la eficacia colectiva y no solo en los dividendos del capital circulante o escondido, hay que estar convencidos. No basta con decir en una encuesta que estado del medio ambiente preocupa mucho.

En este asunto de la acción colectiva frente a la emergencia climática tenemos un problema: no se ven los desastres acumulados en un par de semanas, por ejemplo, ni se conoce si se ha acertado tomando tal o cual medida. El cerebro humano no está entrenado para entender el efecto acumulado de los pesares; ¡Qué decir de la responsabilidad ciudadana! Frente a esta cualidad, el cambio climático es una sucesión de momentos y acciones más o menos críticas. Como pronto, si nos proponemos de verdad luchar contra los usos que generan el cambio climático, se tardará al menos 25 años en ver efectos claros. Lo del presente no es de ahora, viene de 50 o 25 años antes. Sin ir más lejos, las magnitudes en deterioro de la salud dentro de 25 años, si no se hace lo que se debe –combinación de medidas ecológicas, sociales y económicas- multiplicarán por mucho las de la actual pandemia. En estos días, buena parte de la gente admite como imprescindible el uso de la mascarilla. Es posible que se vean estampas similares en momentos concretos, en ciudades determinadas ante la contaminación del aire, una de las aristas del cambio climático. Hemos leído recientemente que las muertes evitadas por la evidente mejora en la contaminación a causa de la reclusión y la drástica reducción de la actividad han salvado hasta ahora el doble de vidas que se ha llevado por delante la pandemia vírica. La diatriba entre proteger la salud o la economía va a ser algo que habrá que gestionar con sabiduría acordada, no dándole la razón a quién más chille o más votos o dineros tengan.

Pero como siempre, habrá quien pasará del cambio climático, evitará el uso de mascarillas colectivas para pensar; esa gente se mantiene convencida de la supuesta individualización del destino. Así lo ha hecho durante estos días con la pandemia vírica.

1 comentario · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser variegata.es

    El cambio climatico sera inevitable leyendo cosas como estas se sabe

    09 junio 2020 | 5:48 pm

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