La gente pasa del ‘contaminavirus’, que se extiende sin control

Mal lo están pasando quienes sufren los efectos de ese coronavirus virus tan transferible que viaja sin control por todo el mundo. Las autoridades sanitarias de cada país tratan de cercarlo para que no dañe más de lo que lo hace. ¿Y aquí? Cada vez aumentan, ligeramente hasta ahora, más los casos, unos importados y otros de los que se desconoce su origen. Esperemos que el asunto se controle y no cause más daños a las personas ni a la vida corriente, economía incluida, que se ha tambaleado como pocos podían imaginar. Si atendemos a lo que dicen las encuestas publicadas recientemente, unos dos tercios de los españoles viven pendientes del coronavirus COVID-19 pero sin alarma. Resistencia tienen pues si no se inquietan después de las horas de información televisiva sobre el asunto, de los múltiples engarces en los otros medios de comunicación, del bombardeo de las redes sociales, que aturden más que informan. Si después de todo esto no caen en la histeria es que son muy fuertes o que ven las cosas desde lejos, que es una práctica que no es la primera vez que emplean para protegerse de las incertidumbres. Sin embargo, a pesar de pasar del nerviosismo, más de la mitad manifestaba en una encuesta reciente que había reforzado sus medidas de higiene y un tercio evitaba las multitudes. No es mala práctica para contener las incógnitas ambientales.

Pero aquí no vamos a hablar del COVID-19. El no inquietarse es una práctica que se repite. Les sucede a los españoles, a mucha gente del mundo mundial también, con el asunto de la contaminación del aire; lo que en el título hemos llamado con cierta licencia lingüística ‘contaminavirus’. Bueno, en realidad hemos utilizado esa definición de la RAE que dice que virus es un “programa introducido subrepticiamente en la memoria de una computadora que al activarse afecta al funcionamiento destruyendo total o parcialmente la información almacenada”. Cambiemos programa por masa contaminante, memoria por aire e información almacenada por la vida corriente de las personas y verán que no está tal mal traída la comparación. Bueno, casi todas las comparaciones son endebles; esta se refiere más a comportamientos sociales que al hecho en sí. En realidad no es lo mismo, pues el virus es una estructura de ARN que campa a sus anchas allá donde le dejan, anclado en células o no, y la contaminación del aire son restos de materia inorgánica, en la mayor parte, procedentes de actividades que todos hacemos cada día, que está por todos sitios, de forma especial en las ciudades que es donde vivimos la mayoría de la gente. A estas último vector de deterioro de la salud no le hacemos ni caso, será por eso de la familiaridad, o porque los residuos son muy nuestros; mientras que a los coronavirus, el último ya tiene cogidos a más de un centenar de españoles, les tenemos más miedo por desconocidos. Además no los vemos ni olemos, y eso siempre preocupa.

El caso es que estos días las bolsas tiemblan, las economías se ven amenazadas, las fábricas se cierran y se suspenden actos deportivos y de todo tipo. Ayer mismo se hablaba de cerrar escuelas en algunas ciudades españolas. Si los científicos lo sugieren será porque lo considerarán necesario para proteger la salud colectiva; nada que objetar. Imaginemos que la OMS declarara una epidemia, o algo así, relacionada con la contaminación del aire. Ya avisa una y otra vez que se incrementan los episodios de enfermedades respiratorias agudas que afectan a muchas personas simultáneamente; lo cual ya constituye una emergencia. Seguramente la gente se movería por las ciudades con mascarillas de las buenas, o estaría confinada en su casa. Se habría suspendido no solo la circulación de coches por las calles sino el transporte de mercancías. Antes se habrían cerrado los centros educativos emplazados en calles de peligrosa contaminación del aire; la plataforma Eixample respira de Barcelona viene denunciando que la mitad de los centros de su ciudad superan los niveles de contaminación recomendados. Si se declarara la emergencia contaminante, las autoridades sanitarias de todas las administraciones se reunirían todos los días y en la tele y las tertulias no se hablaría de otra cosa. Sin embargo, la cosa no funciona así; no se hace caso de los peligros cotidianos.

Reflejo del conductor de un vehículo que usa mascarilla para protegerse. (EFE/ Marcos Pin)


¿Por qué cuesta reconocer que respiramos un aire que envenena, que enferma y mata más lentamente que un coronavirus pero se extiende por todos los lados? La Fundación Española del Corazón alerta de que unas 30.000 muertes anuales en España están vinculadas a la contaminación al aire respirado, buena parte de las cardiovasculares entre ellas. Ante semejante emergencia, que lo es claramente, los gobiernos miran para otro lado; la gente calla y no se alarma como con el coronavirus dichoso, incluso se sienta a tomar algo en terrazas situadas en calles con niveles de contaminación alarmantes, sin hacer caso a los chorros pestilentes que les lanzan por el aire autobuses y coches. Una pregunta bienintencionada. ¿Cómo cambiaría la vida si las autoridades, sanitarias o no, tomasen este asunto, que no va a mejor, como una pandemia coronavírica y desarrollasen serios protocolos de prevención y atención? Imaginemos que funcionan los sistemas de vigilancia, que cada administración conoce sus procedimientos de actuación, se identifican las zonas de riesgo, se coordinan el Gobierno central y las CC.AA., los expertos dictaminan lo que hay que hacer en cada caso en lugar de ser los políticos, se suspenden actividades potencialmente generadoras de la multiplicación de afectados. Es probable que las urgencias diarias de los hospitales se aligerasen.

Otra cuestión que se nos escapa: ¿La autoridades sanitarias de cada CC AA informan a la ciudadanía de cuántas afecciones, hospitalizaciones o muertes se producen en su territorio ligadas a la contaminación del aire? Ahora mismo, el doctor Simón, un científico experimentado, con sabiduría y aplomo admirables, se responsabiliza de dar una información detallada y coherente a la población sobre el avance de coronavirus y las medidas que se toman en cada caso. ¿Se instaurará la figura del relator de la contaminación del aire en cada ciudad para educar y prevenir a sus habitantes? Los paneles informativos que algunos municipios han instalado no consiguen hacer relevante el problema. Se impone la comunicación y la actuación preventiva. Pues eso, que ni las autoridades, ni las empresas ni la ciudadanía pueden pasar del ‘contaminavirus’, una vez que lo del coronavirus se pase.

Se podría aprovechar la situación actual para hacer pedagogía sobre la indefensión social ante la incertidumbre que llevan consigo los problemas globales. Se salvan destrozos si hay una acción coordinada, una buena información y unos protocolos basados siempre en la debilidad de la especie que se cree dominadora de todo. Si se quieren enterar de las ciudades españolas donde más se enfermará por respirar miren en la página de la OCU.

3 comentarios · Escribe aquí tu comentario

  1. Dice ser Yo

    Buen artículo

    03 marzo 2020 | 9:58 am

  2. Dice ser Fernanda

    Es necesario dar un giro a nuestro estilo de vida en la ciudad. Ciudades más verdes ya!!!!

    16 mayo 2020 | 10:35 am

  3. Dice ser Gerardo

    Buena información. Como bien dices, será necesario hacer pedagogía a partir de ahora por unos nuevos hábitos más saludables.

    17 mayo 2020 | 12:53 pm

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