Archivo de octubre, 2019

El retorno al paraíso abandonado

Se cuenta que en los primeros momentos de la existencia humana, hará casi dos millones de años, bastaba con recoger lo que la tierra daba para subsistir. Esa es la idea que se nos transmitió en forma de un paraíso terrenal, por ahí donde correteaban Adán y Eva. Había suficientes alimentos para satisfacer las necesidades de todos.

Parece que las cosas se torcieron al cruzarse más gente deambulando por los mismos sitios y querer varios grupos lo mismo. Surgieron peleas y se organizaron ejércitos y las consiguientes guerras. Se produjeron dispersiones y así se abandonó el paraíso imaginado. Disfruten de una mirada sosegada buscando metáforas en El jardín de las delicias de El Bosco.

Con el tiempo, se inventaron tecnologías varias para sacar más cosas de la tierra, con menos esfuerzo. Las sucesivas revoluciones industriales, con el colofón de la tecnológica, tiraron para adelante de la creciente población humana.

Así, hasta hace poco, se proclamaba la búsqueda del paraíso existencial. Bueno, en realidad no para todos, pues los poderosos se las han arreglado siempre para quedarse con la mayor parte de lo que daba la tierra, cada vez más explotada, y dejaron apenas unas migajas para los más débiles.
Pero ahora se está viendo que el sistema conexo tierra-aire-agua con la vida se agota; ya no es el paraíso colectivo, la despensa planeta, del que hablan los bienintencionados.

Cada vez las situaciones límite son más frecuentes, suceden más a menudo. Sin embargo, esos episodios críticos conviven con actitudes de desapego muy presentes en nuestra sociedad y gobiernos. Esto, a pesar de su incongruencia, nos invita a la reflexión continua, no nos deja refugiarnos en la ignorancia de que vivimos cerca de la intemperie.

Frente al caos visible, surgen iniciativas globales. Estas ya no buscan retornar al jardín exuberante de Adán y Eva, tampoco vivir aquí como si fuera un edén, como se vendió a la gente a principios del siglo XXI cuando solo se hablaba del omnipresente estado del bienestar. Solamente, y ya es bastante, se trata de recuperar un poco la Tierra para que quepamos todos, en unas condiciones más saludables. Entre estos proyectos, si se quiere frágiles todavía en su génesis y recorrido, están los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).

No son la panacea ni un bálsamo que todo lo cura con solo nombrarlos, como por ahí se publicita por parte de administraciones y anunciantes, sino más bien un parapeto para evitar la sexta extinción masiva, de la cual hace tiempo que nos vienen avisando/amenazando. Bastante gente duda que sea posible acercarse a ellos. Al menos, su simple enunciado y las ciertas acciones puestas en marcha, recuperan rincones de esperanza colectiva, de un vergel más real y sencillo, alejado de la imagen idílica que se nos vendió, y le ponen plazos a su búsqueda. Merece la pena intentar recorrer el camino hacia ese futuro entre todos, personas y países.

¡Ojalá lleguen a término una buena parte de ellos!, y los pueda detentar cada vez más gente. Se podrá decir que, en alguna forma, se ha retornado a un cierto paraíso homologable a los deseos, más acertado en lo existencialmente ético y menos material; más que nada por la generalidad del esfuerzo que a todos se nos demanda. Sin embargo, siempre será imperfecto. Quizás ahí está el lustre de la vida.

(GTRES)

Tanta pobreza levanta la Cima 2030

De un tiempo a esta parte, suena por todo los lados el año 2030; es objeto de deseo, casi una obsesión. Lo alaban las diferentes administraciones, algunas empresas, buena parte de los colectivos sociales y, cada vez más, los simples ciudadanos. Este mismo blog clama cada semana por él. Que toda la sociedad en conjunto tenga unas metas es positivo; siempre se ha dicho que es necesario defender unos propósitos de vida, ya sea personal o social.

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) se inventaron por necesidad; su elaboración mezcló estrategia social y compromiso global, para que la agenda de ese año, como colofón a muchos años anteriores, sea más llevadera para la mayoría de los habitantes de la tierra. Hay que hablar mucho del asunto pues, por ahora al menos, los logros no se divisan cerca.

El objetivo núm. 1 de los ODS desea “poner fin a la pobreza en todas sus formas en todos los lugares del mundo”. Un buen deseo que debe/puede hacerse realidad, pero no hay que relajarse en el empeño. Restrinjamos el mundo y centrémonos en España. El último informe de Cáritas/Foessa dado a conocer en junio de 2019, afirma “el número de personas en exclusión social es de 8,5 millones, el 18,4% de la población, lo que supone 1,2 de millones más que en 2007 (antes de la crisis económica)”. Está claro que los escollos múltiples, y el descuido colectivo, han castigado a demasiada gente. ¡Tanta pobreza hay por aquí que levanta la Cima 2030!; imaginemos cómo va la cosa por el mundo.

Por ahora, los pobres, de aquí y del mundo, son incorpóreos para muchos de nosotros. Acaso se debe a que una buena parte de quienes hemos nacido en entornos privilegiados tendemos a olvidar las situaciones límite de aquellos, demasiados, que viven en contextos desfavorecidos. Parece increíble que los ODS, que mostraban que la pobreza y exclusión social estaban en el origen de la crisis mundial, caminen tan lentos en su resolución; incluso en ámbitos del mundo rico. Hay tantas señales críticas que se podría decir que estamos en situación de emergencia humanitaria.

No está de más recordar que no solo son pobres quienes nos demandan ayuda por las calles, o acuden a los centros sociales que los auxilian. Imaginen hacia qué proyectos de vida podrán encaminar a sus hijos quienes perciben salarios mensuales de 500 o 600 euros.

El informe citado separa la población española en dos grandes sectores: el de las oportunidades (unos dos tercios del total), que consumen en exceso, sin importarles los efectos. Además, están seguros de sus prácticas cotidianas y las razonan con ideas concluyentes; también muestran muchos olvidos en su solidaridad. Por cierto, tienen capacidad para que sus necesidades figuren en la agenda política. Tardarán bastante en despertar de su indiferente letargo. En el otro extremo están quienes sufren la desigualdad en sus múltiples dimensiones –por salud, género, edad, nacionalidad, vivienda, empleo, lugar de residencia, etc.-

El informe apunta, entre otras, algunas estrategias básicas para laminar las desigualdades: el impulso de políticas más sociales, crear escenarios de responsabilidades compartidas y una garantía de ingresos mínimos (asunto que lleva transitando en España demasiados años por los escenarios políticos y parlamentarios). Lograr lo anterior significa la mejora de la calidad de nuestra democracia, la reversión de la creciente sociedad desvinculada. Para lograrlo hará falta una cadena humana que transporte a la mayoría a la Cima 2030, que va creciendo en pobreza, a no ser que una alianza lo remedie.

El Nobel de Economía 2019 ha sido concedido a tres personas dedicadas a explorar y experimentar nuevos caminos para luchar contra la pobreza global, de la mano de la educación y la sanidad.

Dos mujeres buscan comida en un contenedor de basuras en Madrid. (JORGE PARÍS)

Ciudades con plasma de hormigón

Este es uno de los primeros caudales que ha movido durante demasiado tiempo el corazón de las ciudades y les ha dado pulso y forma. En el idioma griego, que ha proporcionado la palabra hormigón, esta significa “forma moldeada”.

Ya lo barruntaba Mahatma Gandhi, quien decía algo parecido al contundente título de esta entrada. Añadía el líder pacifista que ese hecho haría infeliz a la gente. A pesar de estos augurios, de otros similares que le han seguido, el magnetismo urbano no hace sino aumentar; desconocemos si la felicidad va implícita.

Fijémonos en el año 1900; apenas un 13 por ciento de la población mundial era urbanita. Sin embargo, el porcentaje puede llegar al 65% en 2050. Un dato elocuente: entre 2010 y 2015 las ciudades albergan 80 millones de personas más.

Las ciudades actuales, si quieren ser vivas en su dimensión, siempre necesitan un flujo constante de hormigón y acero para renovar infraestructuras. Estas envejecen en unas décadas, pues se deterioran con el uso o se les demandan nuevas prestaciones: más casas, más oficinas, más calles, más servicios, más de todo.

La ciudad sin fin es el resultado claro de que levantar edificios, muchas veces con intereses especulativos, ha primado ante la necesidad de construir ciudades habitables, con las delicadas acepciones que debe tener esta última acción. Apenas se ha tenido en cuenta la confortabilidad de los habitantes, pocas veces se les solicita su opinión. Sin duda, la mayor parte optarían por vivir en ciudades más amables.

El entramado urbano dominante lo componen edificios hacinados, sin rincones intermedios ni dotaciones lúdicas o creativas accesibles a sus moradores. El espacio se comprime; las barreras se imponen a la habitabilidad. Este defecto vital es particularmente grave en los distritos pobres, y más si las ciudades están en determinados países. Nairobi en el corazón.

El futuro de cualquier ciudad en el año 2030, siempre algo imperfecto para una parte de su población, depende bastante de lo que hagamos hoy, nos recordaría Gandhi. No podemos dejar que el hormigón o cualquier otro medio físico siga siendo su sangre. Por eso, las ciudades quieren cambiar su estilo de vida. El 31 de octubre se celebra el Día Mundial de las Ciudades, esta vez también de los ciudadanos, pues el lema elegido “Cambiando el mundo: Innovaciones y una vida mejor para las generaciones futuras”, lo dice todo.

Anoten una sola meta del Objetivo de Desarrollo Sostenible núm. 11: “De aquí a 2030, se debe aumentar la urbanización inclusiva y sostenible y la capacidad para la planificación y la gestión participativas, integradas y sostenibles de los asentamientos humanos en todos los países”. Reflexionen sobre el asunto para darle al hormigón el tipo de protagonismo que debería tener en una ciudad saludable, que sean otros plasmas los que muevan la ciudad y a sus ciudadanos.

Por cierto: ¿Qué cambiaría (pondría o quitaría) en su ciudad? Si quieren disfrutar/cuestionar los diversos pulsos urbanos, lean Las ciudades invisibles de Ítalo Calvino (1974); nunca deja de estar de actualidad.

 

(JORGE PARÍS)

Reciclaje de la (in)con(s)ciencia colectiva

La ecuación que es vivir debería hacernos conscientes de sus términos: un poco de aquí y algo de allá, multiplicado por el cada día, elevado a la potencia de lo colectivo y, quizás, con alguna o muchas restas y divisiones. Eso, más o menos, valdría para poner cara a la conciencia colectiva, enfocada a la coexistencia ambiental y social, empeño harto difícil por lo visto hasta ahora.

Recononozcámoslo: nuestra educación está multiorientada, al menos tremendamente condicionada, por el consumo; este la nubla y le impide imaginar, conscientemente, horizontes diversos con respecto a sociedad y su interactivo medioambiente. Necesita un reciclaje urgentemente.

(JORGE PARÍS)

El vocinglero consumismo ha sepultado el deseo personal; a poco que se piense de forma consciente, a muchos resultará incomprensible, al menos insípido. Bastantes dirán que no lo entienden, todavía menos lo justificarán, habida cuenta de los nubarrones que se nos anuncian; por ahí están peleándose EE.UU. y China a costa nuestra, detrás vienen aranceles que nos preocupan. Parece evidente que el inconsciente colectivo –si es que existe- desdeña el tiempo, rara ver acierta a conjugar el futuro; seguramente ni se molesta. Acaso la vida es tan compleja que son bastantes las personas que creen que se vive mejor no siendo consciente de los avatares que las amenazan.

La imagen pública del inconsciente colectivo es, cuando menos, insulsa; acaso está desnuda como aquel emperador del cuento de Andersen. Habremos de preguntarles a niños y jóvenes cómo la ven representada; algunos ya se manifiestan en contra, pongamos por caso la crisis climática, o la indefensión ante la manipulación de las redes sociales, dos claros ejemplos de la necesidad del reciclaje del (in)consciente colectivo, si es que ambos existen.

Lo malo, casi perverso, en todo este asunto es que el cometido, tanto individual como colectivo, está cada vez más influido por la mentira global, que se ha convertido en una “gran posibilidad de información dudosa” en los tiempos que corren, mejor, que vuelan. Cuente las señales tecnológicas que han llegado a su terminal mientras ojeaba este artículo. Recuerden la última vez que pensaron algo sobre la pobreza o el hambre en el mundo, las desigualdades entre las personas y asuntos de este estilo, que están cerca de usted o acaso padece. Anoten qué saben de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el camino de la gente para la gente. ¿Cuánto tiempo le dedicaron a mirar estas realidades? Si no fue mucho, no por ello son mejores o peores personas, simplemente indiferentes o muy ocupadas.

Pero claro, por lo que se ve, la vida, o la construimos colectiva -ODS para todos en dosis tendiendo a ser similares- o dejará de serlo. ¡He ahí el dilema! Parece conveniente compartir ideales positivos –los hay por ahí y solamente necesitan un buen reciclaje- hacia el futuro colectivo, para asegurar que la con(s)ciencia colectiva sea posible.

Preguntémonos qué podría significar ser (in)consciente global. Para concretarlo, mejor de forma colectiva, les dejamos una frase del ensayista de las ideas, Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2008, Tzvetan Todorov: «La humanidad no puede vivir sin ideales. Hay momentos de ceguera e inconsciencia, pero se puede despertar«.

Las vacas no dijeron ni mu

Tampoco los pollos piaron ni los cerdos gruñeron ante la recomendación lanzada a primeros de agosto por la ONU de cambiar la dieta cárnica y evitar el despilfarro alimentario (cercano al 10% de lo que se produce) para que la vida mundial no se colapse. De resultas, mucha gente pensó que las vacas son las causantes de todos los males. ¡Qué culpa tienen ellas! , más sabiendo que ha aumentado mucho más el consumo de carne de pollo y cerdo, suman más del 35% del total en cada uno de estos dos, que de los filetes vacunos. Es de suponer que las vacas hubieran mugido si se les hubiera preguntado, por más que ellas no entiendan de las ideologías que nos señalan qué y cómo comer, y por qué.

Se dice por ahí, siempre para criticar, que la verdad que más interesa es la que da de comer, por eso se habla una y otra vez de la seguridad alimentaria. A la vez, se apuesta por desregular lo establecido como hábito, o por costumbre, para regularlo como estilo de vida. ¡La gente es tan reacia a los cambios!, incluso cuando ve beneficio en ello.

En fin, que las vacas no se molestan ni en mugir; nadie les va a hacer caso. Seguro que si hablaran se quejarían sobre todo de que la ganadería intensiva y sobreexplotada provoca el sufrimiento animal, no solo el suyo.

(GTRES)

Los mercados alimentarios sufrieron un tembleque con lo que concluyeron los 107 expertos de 52 países del IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático) de la ONU. Temen la rebelión de la gente, cuando la canción de la vida lleva el estribillo de la salud; que es más o menos lo que decía el informe. Aunque confían en que las personas se sigan alimentando con el silencio, cuando se hace cómplice de indigestiones o enfermedades futuras. Por más que la gente sepa que el metano de los pedos de las vacas, junto con los gases de pollos y cerdos, nos están intoxicando el aire.

El mensaje de “menos proteínas cárnicas”, que lanza el informe, no se puede simplificar; Norte y Sur no se alimentan igual. Quienes son optimistas aseguran que valdría con que los habitantes del planeta que tienen más necesidades nutricionales –miren hacia África y esos otros lugares con el IDH (Índice de Desarrollo Humano) bajo, que suponen la mitad de la población mundial- pudiesen aprovechar una tercera parte de lo que les sobra, o tira, la gente sobrealimentada y hipernutrida, la del Norte. Esta ha incrementado de forma considerablemente el consumo per cápita de grasas vegetales, carnes y calorías desde mediados del siglo pasado. De ahí que el informe alerte de que pueden ser ya más de 2000 millones las personas con sobrepeso u obesas en el mundo.

Las más de 1500 millones de vacas, los 25.000 millones de aves de corral, junto con 1.000 millones de cerdos que asegura la FAO que transitan cada año por el mundo armarían una algarabía al unísono para plantear una pregunta abierta: ¿Este asunto es una tendencia necesaria para responder a la crisis climática, al despilfarro alimentario, enfrentarse al sufrimiento animal en general, o más bien una moda? Eso que por ahí se llama, con cierta carga peyorativa, la creciente “carnofobia”.

(GTRES)

Si tienen interés por cómo se podría elaborar una dieta sostenible y saludable para las personas y el planeta pueden consultar otro informe de la ONU, publicado en el enero último “Alimentos, planeta y salud” en The Lancet, visto desde la hipótesis de que para 2050 sean 10.000 millones las personas que pueblen el planeta.

Lo que parece claro es que el asunto -más o menos carne en relación con crisis climática y despilfarro alimentario- no lo solucionan los animales sobreexplotados. Es tarea de la política global de mercados y estrategias, de leyes reguladoras y acciones. gubernamentales, de la cultura alimentaria en general. Pero también se necesita una apuesta personal. Cada cual que busque su argumento; aunque no estaría de más experimentar durante un tiempo aquella promoción publicitaria, lanzada por no recuerdo quién de los países ricos, que decía “si menos carne más vida”.

Por cierto, dicen los científicos que, a este paso, no cabremos todos y las vacas, pollos y cerdos en la Cima 2030.