Archivo de septiembre, 2019

La trabajosa huelga por el clima

Cientos de manifestantes se reúnen en la Plaza de Bolívar con motivo de la huelga mundial por el clima, en Bogotá. (EFE/Mauricio Dueñas Castañeda)

No es sencillo programar una huelga/actuación global por el clima. Aunque cada vez sea más corriente la protesta, en muchos casos no se tiene claro el destinatario de la queja, sea o no razonada. En realidad, eso sucede porque no sabemos del todo quién manda en el mundo; a esos habría que dirigir las quejas. En este asunto de la crisis climática se duda si la principal responsable es la economía, acaso la política. También estarán por ahí las grandes corporaciones internacionales, no lejos los organismos mundiales, estilo ONU y Banco Mundial, que deben regular el concierto internacional mucho mejor; o, al fin y al cabo, bastante responsabilidad es nuestra por inacción. Generalmente los citados en primer lugar deciden contra los últimos, y esos, nosotros, protestamos contra todos los demás.

Lo cierto es que hay malestar mundial por los desafíos de la crisis climática, y eso lleva a inquietudes e inseguridades que tarde o temprano se generalizarán, y adoptarán la forma de amenazas para la vida colectiva. Sin duda, quienes impulsen las acciones de protesta ante la emergencia climática han de identificar a los responsables del desaguisado en este complejo mundo y contárselo a la gente que se va a adherir a ellas. Convendría que los protestantes contra la irresponsabilidad de los otros, ya sean grupos o individuos, lo hicieran con madurez crítica, acompañada de actos de reducción personal de sus impulsores climáticos. Da más fundamento. Además, hay que tener presente siempre que una protesta simple no resuelve un tema tan complejo como la crisis climática.

Muchas personas nos rebelamos porque hemos perdido la seguridad futura, se ha erosionado y todo apunta a que las cosas no van a ir a mejor. Será por eso que nacen iniciativas como Fridays for Future (Viernes para un futuro) que tuvo visibilidad en la huelga de los viernes que hacían chicas y chicos para denunciar el silencio cómplice de los políticos y gobiernos frente a la crisis climática. Los estudiantes si tenían claro quienes eran los destinatarios de sus demandas y protestas; reaccionan porque ven salir humo de su casa, el planeta lo es, y aprecian llamaradas por diversas esquinas de este, que amenazan con dejarlos sin casa en el futuro.

Manifestantes en Nueva York. (EFE/EPA/PETER FOLEY)

La presente rebelión para ilustrar la emergencia climática tiene que vencer muchos imponderables. ¡Cuánto cuesta poner de acuerdo y mover a la gente si no se dispone de un gran poder mediático, económico o político! La fecha elegida, 27 de septiembre de 2019, coincide con la Cumbre de Acción Climática impulsada por la que ahora mismo tiene lugar en Nueva York. Allí están muchos de los que mandan en este complejo mundo (políticos, empresas, organismos internacionales, etc.) y son responsables de una buena parte de los desafíos que tiene delante la gente.

La acción colectiva, que ha sido respaldada por muchas organizaciones (más de 300 en España), está impulsada por los jóvenes; son quienes más tienen que perder. Youth for Climate y el nombre de Greta Thunberg quedarán unidos a la historia social y, ojalá, a un cambio de rumbo en la crisis climática. Quedémonos, como acicate para el compromiso de los mayores, las palabras del Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, que, entre otras cosas, decía “mi generación no ha sabido reaccionar ante el enorme desafío del cambio climático y la gente joven lo siente profundamente; no les faltan motivos para enojarse”.

Participantes este viernes en Manila, Filipinas. (EFE/ Rolex Dela Pena)

El reloj de los ODS agota las horas. A pesar de las continuas llamadas a actuar de estos últimos años, nuestros gobiernos no han hecho prácticamente nada. El Objetivo número 13, que urge a adoptar medidas para frenar el cambio climático está rodeado de la maldición del aluvión de declaraciones, poco más; a pesar de fundamentar sus urgencias en evidencias y en investigaciones científicas.

La huelga por el clima se extiende a la semana del 20 al 27, las actuaciones se justifican trabajando por el clima. ¡El clima es nuestro!; somos causa y consecuencia. Este solo supuesto, trascendental, debería animar a toda la población a sumarse permanentemente a la iniciativa reclimatizadora. Hagamos de lo que queda de 2019 un año clave para llegar lo mejor posible al 2030, la cima marcada en todas las agendas que pronostican los ángulos de la vida global.

Acciones vinculadas a la Huelga del Clima, este viernes en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. (EFE/ Nic Bothma)

La educación quiere seguir soñando

Andaría Víctor Hugo ocupado en sus cosas, cuando dijo aquello de que «el que abre una puerta a la escuela, cierra una prisión». Su visión del futuro, sus sueños no realizados, nos adelantaban paisajes educativos yermos en demasiados países para muchas personas; antesala e impulsores de fenómenos migratorios. Nos avisaba, cual adivino social en un viaje al futuro, de que los Objetivos de Desarrollo Sostenible, que serían enunciados 150 años más tarde, se convertirían en epílogos de fracaso si no figuraban en el prólogo de la vida colectiva.

Parece que le hubiera llegado, mientras escribía Los miserables (1862), el informe ¿Van los países por el buen camino para alcanzar el ODS 4?, publicado por la UNESCO en julio de 2019, bajo el formato de Migración, desplazamiento y educación, dentro del proyecto Seguimiento de la Educación en el Mundo, que como el resto de los informes de este organismo merece ser al menos hojeado por quienes se consideran parte de la ciudadanía del mundo.

Solo por hacer un poco de memoria recordamos que La agenda para la reducción de la pobreza, conocida como los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) (2000), centraba su ODM número 2 en el logro de la educación primaria universal, mientras que el ODM 3 tenía por objeto lograr la igualdad entre chicas y chicos en la educación primaria, secundaria y superior. No cuesta mucho comprobar sus limitados éxitos. Quizás algunos de los que se lanzan hoy a la aventura de la migración lo hacen porque no encontraron en su tiempo el medio educativo favorable; así, acaban en prisiones de distinto signo imaginadas por el francés. Es comúnmente aceptado hoy que si la educación deja de soñar aleja a mucha gente de la Cima 2030.

Menos mal que el informe de 2019 citado sobre educación es una primera proyección, hubiera pensado el escritor francés, como nos sucede a nosotros. Siempre queda la duda de cómo llegarán los menos favorecidos -aquellos en los que se ceba la miseria global- al año 2030.

En esto de cumplir compromisos, firmados varias veces, los países son escandalosamente olvidadizos. Conozcamos unos cuantos datos sobre el camino educativo global, recogidos en el informe, y sometámoslos a la reflexión compartida:

Sólo seis de cada diez jóvenes acabarán la escuela secundaria en 2030; el acceso a la educación infantil está en aumento pero falla en los países de ingreso medios y bajos; en estos, los más ricos tienen nueve veces más probabilidades que los más pobres de terminar la secundaria alta; cuatro de cada diez escuelas de la educación secundaria superior en los países de ingresos bajos carecen de instalaciones sanitarias. Por acabar, anoten lo que afirma el informe: los limitados datos existentes indican que existen grandes brechas en la integración de la educación para el desarrollo sostenible. ¡Vaya! Esta cuestión es vital para llegar en mejores condiciones al año 2030.

Víctor Hugo afirmaba que el futuro tiene variados perfiles: para los débiles lo inalcanzable, para los temerosos lo desconocido, para los valientes es la oportunidad. Comienza un nuevo curso escolar en muchos países. En la falta de horizontes educativos para los más pobres, personas y países, conviven lo inalcanzable con lo desconocido; ambas situaciones laminan sus oportunidades. Mal asunto cuando se trata de armonizar migración, desplazamiento y educación.

¿Qué hacer? Al menos insistir en que la educación es la cordada más fiable para conseguir que todos, incluidos niños y niñas pobres de hoy que en el año 2030 tendrán más de 20 años; soñemos de nuevo y nos encontremos en la Cima 2030.

(GTRES)

Cuando un monte se quema, algo se muere en el alma

Asegura el saber popular que los incendios de los bosques, del monte, son algo normal. Acierta, pues forman parte del ritmo vital entrópico que la biodiversa naturaleza mantiene y que justifica su existencia. Aunque el argumento se quede ahí, reconozcamos que un incendio tiene efectos beneficiosos para el conjunto del ecosistema. Pero lo que antes sucedía a los bosques porque sí, ahora les hace malvivir en un sobresalto continuado. Sin enterarse, les han surgido aceleradores de sus ritmos. Estos los impulsa la intervención humana, además del cambio climático, que es otra pifia de la especie más depredadora que maniobra por el planeta y se ha empeñado en no dejarlo en paz.

En tiempos se cantaba, o poemaba como hizo Antonio Machado en Por tierras de España, que cualquier incendio de un bosque deja una cicatriz en el alma de quienes lo aman, o viven en él; ahora sabemos que también rasga la existencia del planeta en su conjunto. La marcas incendiarias serán más o menos incisivas, más o menos recuperables, acaso se repondrán antes o más tarde.

(EFE)

A menudo la gente se despreocupa de lo que no tiene delante; solo así se explica que no vea cómo afecta al alma global el hecho de que se queme la taiga siberiana, las selvas amazónicas, los parques nacionales canarios, o las más de 70 000 hectáreas calcinadas en España en lo que va de año. Pues sí, lastiman lo colectivo, porque los bosques expanden afectos y efectos, cerca y lejos; en el aire no hay fronteras, en los sentimientos tampoco. Detrás de los episodios llameantes, queda una ruina con apenas cuatro resistentes hierbajos, esperando que el tiempo rescate las ausencias. Por el aire circulan nubarrones que no solo difuminan la Cima 2030; este año están ahumando la estratosfera, y eso no puede ser bueno para nadie.

En ocasiones me imagino hablando críticamente con aquellos que se creen dueños de los bosques; como el negacionista Trump o el presidente de Brasil, Bolsonaro, que piensa que la Amazonia es solo suya. Produce temblores y preocupaciones oír sus intuiciones interesadas; aseguran saber más que los científicos que miden la destrucción del planeta. Incluso el presidente brasileño se atreve a decir que los grandes incendios de la selva amazónica del presente verano, nunca se habían visto de tal dimensión, los provocan los ecologistas. Antes ya se había quejado de que los extranjeros quieran mandar sobre la(su) selva. ¿Acaso el ecosistema amazónico no tiene el alma global?; sus beneficios sí lo son. Después parece que recula ante las presiones internacionales. Ahora siente la amenaza de la revocación de tratados comerciales, o de que los países europeos iban a revisar sus donaciones al Fondo Amazonas; por cierto, un 60% de estas van a parar a instituciones gubernamentales.

A veces me imagino que no conozco los mapas del fuego como los que nos muestra el FIRMS de la NASA, en donde se aprecian los nubarrones incendiarios que tenemos por delante. ¿Qué hacer para detener esta tendencia? No sé, pero pronto será tarde. ¡A ver qué trascendencia tiene sobre el peligro lo que hablaron en la Cumbre del G20 a finales de agosto en Biarritz!

A veces, resulta pavoroso imaginar

La ‘fren-ética’ sima mediterránea

Cunde entre la gente, los gobiernos son sus representantes y educadores, una práctica desconcertante: Los esfuerzos y compromisos que en otros tiempos estaban encaminados a cambiar el mundo son ahora empleados en proteger lo que tenemos, llámese bienestares o idiosincrasia. Incluso así, no estamos seguros de encontrarnos a salvo de ciertas contingencias, por más que muchas sean difíciles de identificar.

La vida es un compendio de situaciones personales dentro de la convivencia social. Se visibiliza lo mismo en postulados que en formas de vida; en ocasiones apenas se manifiesta claramente, lo cual nos conduce a dudas. A menudo, de forma consciente o no, se elige entre una cosa y otra que en cierta manera la contradice. Cuando se reflexiona de verdad entre varias alternativas aparecen los dilemas, insustanciales bastantes veces, en otras llegan a tocar la moralidad o la ética. Bastante gente siente incomodidad a la hora de pensar, sobre todo si lo cuestionado trasciende la esfera del beneficio personal inmediato. Un ejemplo de dilema moral podría ser la cuestión de la acogida de los inmigrantes que viajan días y días en barcos que los han rescatado de una muerte segura en el Mediterráneo.

Los flotadores provisionales que los barcos de Open Arms y Médicos sin Fronteras han procurado este mes de agosto a los náufragos mediterráneos en peligro de ahogarse nos obligan a posicionarnos. Más allá del sentimiento emocional, ya de por sí relevante, está el asunto de la acogida o no por parte de los países ribereños del Mediterráneo, que tuvo su momento álgido en 2015 cuando se tendieron endebles pasarelas entre Turquía y Grecia. Ante este drama, hay gente despreocupada, otra que piensa una cosa y dice otra, gente que conscientemente se manifiesta a favor de que España los acoja; no faltan difuminaciones de los representantes gubernativos y recriminaciones a las ONG cuyos barcos han rescatado a los náufragos. Cada una de estas posiciones tiene una parte opinable, otra más grave censurable desde el punto de vista ético, pues se ponen en juego los conceptos del bien y del mal que, en buena manera, dicen que sostienen la civilización democrática que lleva tantos años bañando el norte mediterráneo.

Duele que personajes como Salvini, o Trump, pretendan a(re)sumir la moralidad global, con la excusa de que quienes sufren en una barcaza o en un desierto están allí porque la redes mafiosas los han transportado. De vez en cuando, hay que sentarse a pensar cuál es la escala personal y social de valores, implicarse en diálogos razonados sobre estos temas respetando las opiniones y conductas ajenas, y formar un juicio moral. Incluso no estaría de más colocarse en alguna ocasión en el lugar de los otros.

Si no lo hacemos más veces y muchas personas, demasiada gente no podrá superar la sima mediterránea, sitio sin fondo en donde cayó la implicación ética de los Gobiernos de Europa. Mucho menos lograrán alcanzar la cima 2030, allí donde aparece escrito el objetivo/deseo núm. 16 de los ODS: Promover sociedades justas, pacíficas e inclusivas, que rubricaron todos los países implicados en este drama veraniego. El freno a la ética universal, visible en el Mediterráneo, lo dificulta mucho.

No se trata de resolver para siempre un problema complejo con muchos intereses en interacción
; de esta tarea deben hacerse cargo los Gobiernos y organismos internacionales, en lugar de dejar que la sima se agrande, por más que digan que las conversaciones para resolver este caso son frenéticas. Es necesario remediar puntualmente estos episodios de agosto –barcos llenos de gente rescatada de la muerte probable, hacinada en penosas condiciones, deambulando por el Mediterráneo o detenidos a escasos metros de un puerto en el que no dejan desembarcar, etc.- representan un esperpento de la condición humanitaria, un frenético estorbo para la convivencia.

Mucha gente no duda de la estrategia, no le supone ningún dilema el asunto: primero salvarlos y acogerlos, después dialogar para encaminar las cosas.

(EUROPA PRESS)