Las imágenes de ciudades difuminadas en edificios ocultos y gente silueteada por la contaminación del aire, como las chinas en determinadas épocas, o Madrid y Barcelona, nos alertan una y otra vez de que la vida es aglomerada; en realidad un complejo invento que sirve mientras dura, permanece si no explota. La contaminación del aire es un signo distintivo de la urbanización; podría representar el símbolo de varios aconteceres que el tiempo ha ido combinando de forma más o menos organizada. Entre todos forman un escenario muy complejo que si hiciera falta concretar en una sola idea me inclinaría por decir que es mucha gente que aspira a vivir, sin más, o a vivir sin menos. Pero nada más formularla se complica ya que cada vez más gente se concentra en los mismos sitios y quiere hacer lo mismo.
Como la hipermovilidad era un signo del motor económico dominante hasta hace un par de meses, casi nadie se preguntaba si los rumores de los apocalípticos ambientalistas se confirmarían. Sorprendía la falta de escucha pues las muertes directamente relacionadas con la calidad del aire suponían en el año 2016 la cifra de 800.000 en Europa, 133 por cada 100.000 habitantes (European Herat Journal). La disminución/restricción de los movimientos motorizados – en España un 50 % de media según detalla en un informe Ecologistas en Acción-con la covid-19 ha devuelto la transparencia a los cielos de las ciudades chinas, europeas y suponemos que de todo el mundo, pues el transporte es el causante de más de la mitad de la contaminación. Pero el asunto es puntual y territorial, no nos felicitemos tan pronto. Según mide la NOAA (National Oceanic and Atmospheric Administration) en fecha 2 de mayo los niveles de CO2 en la atmósfera eran superiores a los de hace un año, pues cuando el dióxido sube es para quedarse un largo tiempo. Las organizaciones ecologistas y varias instituciones científicas que investigan la salud atribuyen esta contaminante pandemia sanitaria -ya permanente y con extensiones por todo el mundo- al descuido general, a la incompetencia de gobiernos y empresas y al egoísmo de todos, que impregna la vida en común. Por eso, desde su investigación acumulada reclaman que los coches pierdan protagonismo en las ciudades tras el paso de coronavirus. A la vez advierten de que los mensajes de las autoridades para la prevención al virus están desaconsejando el uso del transporte público, sin avisar de que la medida debe ser temporal, a la espera de concretar medidas acordes con los nuevos tiempos.
Cuesta entender que ante las cifras de afectados en la salud por la contaminación del aire no se produzca una acción gubernativa más contundente y que no haya una eclosión de la furia colectiva; una rebelión ciudadana que lleve a un cambio de estilo de vida. Será porque la gente piensa que respirar aire envenenado en nuestras ciudades es algo intrínseco a la existencia actual. Además, nadie muere de golpe en la calle o se lo llevan los servicios de emergencia, tampoco nos enteramos de que haya habido un ingreso generalizado de pacientes cardiovasculares o respiratorios. Por lo que fuere, las tímidas protestas que en algún momento saltan a los medios informativos, en forma casi siempre de rabias ecologistas o de jóvenes más o menos concienciados, no consiguen cambiar el cuestionable destino de los urbanitas. A pesar de que todo lo razonado sobre contaminación y salud por las comunidades científica y sanitaria fuesen simplemente rumores o falsas y tendenciosas informaciones; por más que procedan de la ciencia agrupada en institutos de investigación tan prestigiosos como el ISGlobal de Barcelona, que alertaba en febrero pasado de que casi la mitad de los casos de asma infantil de esa ciudad estaban relacionados con la contaminación del aire.
Si la tendencia de movilidad mostrada antes de la covid-19 se recuperase dentro de unos meses o años, va a resultar muy difícil que la ciudadanía puede escapar del peligro, de su gravedad y del grado de tormento que puede suponer vivir sin más; en este caso sí que vale el con menos, pero aplicado a la contaminación y a otros aspectos. Sucede esto en muchas calles de casi todas ciudades, pero lógicamente lo tienen peor las personas que viven en grandes urbes. Por eso se entiende que los urbanitas huyan fuera de ellas a la menor ocasión que tienen, un día festivo sin ir más lejos. Así, sus caravanas contaminantes añaden partículas al aire infecto, pues las echan el día que se van y el que vuelven.
Lo que sorprende es la distinta percepción de la creciente mala salud progresiva provocada por la contaminación y la emergencia sanitaria que ahora nos afecta. Tiene su explicación. En cada pandemia se ha buscado a los responsables de introducirla; casi siempre gente de fuera, agentes de otros mundos como sucedió en la peste antonina. Por el contrario, pensemos en la multiplicación de enfermedades ligadas a la calidad del aire respirado. Esta aparece como esa cosa, no siempre tangible, de la que muchos hablan y poco conocemos la gente corriente. A pesar de que cada vez haya más voces que dicen que se trata de una consecuencia de las derivas de la vida actual. No hay culpables identificados ni vector cero señalado, ¡Cómo llamarla pandemia!
Habrá que decirlo más veces o más fuerte: la plaga contaminante no viene de fuera, está dentro. Golpea ya a muchas personas, en sitios muy diversos y alejados. Sería el momento de reparar en ella, ahora que la preocupación por la salud universal parece que se ha despertado. Vendría bien pensar colectivamente si, al hilo de la covid-19, no merecería llevar a cabo un replanteamiento universal de hacia dónde nos dirigimos, qué queremos ser pasados unos meses o años. Algunos estudios, pendientes de mayor profundidad y acompañamiento, asocian contaminación del aire y mayor incidencia del coronavirus, en particular por la previa exposición a las PM 2,5 que perjudica a los sistemas respiratorio y cardiovascular y aumenta el riesgo de mortalidad. También se dice que el virus viaja más lejos cuando se une a estas partículas contaminantes. Por eso, urge redefinir la vida en relación con el efecto contaminante del masivo uso del transporte privado.
Da miedo tal calamidad de salud, pero este temor provoca respuestas diferentes en contextos similares. Es hora de afrontar situaciones derivadas de la vida actual, basada en el logro inmediato de los deseos; es lo que venden ciertos dirigentes y casi todos los entramados comerciales y empresariales. Una última sospecha a modo de corolario: habrá que pensar si cuando se teme a algo que hemos construido nosotros no será porque le hemos concedido demasiado poder.
La próxima de la OMS será que los alérgicos son potenciales transmisores y receptores del coronavirus.
14 mayo 2020 | 10:56 am