En realidad, tanto da que miremos en la esfera individual como hacia la colectiva, la vida es una ecotasa permanente. Lo que hagamos/paguemos hoy en relación con el medioambiente, del cual nosotros somos parte principal, lo rescataremos/nos dañará mañana o más tarde; ya lo comprobamos en el presente, plagado de rastros del pasado. Acomodarse hoy a las restricciones que el incierto futuro nos avanza, en forma de ecotasas positivas, nos reduce la tasa vital a pagar mañana por nuestra falta de previsión.
Sin embargo, siempre que se anuncia una ecotasa, el sector que se imagina perjudicado lanza una ola de protestas; ya sea por pagar las bolsas de plástico o por gravar el uso de los combustibles fósiles más contaminantes. Sin embargo, el impuesto verde es un camino que los tribunales están incluyendo en sus sentencias; atentos a la evolución futura del asunto en casos como la ecotasa al turismo del Gobierno balear y similares.
Pero hay que conocer que ya pagamos/invertimos en algunas ecotasas como por el reciclaje de electrodomésticos, ruedas, etc. Esos tributos, tasas o contribuciones especiales –España está en la cola de la UE en este asunto- son un incentivo de cara a la protección de las vidas de las personas y del medioambiente que las acoge, otras veces quieren compensar los daños ocasionados por individuos o sistemas productivos.
Siempre son objeto de polémica: algunos partidos anuncian que acabarán con ellas, otros no las nombran, por si acaso se les vuelven esquivas en citas electorales. Pagar por algo siempre cuesta; sorprende que también lo sea por aquello relacionado con el inestable presente y el inmediato futuro, incluso en cuestiones de salud colectiva. Hasta el intento de la UE de limitar, con esta intención, la emisión del CO2 ha sido muy contestado.
Habrá que conocer las razones por las cuales el Gobierno francés, tras un consejo de “defensa ecológica”, aplicará una tasa a todos los vuelos que despeguen de sus aeropuertos a partir de 2020; se pueden imaginar la rebeldía de las aerolíneas, que se sienten perjudicadas aunque en realidad ya sabrán repercutir el impuesto a sus clientes.
Hemos conocido recientemente que la OCDE ha pedido a España subir los impuestos de los combustibles, dado que va muy retrasada en este asunto.
Las ecotasas no son un impuesto; más bien son un presupuesto. Este concepto, contiene una acepción preciosa, ya en desuso, que le asigna la RAE: Propósito formado por el entendimiento y aceptado por la voluntad.
La ecotasa hay que contemplarla como una inversión colectiva, de cara a conseguir llegar en condiciones sostenibles a las cimas marcadas para los años 2030 y 2050. Cada una de las que se aplique estará fundamentada en su interacción social; habrá de ser explicada con claridad, tanto a los ciudadanos como a los sectores económicos y productivos. A todos habrá que convencerlos de que son inversores de vida; por eso, cabe limitarlas/adaptarlas en casos muy concretos y por un periodo de tiempo limitado.
No despreciemos las ecotasas: bien diseñadas y asumidas tienen un rédito imprescindible, construido y aceptado en torno al conocimiento y la voluntad, y por consiguiente mayor de lo que imaginamos. Aunque sea poco visible en el momento, permanece para las generaciones futuras.