Una hora después de asombrar a todo el planeta, Michael Phelps se presentó en una sala de prensa donde la baldosa se cotizaba a precio de oro.
Llegó tranquilo y en solitario, aunque siempre bajo la atenta mirada de su entrenador, Bob Bowman, gran ‘culpable’ de todo lo que estamos escribiendo y escribiremos sobre este chico. Él y el agua salvaron al pequeño Michael.
Phelps llegó bajo una atronadora ovación. Se le veía emocionado y aliviado por haber terminado el trabajo, como él mismo dijo: «Vinimos a por esto y lo hemos conseguido. Ahora sólo quiero sentarme y no moverme, relajarme».
«Desde pequeño soñaba con ir a los Juegos Olímpicos y ya puedo decir que he hecho realidad mi sueño«, confesó Phelps, que a los tres minutos ya se había ventilado la botella de agua.
De cara a Londres 2012, Phelps lanzó un aviso: «Quiero probar cosas diferentes, nadar otras pruebas«. Así que el resto de rivales ya pueden echarse a temblar.
Podía haber estado allí con nosotros cuatro horas o más, pero la voluntaria china anduvo lista para cortar a los quince minutos. Phelps cogió el coche y se fue al centro de prensa, donde dará otra conferencia en la sala para 800 periodistas, por supuesto.
Pude ver entre los periodistas, agazapada, a la nadadora holandesa Inge de Bruijn, ahora comentarista y poseedora de cuatro oros olímpicos, que se dice pronto. Conserva la misma sonrisa de siempre y estaba emocionada:»Cuando Michael logró la medalla hoy, me eché a llorar de alegría. Es el nadador perfecto».