Archivo de enero, 2020

La incipiente batalla climática de la UE

Parece que la UE, si bien como conjunto no totalmente definido, quiere salir del limbo en el que se había refugiado ante las inclemencias climáticas.

(EFE/ARCHIVO)

Cada país, más o menos, se inventaba cositas para que la conciencia ambiental no estuviese siempre con la matraca del clima; en realidad Polonia y compañía (Hungría, República Checa, etc.) pasan del asunto. Ahora, no se sabe con certeza si debido a la presión ciudadana en varios países, un poco descoordinada y algo desorientada todavía, o porque los gobiernos se empiezan a creer lo que los científicos llevan diciéndoles hace décadas, la Unión Europea se ha decidido a plantar batalla al enemigo común que se identifica como emergencia climática, más bien como catástrofe social y ambiental con flecos preocupantes y episodios más dañinos, también económicos, de lo que se intuía.

La noticia/decisión es importante: la UE dedicará un 25% del presupuesto comunitario a la lucha contra el cambio climático, más o menos un billón de euros, entre los años 2020 y 2030, ese en el que pensamos encontrarnos en la cima de los deseos globales. Aseguran los mandamases comunitarios que el cometido principal hoy mismo es la derrota total de CO2 en el año 2050. Bien empieza el asunto: el enemigo mayor está identificado, los rastros que deja en la vida colectiva han animado a querer aniquilar sus fuentes, allí de donde sale todo para complicarnos todo. El plan de la Comisión (denominado en inglés como Sustainable Europe Investment Plan o SEIP) prevé dedicar una parte de sus presupuestos comunitarios anuales a estimular la inversión descarbonizadora; pretende diseñar una serie de normativas legales que atraigan al capital privado a la causa. Pero además, habrá partidas económicas especiales tanto para los socios de la UE menos ricos como para las regiones con alta dependencia de sistemas energéticos con grandes niveles de emisiones; lean aquí zonas mineras de Asturias o Aragón por ejemplo.

Mineros leoneses y asturianos durante la ‘marcha del carbón’ o ‘marcha negra’ hacia Madrid en 2012.

Pinta bien la cosa. Los lobbys empresariales aplauden de forma casi unánime la batalla reverdecedora, el Pacto Verde. Sin embargo, las organizaciones ecologistas, Greenpeace entre otras pero también el colectivo ecologista European Environmental Bureau (EEB), lo juzgan insuficiente. Incluso la entidad de fiscalización de lobbys Corporate Europe Observatory (CEO), opina que «el EU Green Deal está muy por debajo de lo que se necesita». El tema está tan mal, dicen todos, que son necesarias políticas más contundentes. En fin, bueno o malo, la cosa es que empiece a andar y haya voluntad de descarbonizar la economía; habrá que estar atentos al asunto, más que nada porque actuaciones similares se han difuminado en el tiempo.

En la UE parecen convencidos, a ver si todos los países, agentes sociales, empresas y ciudadanías sienten lo mismo, que “el coste de no hacer nada es mucho más caro que el de actuar con determinación y contundencia”. Algo así dijo  Frans Timmermans, el vicepresidente de la Comisión Europea, encargado del Pacto Verde, cuando presentó el pacto. Anunció la preparación de un borrador para este año 2020 en el que se invitará a los países a que sean climáticamente neutrales en 2050, de un 50% o un 55% en 2030. Para ello prometió informes serios y continuados de los impactos ambientales y económicos. Por las mismas fechas, hace un mes, defendió una «transición» que sea percibida como «justa» por los ciudadanos.

Aquí está el quid de la cuestión: transición significa acción y efecto de pasar, de forma más o menos rápida, de un modo de ser a otro distinto; justa quiere decir ajustada a justicia colectiva y razón objetiva. Esto casa bien con esa frase, que es sobre todo una idea transformadora, repetida varias veces en el informe: nadie debe quedar atrás; menos los más pobres que sin duda serán muy afectados por las repercusiones de la emergencia climática. Hay que creer en esa idea rectora para desarrollar un tránsito hacia un pacto verde que sea razonable, honesto, concienzudo y acordado, que esté asegurado.

Este propósito de la UE sintoniza, en cierta manera es pionero o al menos eso parece, con el propósito Green New Deal Global, estrategia financiera que se argumenta diciendo que el cambio climático es el mayor desafío global al que se enfrenta el mundo en su conjunto, de tal forma que podría ser ya una emergencia existencial.

Desde este blog insistimos una y otra vez en que algo está sucediendo para que la especie que ha reinado en el planeta se preocupe de su futuro, proteste y se enfade por el panorama. Superar el reto, supondrá, según muchos científicos y economistas, asegurar que la especie humana como conjunto ascienda la Cima 2030 y transite sin amarguras hacia el siglo XXII.

En fin, aunque la cuestión pueda parecer capciosa, ahí va: ¿Qué razones hay para oponernos al Pacto Verde cuando nos enfrentamos a una posible extinción, aunque sea parcial?

(Vassil Donev / EFE)

El tizón australiano, un símbolo para la urgente acción ‘ecolectiva’

Decir que han ardido en Australia 11 millones de hectáreas ilustra un desastre sin precedentes. ¡Desde octubre y tantos millones! Algo así como la extensión de toda Bulgaria, que en los mapas de Europa se ve de buen tamaño; o si lo prefieren lo equivalente a una quinta parte de España. Semejante magnitud asusta, nos coloca ante la intemperie, pues algo similar así podría suceder una y otra vez en cualquier lugar. El premio Nobel de Economía Paul Krugman argumentaba en un reciente artículo publicado en The New York Times que lo de Australia se convierte en la nueva normalidad, para ilustrar lo que supone la emergencia climática que algunos contradicen y muchos ignoran. En el artículo llamaba la atención sobre una distracción lingüística, al decir de muchos científicos, que se esconde en el “relacionado con” el cambio climático para ocultar el “causado por”. Esta cuestión debería ser la ventana de realidad que nos ayudara a ver las cosas tal cual son: hay mucha más probabilidad que suceda. Afirmarlo con seguridad no se puede, dada la aleatoriedad del dónde, cuándo y con qué dimensión va a irrumpir ese episodio meteorológico/climático.

EFE/EPA/JAMES GOURLEY

Las impactantes imágenes que las redes han esparcido sobre los efectos de los incendios australianos forman parte de la distracción, luz y color, que nos emociona; pero sin más. Pocas veces somos conscientes del reto ambiental que tenemos por delante, algo enorme que cuestiona el futuro ambiental, económico y social. Los incendios se producían casi todos los años en el verano en el este de Australia (Queensland y Nueva Gales del Sur) pero estos años duran bastante más que antaño. Las reacciones políticas a lo largo del tiempo de las autoridades australianas –da lo mismo que gobiernen conservadores que laboristas- aterran casi más que los incendios. Otro tanto cabe decir de su desprecio por la descarbonización, la salud de los ríos Darling y Murray por vertidos agrícolas y ganaderos y la protección de las aguas marinas limítrofes al continente. Además, en esta zona se concentra casi la mitad de la población australiana, viven al límite de lo que les marcarán el previsible ascenso del nivel de las aguas marinas y los revueltos ciclones extratropicales. Estas incorrectas prácticas gubernativas se dan en otras muchas partes del mundo.

Los grandes incendios, en especial su frecuencia y su gran virulencia, son a la vez símbolo de una naturaleza entrópica, de un calentamiento global, de unas dinámicas climáticas extremas con episodios rápidos y graves. Ante todo, sus nuevas causas y consecuencias evidencian una desidia colectiva y un desprecio grave de gobiernos y ciudadanos ante lo que supone vivir al límite de lo desconocido. Las autoridades australianas, que ignoran eso del cambio climático a pesar de tener informes del año 2008 en los que les avisaban de las catástrofes que provocarían los incendios, han reaccionado esta vez tarde y mal; en Australia del Sur se han cargado a los dromedarios salvajes para que no se bebiesen el agua superficial; la gente clama por los animales muertos, que son incontables y allí vivían especies únicas en el mundo que se perderán para siempre.

EFE/EPA/JAMES GOURLEY


La capacidad de regeneración de los bosques australianos –el fuego es un elemento regenerador- es bien conocida pero la intensidad de los actuales incendios, su recurrencia, hace negar la posibilidad de que recuperen su biodiversidad, de que el eucalipto sí rebrote y adquiera el total protagonismo. Si siente curiosidad por la información actualizada de la evolución de los incendios en el mundo visite el Sistema de Información sobre Incendios para la Gestión de Recursos (FIRMS) de la NASA.

Pasados unos días, cuando el tizón australiano se apague, cuidado con los efectos de las lluvias torrenciales, las cenizas del olvido laminarán la catástrofe. Incluso a pesar de haber tenido que suspender los entrenamientos del Open de Australia –un escaparate mundial del país- por la mala calidad del aire; eso sí, el mundo deportivo ha organizado allí partidos de exhibición para recaudar fondos para que ayuden a reponer una parte de los perdido.

EFE/EPA/DAVE HUNT


Pasarán unos meses, qué digo, unos días, y el olvido y la dejadez reinarán hasta que llegue otra catástrofe de mismo signo o no, allí o en cualquier parte del mundo. Poco importarán los daños ambientales y en la salud de las personas, casi nada habremos aprendido lejos de Australia, ni siquiera nos quedará el aviso de uno de los símbolos de la incertidumbre: se nos quema la casa. ¡Ojo!, expertos forestales alertan de que los megaincendios superan la capacidad de extinción.

Podríamos pensar que Australia, símbolo y borrón social a la vez, es un caso especial y además nos queda muy lejos. Pero detrás de la proliferación de episodios de la naturaleza, desmesurados por sus efectos, están nuestros modelos de vida. A pesar de las alertas de la Organización Meteorológica Mundial (OMM), mucho nos tememos que la negación del cambio climático, u otros fenómenos asociados a la mala gestión de la enrevesada existencia colectiva -como puede ser la contaminación del aire de las zonas urbanas- seguirá, pase lo que pase. De conservar a los negacionistas y hacer que rebroten nuevos bosques de estos –que en España son hasta responsables políticos que niegan que la contaminación mate– ya se ocuparán quienes por ahí incentivan mentiras ciertas. Más de una vez nos preguntamos en este blog qué hace falta para que se aprecie que algo parecido al imaginado caos antrópico, el colapso más o menos parcial de territorios o gentes, no es ahora quimérico. Sea evitable o no, lo cierto es que el asunto tiene mala pinta, pero lo que es seguro que ni la inacción ni la resignación apagan los fuegos apocalípticos.

Se dice por ahí que quizás haya que convencer a la gente ofreciendo empleos verdes, que consoliden sociedades más sostenibles; algo se hace pero es necesario mucho más. El año 2020 ha nacido pensando en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), como promocionan gobiernos y empresas para que todos nos encontremos en La Cima 2030 que aquí imaginamos; hasta hemos visto los ODS en los calendarios que los grandes bancos regalan a sus clientes. En las televisiones y radios salen cortes publicitarios y se emiten programas que hablan de ellos. ¿Será esa la naciente esperanza? El nuevo Gobierno de España tendrá una Secretaría de Estado para la Agenda 2030; varias CC AA cuentan con Direcciones Generales o algo similar. Habremos de estar atentos a lo que se esconde detrás de palabras y eslóganes para acompañar cada uno de nosotros las buenas intenciones con participación ‘ecolectiva’; esa sí que podría reducir los efectos de los incendios, de otros episodios de la naturaleza con efectos críticos que nunca nos abandonarán del todo.

Lean Australia, crónica de una tragedia por venir en el blog que mantiene la Fundación Renovables en 20minutos.es y compondrán una visión completa de lo que tenemos por delante.

Mi, tu, su planeta tierra

Este planeta, el lugar que nos procura vida y felicidades varias, es algo único, que se sepa. Nadie tiene la propiedad, que se conozca. No vale la pena perder el tiempo en saber si es mío, tuyo; acaso nuestro, vuestro o más bien suyo (de él mismo queremos decir). ¿O sí? Si ocurriese esto último, siempre deberíamos darle las gracias por prestarnos, que no darnos, una parte de sí mismo cada día. La pena es que quienes saben de estas cosas, los científicos, aseguran que está maltrecho. Para confirmar los malos augurios basta leer la prensa o escuchar las noticias: durante el año 2019 sufrió, si se puede hablar así refiriéndose al planeta, varios varapalos que nos demuestran que el planeta evoluciona, no sabemos si hacia delante o hacia atrás, si crece o se desarrolla.

En esta tesitura, para complicar un poco más nuestros pensamientos, nos surge una duda: ¿No se aplicarán el “suyo” quienes mueven los hilos, o las ondas, los comercios, de la vida de todos, de la gente?

Cada vez quienes estudian el entramado global lo tienen más claro: Ahora todo está gobernado por un conjunto de operaciones, ecuaciones o desigualdades varias, que van ordenando los pasos a dar ante una situación. Tales postulados se nos escapan a quienes nos cuesta imaginar que una serie de algoritmos nos digan qué tenemos que comprar o pensar. Mal asunto, porque a lo que se deja ver, todo se reduce a operaciones diversas que se entrecruzan, colisionan e interactúan, a una velocidad de vértigo; así conducen a la gente, y al planeta por añadidura, hacia vericuetos no cuestionados por la fuerza de la gravedad. No solo nos referimos a la fuerza planetaria sino en términos de la cualidad de grave, de la enormidad de lo que se nos anuncia o del exceso vario al que lo sometemos, a las repercusiones que puede tener en los seres vivos.

Como poca gente le da voz al planeta, nos atrevemos a hacerlo desde aquí, si bien conocemos nuestras limitaciones. Será una plática interesada, cual si hubiéramos escrito una carta navideña a los poderes ocultos que incentivan las múltiples cosas que le pasan al planeta; o mejor, a la gente, y a los múltiples seres vivos de los que aquí no vamos a hablar pero también sufren lo suyo. Comenzaremos mostrando nuestra duda sobre lo que crecimiento y desarrollo significan en general; si es lo mismo una cosa que otra, si se parecen o son términos alejados, si acaso afectan más la gente o al planeta. La inseguridad conceptual nos viene de que cada cual, ya sea gobernante o simple ciudadano, utiliza esos términos a su conveniencia, ahora y siempre, aquí y lejos.

Pongamos por ejemplo un dirigente que se precie. Siempre promete más crecimiento de las cifras económicas, el requetecitado PIB, para hacer ver lo que quiere, en ocasiones sin intención aviesa, a sus gobernados. Si se diese el caso, que se da, que todos los países del mundo quisiesen crecer y crecer a la vez, como ha incentivado el capitalismo ultraliberal por más que lo llamen desarrollo de sus ciudadanos, se nos plantea un serio problema con dos grandes incógnitas: ¿Podrá el planeta suministrar crecimiento a todos? ¿Acaso las relaciones económicas condicionadas pueden ser tan listas que sabrían hacer más con menos?.

Dado que las potencialidades del planeta son limitadas, que es complicado que crezca, queda meridianamente claro que solo se puede mejorar la vida de la gente de los países pobres restando algo, un poco para empezar, de lo que acaparan los más ricos. Pero la mayor parte de estos no se quieren desprender ni siquiera de lo superfluo; o les cuesta un montón. Se podría probar a mejorar el reparto si los ricos quisiesen ralentizar el ritmo de crecimiento y redistribuir la riqueza en los pobres. Pero nos tememos que todavía no están por la labor, a pesar de lo que manifiestan en esas conferencias internacionales tan importantes. La fiebre del crecimiento, la nueva religión universal, provoca a la vez pandemias y se hace endémica. Convendría invertir en descubrir un tratamiento universal cuanto antes; quizás sirva de algo debatir sosegadamente sobre las reflexiones de algunos economistas que van contracorriente, como Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI.

(GTRES)

Cada vez más gente, países incluidos, va diciendo por ahí que se deben mejorar los niveles de vida de los más pobres, y que estaría dispuesta a participar en el empeño. Algunas organizaciones internacionales supieron ver el problema y se inventaron lo de la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD); no dicen crecimiento pero sospechamos que hablan de ello. España está a la cola de Europa, apenas un 0,20 % de su PIB, muy lejos de Suecia (1,04%) Luxemburgo (0,98%), Noruega (0,94%), Dinamarca (0,72%) y Reino Unido (0,7%), en la lista de los que ayudan. Queda reconocido el hecho de que el adecuado nivel de vida de los pobres, algo tiene de derecho humano, deja mucho que desear; por eso se quiere ayudar.

En el caso de la gente normal, suponemos que esa ilusión particular es un estado natural, que comúnmente no está forzado por razones objetivas. La ilusión individual por acercarse a una ciudadanía global puede parecerse a la de otras muchas personas. Esa gente que va a la búsqueda de una estrategia que aminore las desigualdades, no lee los datos del PIB sino que se fija más en el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Pero la situación de muchos países la sobrecoge: dos tercios de la población mundial que padece múltiples dimensiones de la pobreza -886 millones de personas- vive en países de ingreso mediano y  la distribución desigual de la educación, la salud y los niveles de vida obstaculiza el progreso de los países. De estos parece que no es propiedad el planeta.

El asunto está peliagudo; por más que ahora se hayan formulado unos Objetivos de Desarrollo Sostenible y las incógnitas Agendas 2030, de todos para todos. A pesar de eso, se impone cada vez más la impresión de que el planeta es de unos cuantos. Hemos conocido a final de año que las 500 personas más ricas del mundo, con el presidente y dueño de Amazon a la cabeza, acaban 2019 más ricas que nunca. De hecho, entre todas sumaron a su capital 1,2 billones de dólares, elevando su patrimonio un 25%, hasta los 5,9 billones de dólares; unas 10 veces el montante de los Presupuestos Generales del Estado español para 2019. Frente a esos, el Banco Mundial pronostica que unos 100 millones de personas podrían añadirse a la situación de pobreza severa en 2030 solo por los impactos del clima. ¡Ahí es nada!

Al mismo tiempo, el planeta siempre irá a lo suyo y le importará poco lo nuestro. La entropía planetaria le permitirá reorientar sus evoluciones o desarrollos, se crean lo que quieran quienes dominan el mundo. Al final va a suceder que hay dos planetas: el que gira sobre sí mismo y alrededor del Sol, además del que nos imaginamos y sentimos la gente que vivimos en él; el planeta anímico. Por eso, lo de salvar el planeta es dudoso; más bien queremos salvarnos nosotros. ¿También los ricos?.

Por cierto, cuando terminábamos nuestro artículo nos enteramos de que el Ibex español tenía su mejor año desde 2013, a la vez que crecen las desigualdades en España. Sabemos que la comparación está cogida con alfileres pero puede encaminar el pensamiento sobre de quién es el planeta, o España si lo desean. ¿Qué querría decir Mafalda al afirmar que “más que planeta este es un inmenso conventillo espacial”?.

Aquí lo dejamos, aunque habrá que seguir limando las aristas del tema.