El escritor y periodista Ramón Gómez de la Serna pintó la vida de ocurrencias. En realidad, la vida es así: plena de idas y venidas, de cosas que no entendemos aunque nos sucedan una y otra vez, ideas sobre la naturaleza y las personas que metamorfosean con el tiempo, calores termométricos inauditos que llevan consigo un sinfín de contratiempos. Para el diseñador de las greguerías, el ventilador afeita al calor. Puede que sí, pero la cosa no funciona a escala global porque al calor se le han revuelto demasiado los pelos de la barba.
La canícula de este año no ha respetado el calendario. Antiguamente la temperatura extrema coincidía en el Hemisferio Norte cuando Sirio (estrella brillante de la constelación de Can Mayor, de ahí viene lo de canícula) salía y se ponía a la vez que el Sol, más o menos entre el 22 de julio y el 23 de agosto. Pero los tiempos mudan una barbaridad.
A finales de junio se han batido récords de temperatura por media España. Seguro que el reciente tostadero no nos asombra; oímos una y otra vez a los científicos asegurar que los últimos veranos han sido los más cálidos desde que los romanos dominaban lo que sería Europa, que los últimos 30 años presentan un calentamiento sin precedentes. Repasen la agenda y recuerden los calores vividos en España en 2003, 2010 y 2015.
Según una investigación del Environmental Health Perspectives, realizada en 2017 en 400 ciudades, en ella colaboró el Instituto de Diagnóstico Ambiental y Estudios del Agua del español CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas), España estará entre los países azotados por muchas olas de calor cada año, con graves repercusiones en la salud de los más vulnerables. Mucha gente empieza a estar afligida por las puntuales olas de calor; nos sacan los colores de la despreocupación climática (de Gobiernos, empresas y personas).
Una duda nos surge al leer lo que dice Cooling for all (Climatización/enfriamiento para todos). Se pregunta cómo combinar la necesidad de asegurar cadenas de frío, algo que parece esencial para la vida cotidiana (suministro de frío para productos frescos, almacenamiento de productos de salud que salvan vidas, domicilios confortables, incluso entornos educativos y de trabajo seguros que aumentan la productividad, etc.), con un posible uso racional de la energía. Para asegurar la cadena refrigeradora se necesita un elevado consumo de energía, que puede faltar, y no ser nada limpia para la crisis climática y las consiguientes olas de calor. Anoten este dato: en la actualidad hay unos 3600 millones de aparatos de refrigeración en todo el mundo y se prevé que en 2050 sean 14 000 millones de dispositivos, lo cual supondrá un consumo de energía cinco veces mayor. Lo dice el informe The future of cooling. Opportunities for energy-efficient air conditioned de la IEA (Agencia Internacional de la Energía) y la Universidad de Birmingham, ¿Cómo hacerlo sin incentivar olas de calor?.
Este tema de la (des)preocupación climática es complejo. Por eso, no hay que mirarlo como una ocurrencia, sino desde distintos puntos de vista: valorando en cada momento el beneficio particular, en eso de las temperaturas, y sus repercusiones en la vida colectiva y en el medioambiente. Habrá que darle la razón a Gómez de la Serna en que el ventilador (llamémosle acciones paliativas) simplemente afeita el calor, pero este vuelve a crecer enseguida y a menudo se desmelena.
¿Preparados para que la siguiente canícula nos saque los colores?