Se cuenta que en los primeros momentos de la existencia humana, hará casi dos millones de años, bastaba con recoger lo que la tierra daba para subsistir. Esa es la idea que se nos transmitió en forma de un paraíso terrenal, por ahí donde correteaban Adán y Eva. Había suficientes alimentos para satisfacer las necesidades de todos.
Parece que las cosas se torcieron al cruzarse más gente deambulando por los mismos sitios y querer varios grupos lo mismo. Surgieron peleas y se organizaron ejércitos y las consiguientes guerras. Se produjeron dispersiones y así se abandonó el paraíso imaginado. Disfruten de una mirada sosegada buscando metáforas en El jardín de las delicias de El Bosco.
Con el tiempo, se inventaron tecnologías varias para sacar más cosas de la tierra, con menos esfuerzo. Las sucesivas revoluciones industriales, con el colofón de la tecnológica, tiraron para adelante de la creciente población humana.
Así, hasta hace poco, se proclamaba la búsqueda del paraíso existencial. Bueno, en realidad no para todos, pues los poderosos se las han arreglado siempre para quedarse con la mayor parte de lo que daba la tierra, cada vez más explotada, y dejaron apenas unas migajas para los más débiles.
Pero ahora se está viendo que el sistema conexo tierra-aire-agua con la vida se agota; ya no es el paraíso colectivo, la despensa planeta, del que hablan los bienintencionados.
Cada vez las situaciones límite son más frecuentes, suceden más a menudo. Sin embargo, esos episodios críticos conviven con actitudes de desapego muy presentes en nuestra sociedad y gobiernos. Esto, a pesar de su incongruencia, nos invita a la reflexión continua, no nos deja refugiarnos en la ignorancia de que vivimos cerca de la intemperie.
Frente al caos visible, surgen iniciativas globales. Estas ya no buscan retornar al jardín exuberante de Adán y Eva, tampoco vivir aquí como si fuera un edén, como se vendió a la gente a principios del siglo XXI cuando solo se hablaba del omnipresente estado del bienestar. Solamente, y ya es bastante, se trata de recuperar un poco la Tierra para que quepamos todos, en unas condiciones más saludables. Entre estos proyectos, si se quiere frágiles todavía en su génesis y recorrido, están los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
No son la panacea ni un bálsamo que todo lo cura con solo nombrarlos, como por ahí se publicita por parte de administraciones y anunciantes, sino más bien un parapeto para evitar la sexta extinción masiva, de la cual hace tiempo que nos vienen avisando/amenazando. Bastante gente duda que sea posible acercarse a ellos. Al menos, su simple enunciado y las ciertas acciones puestas en marcha, recuperan rincones de esperanza colectiva, de un vergel más real y sencillo, alejado de la imagen idílica que se nos vendió, y le ponen plazos a su búsqueda. Merece la pena intentar recorrer el camino hacia ese futuro entre todos, personas y países.
¡Ojalá lleguen a término una buena parte de ellos!, y los pueda detentar cada vez más gente. Se podrá decir que, en alguna forma, se ha retornado a un cierto paraíso homologable a los deseos, más acertado en lo existencialmente ético y menos material; más que nada por la generalidad del esfuerzo que a todos se nos demanda. Sin embargo, siempre será imperfecto. Quizás ahí está el lustre de la vida.
(GTRES)