Archivo de diciembre, 2019

Por un 2020 para salir del laberinto

Permítaseme la licencia de inventar una palabra: ‘odsano’. Quizás pasado un tiempo la RAE la estudie para incluirla en nuestro diccionario. Aunque parezca rara, que lo es, se entiende si se separa ODS -esos objetivos de mejora colectiva aprobados hace unos años por la ONU- y la terminación -ano, que quiere simular perteneciente o relativo a. Pero además, la palabra podría ser un gentilicio, odsiano’, que identificase tanto a los nacidos o pertenecientes al mundo de los ODS (Objetivos de Desarrollo Sostenible) como a quienes se esfuerzan por hacerlos realidad; igualmente a las personas que habitan actualmente el planeta y a las que vendrán después.

Una simple búsqueda de ODS en Internet a la hora de redactar estas líneas me proporciona 96 millones de resultados en 0,44 segundos. Tal presencia no debe ser una cuestión de casualidad o un caso de trending topic. En este 2020, el asunto va a ocupar titulares múltiples y pláticas políticas y empresariales con variada intención. Para quien no los conozca todavía, se podría decir, simplificando bastante en una interpretación libre, que son algo así como un cuaderno de viaje acordado entre muchos gobiernos de países dentro de la ONU para que en todos mejore cada día más la vida de la mayor parte de la gente en asuntos tan importantes como el hambre, la pobreza, la salud, el trabajo, la educación, la igualdad de género, el agua disponible, el acceso a la energía, la justicia social y más cosas importantes.

Los ODS, como otros asuntos de la maraña mundial, hacen visible una parte de la contienda entre ricos y pobres, sean individuos o países; hablan de personas, de mejorar su futuro. Puestos en esta tesitura merecen una atención global y una mesurada apuesta por hacerlos realidad. Decirlo es fácil, pero en realidad los ODS descansan en un terreno resbaladizo; el planeta se ha convertido en una especie de laberinto. Está formado por circuitos económicos complejos que se entrecruzan con ilusiones sociales, con personas que van y vienen tras ellos, con mayor o menor ahínco y suerte. Por sus intrincados recorridos, que no hacen sino confundirnos, también deambula gente indiferente –esta se echa en manos de la suerte para encontrar la salida del laberinto- que se cruza con otra más precavida pues registra bien las decisiones de tránsito.

En sus enunciados, los ODS manifiestan el deseo de hacer realidad una sociedad global con futuro personal, lo que por ahora puede parecer una fantasía de visionarios, de osados que quieren disfrutar de quimeras. Sin embargo, esa sociedad, si existiera, nunca debería perder sus sueños éticos y abandonarse a la suerte del “algo pasará que resolverá todo”, pensando incluso que esa oportunidad llegará a los pobres. Estos tienen muchos sueños, pero la suerte los esquiva, mientras que los ricos no los necesitan. Se aliaron de por vida con la fortuna, de la que no dejaron ni una pequeña parte para los pobres, ya sean individuos o países. Lo más doloroso es que esa hipotética sociedad transita desde hace tiempo por un terreno desértico de emociones, pues enterró sus ilusiones de hace alguna décadas, aquel tiempo esclarecedor impulsado por unos pocos líderes mundiales.

Queremos decir desde aquí a gobernantes, empresarios y ciudadanía, que necesitamos creer y crecer en los ODS, no por moda sino para que no se nos agrande la distancia entre la percepción de la vida y la realidad, tanto en lo propio como en lo ajeno, en este mundo de ricos y pobres. Los primeros son firmes en su estado, sin preocuparles en exceso la vida de los segundos, el aumento de las desigualdades. Los pobres -alguien los ha llamado injustamente los eternos descontentos- han progresado algo en su laberinto pero porcentualmente mucho menos de lo que lo han hecho los ricos, que aún quieren incrementar sus fortunas más rápido. De hecho, se mueven con soltura por el laberinto planetario pues tienen drones permanentes que les marcan el camino; incluso si les parece destrozan las paredes para divisar el horizonte. Las buenas cifras de reducción del hambre, del abastecimiento y saneamiento del agua y otras similares que hace una década llevaron la ilusión a los más pobres, incluso la ONU se felicitó por ello, se han estancado. Por eso, en muchos países cundió el miedo a la erosión de los derechos adquiridos, al retroceso social; por eso es más necesario que nunca implicarse en los ODS, tanta a escala personal como de país.

Dicen que todavía hay una ideología bien pensante, dentro y fuera de organismos internacionales, capaz de sobreponerse al alto nivel de exclusivismo mundial, ya sea ostentado por países o personas. Tras ella está gente –’odsiana’ la podríamos llamar- que impulsa, que cree incluso, en fijar unos sueños de vida compartidos que aminoren los determinantes impactos de la suerte. Como siempre, imaginar un moderno humanismo, muy colaborativo y universal, parece quimérico. Pero las utopías también sirven para reducir la disonancia emocional, como país o individualmente. Algunas han logrado laminar desigualdades sociales; las más suertudas han llegado a mucha gente. La misma ONU con todas sus imperfecciones, o las constituciones nacionales, podrían servirnos de ejemplo. Sin duda, nos hubiera ido peor sin ellas, al menos a los pobres y a quienes fueron abonados a la mala suerte.

Por más que el laberinto ‘odsano’ sea un lugar de difícil acceso y tránsito, a pesar de que muy pocos escaladores se hayan atrevido todavía a enfrentarse con esa montaña imaginada y a la vez real, merece la pena intentarlo. Por mucho que el asunto sea inestable, sujeto a las inclemencias del clima ético y la inestabilidad de los pilares que todavía lo sustentan. Porque erradicar la pobreza no es un acto de caridad religiosa sino de justicia, dijo Mandela, como también lo es luchar por extender los ODS al mayor número de gentes del mundo.

El pacto moderno que suponen los ODS da sentido a la vida global. Hasta hace unos años la humanidad campaba por ahí despreocupada, sin reparar en gastos ni daños en el planeta que era su casa. Ahora empieza a darse cuenta de que si no hay un plan de supervivencia las cosas pueden torcerse: las materias primas escasearán y tras el desigual reparto pueden venir convulsiones sociales graves. Las revueltas no las parará ni el dios respectivo, ni las creencias consumistas; más bien al contrario. Por cierto, sepan los ricos que si el empeño se descalabra no quedarán indemnes. Por eso, validar la cooperación entre diferentes, sean países o personas, debe ser el permanente aviso en este año 2020, tan rotundo de forma, de si las cosas van bien o podrían mejorar.

¡Suerte en el empeño!, todos debemos soñar con ser más ‘odsianos’.

 

(GTRES)

A favor de la cumbre del clima

No escasea la gente que duda de que la Cumbre del Clima Chile-Madrid haya servido para algo. Revisen lo que se ha dicho en los medios de comunicación estos días y lo comprobarán. No han faltado quienes han lanzado dardos contra los símbolos que han pasado por la cumbre, ya sean adolescentes –no se entiende la especial inquina- o no.

Los criticadores -ahora, cualquier opinador sabe de todo, cual perro del hortelano- han dicho mucho de la nada y menos del fondo de los discursos, de la pertinencia de lanzarlos en este momento, de la necesidad de abordar un problema que nos hace mucho daño, como demuestran una y otra vez los científicos y demandan las ONG ambientalistas o sociales.

Frente a esa postura emerge otra, la de quienes, incluidos algunos gobernantes y ciertas empresas, van cambiando el lenguaje sobre la percepción ambiental; prefieren apoyarse en la duda razonada y sentir como la gente normal. Porque, habrá que convenir que no todos los que han estado en la cumbre iban disfrazados de falsedades o se adornaban con postureos. ¿Quién sabe con certeza si detrás de todas esas expresiones no hay sentimientos hacia el cambio climático y el medio ambiente en general? No olviden los obstaculizadores que entremedio de los escenarios ambientales vive gente. Sentimos por ella cuando hablamos de crisis o emergencia climática; hay cada vez más personas que la aprecian, o cuando menos su forma de vida va y viene en esa incertidumbre. Se supone que buena parte de los centenares de miles de personas que han participado en protestas o manifestaciones, que critican el fondo y las formas de la Cumbre del Clima, no estarán manipuladas.

La ministra de Medio Ambiente de Chile y presidenta de la COP25, Carolina Schmidt, durante su participación en el plenario celebrado este domingo en Madrid. (EFE/ Zipi)

No le demos más vueltas, la vida, incluso la de los ricos, es un compendio de interacciones entre las personas y el lugar físico y perceptivo dónde viven. ¡Qué decir de las limitaciones que sufren los pobres! Cada espacio es en sí mismo algo más que una pincelada ambiental, en un complejo social. El aire interactúa con el agua, con el suelo, con nosotros y con sus variaciones configura el tiempo meteorológico instantáneo, acumula el clima. Por eso, cualquier cosa que hagamos, para bien o para mal, repercute en otras muchas. Pensemos que en la reciente Cumbre no solo el clima ha sido motivo de la reunión, también la sociedad que se ve envuelta en sus causas y consecuencias, personas que ven alterada su salud, gobiernos que encaminan o no políticas activas, sociedad civil que se moviliza, agua que va y viene con más o menos contaminación, pueblos que sufren sus consecuencias, sociedad que se moviliza en marcha o cumbres alternativas, medios de comunicación que se ven apelados, organismos supranacionales que hacen de alerta global, y así muchas más interacciones que son las que condicionan pensamientos, vida y actitudes personales o colectivas, cada día, ahora y en el futuro.

Seguro que la Cumbre ha tenido aciertos y errores, cosas que se podrían mejorar, emisiones de gases de efecto invernadero innecesarias, manifestaciones de combate activo contra la emergencia climática junto con alguna engañifa para vender productos o recabar protagonismo, incluido el patrocinio de las grandes empresas contaminadoras; también decepciones de tonalidades varias, casi siempre de los países más poderosos. Sin duda, los medios de comunicación nos han apabullado, casi nos han hartado y al final se corre el riesgo de la desatención. Todos hubiéramos deseado acuerdos más atrevidos, vinculantes, compromisos de vida en común.

Seguro que los millones gastados en su organización serán una inversión a poco que se pongan en marcha los compromisos verbales generados por empresas y administraciones españolas –solamente hay que escuchar a regidores de algunas de nuestras grandes ciudades y a presidentes de Autonomías que hablan ufanos de su «Estrategia de Transición Ecológica y Lucha contra el Cambio Climático»; qué decir de llamarada climática que habrá llegado a la sociedad, siempre quedará alguna luz en su cultura. Además, se ha reconocido, por fin, que los científicos tienen razón y que la desinformación puede dañar o matar a mucha gente.

¡Qué decir del Pacto Verde propuesto por la Unión Europea!, que ya fue aprobado en el Consejo Europeo del viernes 13: cero emisiones de dióxido de carbono en 2050, a pesar de Kaczynski, el Presidente polaco. Solo nos queda añadir unas palabras de Frans Timmermans, el vicepresidente de la UE encargado de impulsar este pacto: “El coste de no hacer nada es mucho más alto que el de actuar”. Aunque muchos hubiéramos deseado bastante más, no por eso debemos repudiar sin más la Cumbre de Madrid. Tomen nota todos, gobiernos y ciudadanos de la UE.

El vicepresidente de la Comisión Europea encargado del Pacto Verde, Frans Timmermans, debate con jóvenes cómo materializar el Pacto Verde Europeo. (EFE/ Fernando Villar)

Sin embargo, los grandes contaminadores (EE UU, China, India, Rusia, y otros egoístas como Australia, Japón o Arabia saudí, etc.) obstaculizan una y otra vez los acuerdos. En este caso, no vale el «allá ellos» porque hay que cambiar por el «pobres de nosotros». Por eso, el poco ambicioso verbo «instar» acordado en el documento final para no llegar a acuerdos debe servir, una vez superada la decepción, para impulsarnos a continuar, fijándonos en los significados que al verbo le asigna la RAE: 1. Repetir la súplica o petición, insistir en ella con ahínco; 2. Apretar o urgir la pronta ejecución de algo; y acaso uno que hay perdido por ahí que invita a impugnar la solución dada al argumento.

A pesar de esto, o por eso mismo, habrá que felicitar y agradecer a la Ministra de Transición Ecológica su compromiso, a sabiendas de que el no acechaba desde todos los rincones, e impedía cualquier resultado vinculante. También a toda esa gente del Ministerio que ha sido capaz de organizar semejante evento en tan poco tiempo, a todas las personas que han acudido a él en busca de verdades o de alientos para renovar sus empeños y vínculos. Los no acuerdos están ahí, nadie puede dudarlo.

La ministraTeresa Ribera, durante la COP25. (EFE/ Zipi)

Unos prefieren llamar a la Cumbre la del fracaso, otros piensan que no ha logrado ser un éxito; cuestión de matices, algo más que lingüísticos. Quién sabe lo que permanecerá en forma de deseos, compromisos y actuaciones pasados unos días, el mes próximo, que es cuando debe lanzarse todo hacia Glasgow 2020. Pero la negatividad también puede servirnos para abrir puertas. Deberemos estar atentos a lo que viene después, para ver si ciertas palabras se convierten en hechos y si no sucede de este modo, demandar a los culpables. Habrá que pensar si como ciudadanos hacemos caso de esa propuesta de alguna ONG de que dejemos de viajar a esos países obstaculizadores de acuerdos o limitamos el consumo de sus productos; la sociedad civil ha demostrado que puede ser poderosa, más todavía si (se) apoya (en)a los colectivos ambientalistas o sociales.

Así pues, que cada cual haga su balance de la Cumbre del Clima, pero para la vida global seguro que es menos malo darle voz a los silencios, aunque parezcan unánimes. Escuchemos lo que nos dice el mañana y los días siguientes. ¿Alguien puede asegurar que nos iría mejor si no se hubiese celebrado ninguna Cumbre del Clima?

¡Siempre quedará Madrid para recordar o demandar!, como antes sucedió con París, Río y Kioto.

Grandes capitales hermanadas por el calor y la incertidumbre climática

Durante estos días se celebra en Madrid la Cumbre del Clima. En ella se hablará de muchas cosas, entre otras de los malos augurios ligados al aumento global de las temperaturas, al decir de los científicos. El futuro climático siempre es una incógnita, se ve en forma de hipótesis, tanto negativas como positivas, pero es seguro que tendrá repercusiones en la vida de las personas. La evolución de las temperaturas ambientales, esas que tanto condicionan la vida de todos los seres vivos, pinta el futuro de color rojo, de alarma.

Miremos hacia 2050, pongamos el foco en las ciudades, donde vivirá la mayor parte de la gente; allí donde se concentra una buena parte de las amenazas del cambiante clima. Centrémonos mejor en las grandes capitales. Si las previsiones se cumplen, algunas de esas ciudades ahora muy distantes y marcadamente diferentes se parecerán, podrían incluso hermanarse. Esto será debido a las temperaturas, que marcarán la vida colectiva. A pesar de estar situadas a miles de kilómetros, la temperatura media y los episodios de calor que padecerán, sí padecerán, las trasladará en el mapa.

Apunten desplazamientos sonoros y calurosos: Madrid parecerá Marrakech, Londres se hermanará con Barcelona, Estocolmo simulará ser Budapest y así muchas más. Tanto que se pronostica que “tres de cada cuatro ciudades del mundo, para 2050, experimentarán un cambio sorprendente en sus condiciones climáticas, mientras una quinta parte soportará situaciones dramáticas y nuevas, nunca vistas antes”. Es más, París, la ciudad que en 2015 quiso ser la puerta para entrar en la coherencia climática, parecerá Canberra, en donde los episodios de calor dejan a la gente maltrecha. El artículo de investigación de un equipo de investigadores liderado por la Escuela Politécnica Federal de Zúrich -ETHZ– sobre este tema publicado en PLOS ONE dice muchas más cosas interesantes. Visiten esta Web y lo comprobarán. Era una noticia de verano, el nuestro, pero la preocupación sigue vigente; nadie nos ha dicho que el incremento global de temperaturas se va a detener. Si dudan, visiten las previsiones de la OMM (Organización Meteorológica Mundial)

National Geographic dibuja con maestría este asunto, con tanta claridad que no podemos evitar reproducirlo: “los investigadores han comprobado, como tendencia general, que casi todas las ciudades es como si se desplazaran climáticamente hacia los subtrópicos. Esto supone que las ciudades del hemisferio norte están cambiando con extraordinaria rapidez, unos 20 kilómetros por año-; es como si se hubieran pegado a ciudades situadas unos 1.000 kilómetros al sur. Por el contrario las ciudades de los trópicos están cambiando hacia condiciones más secas.”

Por si esto fuera poco, está el asunto de las islas de calor –incentivadas por la profusión de asfalto y cemento, techos y casas, acristalamientos, climatizadores y calefacciones, transporte insostenible, etc.-, que se está volviendo más intenso con el cambio climático: en algunas ciudades se dan diferencias de 4 ºC a la misma hora según se midan en el centro, habitacional o de oficinas, o en la periferia.

No los vamos a cansar desde aquí con más preocupaciones, pues estamos pendientes de que la Cumbre del Clima Chile Madrid 2019 vaya bien, que de ella salgan resultados sustanciales, que los gobiernos y empresas se pongan las pilas (renovables), que todas las personas reaccionemos. Además, estamos a las puertas del invierno y hablar de calores agobia, pero no olviden las alertas, esas que dicen que el clima ya no es lo que era y habremos de prepararnos para sus enfados, o para sentirnos habitantes de otra ciudad.

Las malas políticas ambientales, sumadas a una racha de malas lluvias, ha provocado un clima extremo con consecuencias muy visibles: la disminución del agua en la presa artificial más grande de África, el lago Kariba, en la frontera de Zambia y Zimbabue. Este hecho ha provocado que la central hidroeléctrica sea incapaz de generar energía suficiente y que la solución ante esta falta de recursos energéticos sea utilizar carbón para poder cocinar e iluminar las casas. EFE/ Musonda Chibamba

El clima es muy nuestro, demasiado

De un tiempo a esta parte, cuesta más entender lo que pasa cada día, tanto si es aquí cerca como en el lejano mundo. De un lado, están las crecientes desigualdades de todo tipo entre unos y otros países y entre personas (dentro de cada uno); de otro, el aumento y la presión de las migraciones debidas a factores ambientales y sociales. Además, nos descolocan las maniobras económicas –llamémoslas crecimiento y consumo sin límites- que abducen a los individuos, los cuales también se ven enmarañados por las redes que teje Internet; así como otras muchas presiones sociales e ideológicas de alto impacto. Así, cualquiera que quiera ser coherente lo tiene complicado. En medio de todo esto, el acelerado tiempo no hace sino complicar las cosas. Casi nada es lo que parece; por eso, poco se resuelve con viejas estrategias. Por si todo esto no fuera suficiente, tenemos la que señalan estos días como la madre de todas las contiendas: llámenla crisis o emergencia climática.

En este último caso, a bastante gente le parece que no sucede nada, a pesar del embrollo climático visible en hechos recientes casi cada día. Es más, da la impresión de que cunde el simplismo, que se deja pasar el temporal a ver si amaina. Sin embargo, en ocasiones, las situaciones límite generan actuaciones esperanzadoras, cerca de aquí o lejos. Sucede en hechos concretos, pero también cuando los países y agentes sociales quieren consolidar ciertos acuerdos internacionales que mejoren derechos a las personas o al medioambiente. Para ello se reúnen en cumbres globales, como la COP25 sobre el clima que se celebra en Madrid del 2 al 13 de diciembre para hablar del calentamiento global y repasar lo que cada país ha hecho al respecto desde aquel París de 2015, que tantas expectativas levantó. La cosa no va tan bien como desearíamos si nos atenemos a los últimos datos sobre las emisiones de dióxido de carbono; en realidad va muy mal.

(JORGE PARÍS)

Por eso, esta semana pero también mañana y todo el año siguiente, hay que hablar del clima. Es urgente que los gobiernos y ciudadanos hagamos mucho más para acercarnos a su comprensión, porque el clima cada vez es más nuestro, más por responsabilidad en algunos de sus renovados vaivenes que por propiedad. Desearíamos que las decisiones/acciones colectivas para hacer frente a los trastornos climáticos -que han venido para quedarse y puede que se amplifiquen- fuesen más rápidas y coordinadas. Sin ir más lejos, el cesante Congreso de los Diputados declaró la emergencia climática en España casi por unanimidad. Desde entonces, aquí estamos de brazos cruzados mirando al cielo protector.

Nos da la impresión de que es así porque cunde un cierto conformismo fatalista de los afirman que nada se puede hacer. Por si esto fuera poco, quienes dominan el entramado global, que no son solo gobiernos, se afanan en dirigir y manipular las emociones y tareas sobre cómo nos afecta el clima. Nos hablan de mucho y se ocupan en poco. Triunfan en el empeño. Pero además nos despistan sobre el lugar que la gente corriente ocupa en la generación y en la mitigación de este entramado, de los efectos del cambio climático, y no nos indican con claridad cómo adaptarnos a ellos. Por si esto no fuera suficiente, gente ilustrada -o no- lanza ideas negacionistas, noticias quebradizas sobre la verdad del cambio climático, argumentadas con intereses partidistas varios, que dibujan una sociedad en la que casi nadie piensa en el de al lado, incluso a veces ni en sí mismo.

Ante este muestrario de indiferencia frente a las causas y consecuencias del demostrado acelerado calentamiento global, no cabe sino apreciar un claro desaire hacia el propio futuro de quienes lo sostienen y, lo que es mucho peor, el de aquellos que les siguen en la vida. A todos, los escépticos o negacionistas, habría que convencerlos de que el clima es nuestro, dado que nos afectan sus pulsiones en mayor o menor grado; por eso, la posible mejora de sus efectos en las personas también, como alerta el informe La cuenta atrás sobre cambio climático y salud recientemente publicado en The Lancet. Por eso, hay que sentir/pensar y dialogar mucho sobre el cambio climático.

El clima es nuestro porque a la dinámica entrópica que lo maneja le hemos puesto aceleradores de algunas de sus pulsiones; da la impresión de que nos hemos hecho adictos al CO2. El clima nos incumbe porque condiciona nuestras vidas. Por eso, despertemos del letargo, y rescatemos el efecto positivo de responsabilidad que puede tener la cumbre climática de Madrid, aunque critiquemos los peajes ambientales que ocasiona el desplazamiento de las 25.000 personas que pueden asistir, a las cuales habrá que invitar a que compensen sus emisiones. A pesar de los momentos difíciles en los que vivimos, o quizás por eso mismo, debemos dirigirnos hacia un cambio de modelo de vida. No será fácil, pero no permitamos que se nos nuble el pensamiento, crítico y comprometido.

Pero queremos lanzar también una alerta ante la complacencia y las palabras reclimatizadoras de esta semana: las respuestas simples no nos llevan a ningún sitio; no nos acercan a la Cima 2030. Ya sabemos con certeza que ni siquiera nos traerán cumplidos en 2020 los compromisos que los gobiernos rubricaron en París en 2015. Desconfíen de las grandes pláticas, por mucho que las recojan los idearios políticos. Ciertas acciones que publicitan gobiernos, empresas y otras entidades adolecen de compromiso, por eso pierden consistencia y no ganan adeptos. Exijámosles mucho más, empezando en España.

Es necesario hablar largo y tendido de la crisis climática, de sus derivaciones y conexiones con los despistes de los que hablábamos al inicio de este artículo; hay que hacerlo durante esta semana y siempre. ¡Para un problema sin precedentes hacen falta maniobras resolutorias sin precedentes! Todos recordamos París COP21. Tenemos tantas ganas de escuchar pasados unos años que el mundo no ha olvidado Madrid COP25.

¡Suerte y duradero compromiso a quienes se empeñen en ello durante estos días!