Archivo de noviembre, 2019

Fitoplancton no es todavía ‘trending topic’

No es todavía una tendencia consolidada, un icono social en la redes pero démosle tiempo. Aquí va la justificación. De vez en cuando hay que lanzar a la Red, también hablar en casa, cuestiones de la vida que pasan desapercibidas y, sin embargo, tienen una alta trascendencia, en este caso en el cambio climático, del que tanto se habla este mes. Es lo que le sucede al fitoplancton. Es posible que no sea una estrella porque sus componentes son diminutos, porque parece que hay muchos o porque no se asoman a menudo a nuestra comida ni se exhiben en las grandes superficies. En realidad, este olvido lo arrastran otros muchos seres vivos tremendamente útiles para la biodiversidad, y para nosotros, como las mariposas, los gusanos, los hongos o líquenes, y un largo etcétera que tampoco tienen mucha prevalencia en Internet social. Pero sepamos que ya Julio Verne habló de mares fosforescentes en sus 20.000 leguas de viaje submarino. Las causantes de todo eso que imaginaba el escritor francés son unas bacterias (Vibrio harveyi) que forman parte del fitoplancton y que ahora iluminan ese mar de ardora, del que National Geographic nos ilustra mucho y bien.

Dejen por un momento sus preocupaciones cotidianas y busquen en Youtube o donde sea la atractiva imagen de la luminiscencia, que tan presente está en la naturaleza aunque nos pase desapercibida. Acrecienten su interés por el fitoplancton. Si descomponen la palabra en sus dos partes hallarán claves de vida. Algo así le sucedió a otra gente, como a la bióloga Penny Clishom que vino a recordarnos que el fitoplancton, que ya estuvo en el origen de la vida, es algo así como “el microorganismo que hace funcionar el planeta en secreto”. Utilicen esta excusa para hablar con sus amistades de la importancia de la biodiversidad, porque forma parte de la cultura básica universal que se exhibe en la vida cotidiana. Coméntenlo en sus circuitos.

Asómbrense al descubrir, o confirmar quienes ya sean sabedores, que los bosques, los grandes y frondosos árboles de selvas y taigas,  no están solos en su lucha contra la contaminación del aire y el consiguiente cambio climático. Los diminutos que forman el fitoplancton –que vive no lejos de la superficie del mar- les ayudan, y mucho, en el complejo proceso de la fotosíntesis, que sin entrar en detalles complejos de entender y simplificando quizás exageradamente, es la fábrica donde desaparece el dióxido de carbono y se elabora el tan anhelado oxígeno que facilita la vida. Tanto que se puede afirmar, lo recoge bien National Geographic, que el verdadero pulmón del planeta está en los océanos, pues producen entre el 50 % y 85 % del oxígeno liberado al aire. Aunque habrá que resaltar que el fitoplancton es un fabricante de oxígeno muy lento; además tiene muchos depredadores, no solamente las ballenas que tragan cada día millones de cianobacterias y demás componentes del plancton.

En el mar casi todo asombra. Ese bosque marino de fitoplancton que parece invisible tiene que ver también con el color del mar. De hecho muchos científicos opinan que eso va a cambiar de tonalidad. La contaminación marina va en aumento y acabará con una parte del fitoplancton –que lleva disminuyendo ya hace un siglo-, lo cual provocará un cambio en la coloración de las aguas de océanos y mares. El plancton que alimenta al mundo está en riesgo, a pesar de constituir el universo más rico de consumidores primarios que sostiene la cadena alimenticia. Sin embargo, ¿sabían que está de moda en la alta cocina? Ya ha obtenido el certificado alimentario de la Unión Europea. De hecho, figura en platos exquisitos de restaurantes afamados porque sus minerales esenciales (hierro, fósforo, calcio, magnesio, yodo) y por su alto contenido en ácidos grasos ricos en Omega 3 y 6, antioxidantes y vitaminas B12, C y E. ¿Quién iba a decirlo? Aunque ya lo habían apreciado hace tiempo todas las criaturas marinas que ingieren sus diminutos seres.

Los científicos hablan de que cada año desaparece en torno al 1%, que ha podido disminuir en torno al 40 % en el Hemisferio norte desde 1950; mal asunto para la biodiversidad. Seguro que ahora también se ve amenazado por los microplásticos que inundan todas las aguas marinas. Pero también hemos leído recientemente noticias positivas: parece que el fitoplancton ártico puede resistir al cambio climático tras una rápida evolución que le permite aguantar temperaturas más elevadas.

¿A que merecía la pena hablar del fitoplancton y lanzarlo a las redes para que llegue a ser pronto trending topic? La trascendencia para la vida –sea en forma real o imaginada- no se debe medir por el tamaño de los seres, sino por el servicio que prestan, en este caso su influencia en los mares y en la purificación del aire global. Anotemos esta idea y démosle curso cibernético si de verdad queremos llegar en aceptables condiciones al año 2030 y siguientes, si aspiramos a conquistar esa cima imaginaria de la que aquí hablamos constantemente.

Diatomeas vistas a través de un microscopio electrónico. ( Prof. Gordon T. Taylor, Stony Brook University – corp2365, NOAA Corps Collection).

(Re)vuelos descontaminadores, casi

En general, podemos decir que los vuelos de los aviones son destructivos, por más que no porten un armamento específico; quién iba a decirlo cuando todos nos hemos visto impresionados por el primer viaje en avión. Se sabe que incluso uno de corta distancia, entre Londres y Roma por ejemplo, produce más CO2 por pasajero que el provocado al año por un habitante de cantidad de países de todo el mundo: Mali, Congo, Etiopía, Madagascar, etc.. Quienes viajen desde aquí a Nueva York, sepan que generan semejantes emisiones a las que le sirven para calentar una casa normal europea “durante todo un año”.

Los expertos climáticos dicen que hay que reducir la interacción entre el aumento de temperaturas medias con las emisiones aerotransportadas de dióxido de carbono. Se pronostica que en 2019 se volará un 5% más que el año pasado, en el cual ya se habían incrementado respecto al año anterior, según la Organización Mundial de Turismo. Además de que las emisiones suponen ahora un 300% más que en 1990, la inquietante previsión dice que esas podrían triplicarse en las próximas tres décadas; normal pues se esperan 40 millones de vuelos, más de 100.000 diarios. Solo un detalle: por los aeropuertos españoles se movieron en julio unos 30 millones de viajeros.

(GTRES)

Se entenderá el gran revuelo que ha organizado la gente de Flygfritt 2020, por ejemplo, comprometiéndose a no coger aviones en todo el año; o los suecos esos que se han inventado el flygskam (vergüenza de volar en avión) y el tagskryt (orgullo de viajar en tren).

Será por eso que incluso la Asociación Internacional de Transporte Aéreo (IATA, por sus siglas en inglés) ha puesto el grito en el cielo, nunca mejor dicho, y se ha revuelto también ante el tema. Pero claro, mucha culpa del asunto la tiene el turismo exótico exprés, tan de moda últimamente. Da la impresión de que si no se viaja al fin del mundo, y se envían los correspondientes wasap, no parece que se haya disfrutado de un merecido descanso. Es para revolverse de forma colectiva ante el hecho de que el turismo ronda un 8% de las emisiones totales –una quinta parte procede solo de los vuelos- de algunos gases; más o menos como la industria ganadera o el transporte en coche; así lo aseguraba un estudio publicado en Nature Climate Change. Turismo sí, pero según y cómo, adónde y por qué medios nos desplazamos.

El revuelo ha llegado también a los gobernantes, por eso de la responsabilidad ambiental de cara a la Agenda 2030. Son los Gobiernos los primeros que deben combatir el calentamiento global, con regulaciones comprometidas y suficientemente razonadas. En algunos países, Francia y Holanda por ejemplo, los parlamentos discuten la limitación o prohibición de vuelos que recorran una distancia que se puede hacer fácilmente en menos de dos o tres horas en tren, mucho menos contaminador. También la industria de la navegación aérea debe trabajar lo suyo. Por ejemplo, usando combustibles más eficientes y sostenibles.

Por cierto, nos hemos enterado, por un estudio de la Universidad de Reading publicado en la revista Nature, de que el cambio climático en general, con la aportación de los vuelos transoceánicos, está incentivando una agitación de la corriente en chorro del Atlántico Norte, lo cual provoca un aumento de turbulencias en los viajes actuales. ¡Vaya revuelo si la cosa sigue así!

¿Volar menos o no volar, he ahí la cuestión? Apetece quedarse en tierra, aunque nada más sea por ayudar a que el aire propio no se sobrecaliente, a que lleguemos todos de ahora y las generaciones siguientes menos maltrechos al año 2030, a que gocemos de una mejor salud y divisemos horizontes menos tóxicos; se lo debemos también al planeta que nos permite vivir en él. Por cierto, si quiere compensar su vuelo con acciones positivas de reducción de contaminantes en el aire puede entrar en la Web de Atmosfair; no cuesta nada explorar lo que ofrece.

Pero seamos sinceros: no es sencillo que los individuos operemos en contra de nuestros deseos, intereses o impulsos viajeros. Sin embargo, lo que individualmente es difícil, debe ser una encomienda social: Debemos conseguir un drástico cambio cultural para disfrutar de un turismo sostenible y a la vez confortable para el espíritu y el cuerpo; que explique un poco mejor las soluciones complejas a los problemas ambientales tan concretos.

Merece la pena dejar de volar para acercarnos a la Tierra. Aunque cause un gran revuelo, siempre tendrá un efecto descontaminador.

 

El silencio atronador de las conciencias

Viene esto a cuento del empeño de mucha gente en aislarse del mundo, de no mirar hacia el futuro; pongamos por ejemplo la idea de que el año 2030 nos vaya mejor a todos, como parece ser el objetivo de ciertos acuerdos internacionales.

Tenemos por delante la crisis del clima, desigualdades entre personas y por países, la tribulación migratoria multidimensional que irá en aumento, los nacionalismos exacerbados que surgen como setas allá por donde uno va. En fin, que al menos a quien esto escribe, la vida global le simula un maremoto de complejidades.

Se asombra a la vez del simplismo de bastante gente, que ve solamente lo que le afecta; poco le importan los matices que cada hecho o pensamiento lleva consigo.

Además, a lo que parece, en este complejo mundo, el individuo lo es todo. Sin embargo, cabría pensar en el grupo como tal y, así, las ideas que lo sustentan tendrían trascendencia.

Por si esto fuera poco, quienes gobiernan el entramado global, que no son solo gobiernos, se afanan en dirigir y manipular las emociones de lo que pasa a nuestro alrededor. No solo eso, consiguen despistarnos sobre el lugar que la gente corriente ocupa en ese entramado, cada vez más alejado de una búsqueda de la ética global.

Hay momentos, permítanme la confesión sincera, en que ante este muestrario de indiferencia, me pregunto si ese proceder es una consecuencia del libre albedrío, o un claro desaire hacia su propio futuro y el de quienes les siguen en la vida. Tanto lo uno como lo otro, erosionan en demasía el sentido de una existencia libre.

No están lejos de aquello que me parece que anotaba Nietzsche acerca de la gente que olvida lo que intentaba hacer, y de esta forma cultiva una suerte de estupidez humana; con el debido respeto. O acaso pega, en este momento mundial, la diatriba de que habría que valorar la opinión de los pasivos y desconcienciados, porque son mayoría. A estos no hubiera dudado Tolstói en llamarlos algo estúpidos, con perdón. Pero ojo, no se lastiman solo ellos. Proyectan culpas y consecuencias en las generaciones siguientes; lo cual habla poco y mal a su favor.

Pero despertemos del letargo, al menos tiremos de la manta de la complacencia. No permitamos que se nos nuble el pensamiento. Exploremos el conocimiento de lo que es o deja de ser; en particular todo eso que el hambre y las desigualdades proyectan en los más débiles y desfavorecidos; esos que nos demandan una heroica rebeldía de nuestras conciencias. Movámoslas, seguro que así gritan y trabajan por un mundo mejor.

Un aviso ante estas amenazas globales: las respuestas simples no nos llevan a ningún sitio; ni siquiera nos acercan a la base de la Cima 2030. Desconfíen de ellas. Ciertas acciones que publicitan gobiernos, empresas y otras entidades adolecen de compromiso, por eso pierden consistencia y no ganan adeptos.

Formemos un abrazo atronador con las conciencias para mejorar el horizonte 2030 y los siguientes. Seguro que nuestros hijos y nietos nos lo agradecerán, pero también mucha gente que no conocemos. ¿Acaso hay mejor recompensa?

(GTRES)

Amenazantes pronósticos sobre la inundada España costera

No es una amenaza, sino una previsión de los científicos: el nivel de las aguas del mar va a subir en todas las zonas costeras. Ya se sabe por qué pasan estas cosas, pero nada, la gente y los gobiernos haciendo oídos sordos. Hay mediciones rigurosas que demuestran que el hielo antártico se pierde con una intensidad tres veces mayor que hace una década, que en Groenlandia y en las zonas limítrofes con el Ártico sucede algo parecido. No se entiende que la gente olvide que el hielo se derrite en estas zonas, también en las montañas como sucede en los glaciares del Pirineo o los Alpes, y suele incrementar el volumen y la altura de mares y océanos, aunque alguien aluda al principio de Arquímedes para desmentirlo. A partir de ahí, como el agua no sabe estarse quieta se implica en corrientes cálidas o frías, más o menos saladas; se empeña en igualar poco a poco el nivel del mar, con lo cual lo sucedido en una esquina del mundo marino llega al extremo más recóndito.

Habríamos de preocuparnos por esos augurios que alertan de que mucha gente se verá afectada por episodios severos: unos 860 millones de personas según la ONU vive en zonas costeras, lo cual representa un 10% de la población mundial. El escenario más optimista de los científicos de la ONU alerta de que el nivel del mar se puede elevar 43 centímetros allá por el año 2100; al más pesimista apunta a unos 83. Mal asunto para la gente que vive en la costa, pasa sus vacaciones cerca de ella o pesca en mares y océanos, que estarán muy revueltos.

Esta circunstancia provocará seguramente graves afecciones en construcciones cercanas al mar, en la reconfiguración de las costas, en los territorios y sus economías. Suele hablarse de esos países/islas lejanos de la Polinesia en donde tienen ya el agua al cuello, o de Bangla Desh, pero poco se dice del problema que ya nos afecta en la península Ibérica, en España tenemos casi 8.000 kilómetros de costa. Del embrollo marino no se salva ni el recóndito Mediterráneo, aunque su apertura al océano sea pequeña. Del asunto ya alertaba un informe de 2014 Cambio climático en la costa española elaborado por el Instituto de Hidráulica de la Universidad de Cantabria para la Oficina Española del Cambio Climático. Pero ahí se quedó, que sepamos al menos.

Ese revoltijo marino del que aquí hablamos llega al aire. Lo carga de agua rápidamente, que descarga, sin ton ni son, allá donde le viene bien, originando destrozos como los que han sufrido estos últimos meses las costas mediterráneas desde Portbou a Tarifa, sin olvidar a las Baleares o el Cantábrico; incluso su repercusión ha llegado a zonas del interior. A qué se debe si no el incremento de tormentas y ciclones, su recurrencia y virulencia a la hora de destrozar todo lo que encuentra.

Una valla informativa avisa de posible zona inundable en una calle del municipio de Salou. (ACN)

El mapa de los territorios de España más amenazados en un futuro no muy lejano, según el Informe especial sobre el océano y la criosfera en un clima cambiante del IPCC (Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático) hace especial hincapié en el riesgo que desafía al Delta del Ebro, Mar Menor, Doñana, Albufera de Valencia, entre otras zonas potencialmente expuestas, que se pueden conocer en un mapa interactivo. El previsible ascenso del nivel del mar provocaría la retirada de la costa española. No sería de extrañar que hubiese retrocesos en torno a tres metros en el litoral cantábrico, Galicia y norte de Canarias y de dos metros en el golfo de Cádiz y el Mediterráneo. Además, habrá que tener en cuenta los efectos que provocarán la artificialización desmesurada de la costa en las últimas décadas que han llenado de urbanizaciones, espigones, diques y paseos hasta la misma orilla del mar. Recordemos los millones de euros que se gastan en España en reponer las antropizadas líneas de costa cada vez que hay un episodio crítico, para volver a lo de antes que será eliminado de nuevo.

Hemos leído por ahí que la meta 13.1. de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), habla de “fortalecer la resiliencia y la capacidad de adaptación a los riesgos relacionados con el clima y los desastres naturales en todos los países”.

Pues eso. ¿Dónde están nuestros gobiernos?