La verdad en tiempos de la Covid-19

Es posible que el momento actual hubiera inspirado a García Márquez una nueva novela sobre la condición humana, trayendo a cuento alguno de sus grandes amores y desafectos. En este convulso periodo pandémico, la gestión de la verdad ha sido una de las dolencias más extendidas, lo cual nos da argumento para hilvanar este y muchos artículos. No es aventurado empezar opinando que cada cual construye con los hechos y sentimientos una idea/verdad, que se está viendo bastante condicionada por aquellos que chillan más o dicen las cosas con palabras más gruesas. Esta estrategia belicosa la emplean bastantes los actuales grandes opinadores que invaden las cadenas de los medios de comunicación, incluso algunos ejercen de soliviantadores de oficio. Qué decir de los políticos que hacen interpretaciones banales de lo que la ciencia ni siquiera se atreve a considerar imaginariamente cierto. En el castigado escenario español de la Covid abundan de los unos y de los otros. Así no es de extrañar que cada vez sean más los ciudadanos que ya no soportan sus peleas para defender su parcial interpretación de la pandemia y sus consecuencias. ¡Con lo bien que nos iría una verdad acordada! Al despiste contribuyen las autoridades sanitarias de algunas CC.AA. y el Gobierno. Ni siquiera se ponen de acuerdo para contar afectados; cada cual utiliza sus varas de medir para atizar al otro. Suponemos que habrían de considerar los detalles de aquello que Antonio Machado apuntaba en el sentido de que “la verdad es lo que es, y sigue siéndolo aunque se piense al revés” o cuando se pregunta en un proverbio de Nuevas canciones. “¿Dijiste media verdad? Dirán dos veces que mientes si dices la otra mitad”.

La mayoría de la gente va buscando razones para explicar lo que no entiende. Había visto en muchas películas aquello de “Jura decir toda la verdad y nada más que la verdad”, y se había creído el lema existencial. Toda la sinceridad es simplemente un deseo porque quienes saben más se guardarán una parte, bien porque dudan o quizás porque no quieren que el resto de la gente los incomode con preguntas inconvenientes, pues ya se sabe que hay una tendencia cada vez más extendida a dar al pensamiento o a las palabras munición crítica para molestar a quien tiene responsabilidades. Si bien, todavía bastante gente quiere sentir veracidad en el ejercicio de transparencia informativa a la que están obligados quienes tienen algo de poder. Habría que volver a reparar que no es lo mismo una verdad que la verdad, se tratan de ámbitos metafísicos y epistemológicos que a veces se entienden y otras no. Tampoco olvidar que no es sencillo compatibilizar las diversas perspectivas que cualquier escena de la realidad admite. Habría que considerar la claridad de aquello que alguna vez escribió Daniel Innerarity de que la sociedad es un conjunto mal avenido de perspectivas.

Buena parte de la evidencia de hoy cambiará mañana pues los científicos nos avisan de su sabia y prudente ignorancia acerca de la evolución de la respuesta biológica a lo desconocido. Por eso se reservan algo. Porque a veces, el conocimiento de los detalles lastima las esperanzas, la sinceridad no siempre es generosa. No todas las personas digieren igual lo que conocen, por más explicaciones que se den, pues cada cual gestiona lo presuntamente cierto a su manera. En consecuencia no parece descabellado oficiar las verdades para que impregnen bien la voluntad común. Pero aun con la dificultad del momento, de esta covid se pueden extraer enseñanzas. Puede ser que algunas se conviertan en inseguras certezas. Valga como ejemplo el asunto de la movilidad personal y social, que a lo largo de las últimas décadas habíamos asociado a libertad.

(JORGE PARÍS)

En estos días de confinamiento algunos miramos por la ventana para que la verdad se aparezca. ¡Qué ilusión más hipotética! Es mejor eso que escuchar noticias y datos que no hacen sino configurar un mundo marcadamente ruidoso, demasiado grande, excesivamente rápido. Casi la reclusión resulta un alivio momentáneo para quienes no somos extrovertidos hiperactivos. Nos llama el tiempo para decirnos que necesita algo más que un reloj para medir las certezas, para calcularnos cuándo las encontraremos. Nos recuerda que quien marca su ritmo es la inmensa red social -ahora parcialmente confinada- en busca de sus verdades, esas que están condicionadas por millones de invisibles hilos de influjos y dependencias.

Lo cierto, mal que nos pese, es que somos débiles e indefensos ante amenazas víricas o de otro tipo. Necesitaríamos muchos y mejores cuidados, desinfecciones varias. También el jabón andaba como protagonista, en este caso de desencuentros de pareja, para el médico Juvenal Urbino, ese que se dedicó a acabar con el cólera según cuenta García Márquez. Aún es más débil toda esa gente cuya vida ya era complicada, que necesitaba y no tenía el socorro de quienes gozaban de seguridades varias; ahora lo único que desea es su supervivencia. La verdad no reconocida se podría llamar también miedo a la enfermedad, que los hipocondríacos, somos legión aunque no lo parezca, adornamos con argumentos para ponernos a salvo. No dudamos en criticar lo de los otros si no nos acomoda, tratándoles incluso de mentirosos compulsivos. Mal que nos pese, aunque dañe nuestras conciencias, una afirmación candidata a verdad es que somos diferentes, o menos iguales de lo que dábamos por supuesto y pocas veces nos molestábamos en desentrañar. Pero, ¿quién sabe si la Covid nos ha hecho más iguales? No ha distinguido entre razas, países, edades, ricos o pobres, célebres o anónimos, etc., por más que sí se haya cebado con los vulnerables.

Lo más probable es que la crisis actual socave principios que creíamos inamovibles, casi religiosamente ciertos. Podríamos empezar a reconocer que estábamos engañados por las verdades ocultas cuando creíamos que lo podíamos todo y el mundo nos pertenecía para siempre. Se avecinan escenarios nuevos; necesitamos papeles y verdades más consolidadas para afrontarlos. Incluso han quien dice por ahí que tras esto emergerá un nuevo orden mundial. Acaso nos preparará para otra batalla –que llegará aunque no se sabe ni cuándo ni cómo- dentro de una nueva realidad que no alcanzamos ni siquiera a imaginar. Lo que sí lleva camino de ser probable es que muchas cosas no serán como antes. “En este mundo traidor, no hay verdad ni mentira: todo es según el cristal con que se mira”, dijo Ramón de Campoamor.

Solo un deseo para terminar. Que no nos suceda aquello que cuenta García Márquez del matrimonio protagonista de El amor en los tiempos del cólera que “si algo habían aprendido juntos era que la sabiduría llega cuando ya no sirve para nada”. Posiblemente la única verdad absoluta es su relatividad; algo así dijo André Maurois y puede que estuviese en lo cierto. Casa con el francés aquello que expresaba Machado en lección de Juan de Mairena a sus alumnos en el año 1936: “La inseguridad, la incertidumbre, la desconfianza, son acaso nuestras únicas verdades. Hay que aferrarse a ellas”. Parece que estaba hablando de la Covid-19. El tiempo nos traerá detalles ciertos o dudosos pues las ideadas verdades, compartidas o no, acertadas o no, son una parte de su discurrir si sabemos medirlas bien para seguir adelante con menos desigualdades.

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