Siempre me ha fascinado y nunca he alcanzado a entender la imperiosa necesidad de defender el pasado, de engrandecerlo y afirmar que cualquier tiempo pasado fue mejor.
A menudo me pregunto por qué se ve a The Beatles por encima de The Strokes, a The Cure por encima de Franz Ferdinand o a los vinilos mejores que Spotify. Hay quien dice que los VHS se ven mejor que el Blu-Ray, que tienen un no-se-que. Será el culto al pasado, la nostalgia o el hecho de que el tiempo acaba por convertir casi todo en leyenda y, las leyendas, como tal, en muchas ocasiones no son ciertas o son una mera exageración de la realidad. Una de esas leyendas es la que dice que internet está destruyendo la música.
No paro de leer y de recibir pésimas noticias de buenos amigos que tienen que cerrar sus encantadoras tiendas de discos, incluso las más míticas. Se trata de adaptarse a los cambios, si, pero es complicado ver y aceptar que tu amada Disco Store se acabe conviertiendo en un Zara. ¿Una época de transición?, ¿de cambios y revoluciones?. ¿Y cuándo no ha sido así?
La música, para bien o para mal, es un negocio más. Un negocio, una industria a la que ha afectado de lleno la transición a la vida digital. La sociedad digital elimina barreras innecesarias, es rápida, sincera y llega antes que nadie. Las grandes multinacionales discográficas no van de la mano de ninguno de estos calificativos y la incipiente industria musical independiente le va poco a poco ganando terreno a la caduca organización discográfica. Bailan los cimientos, y eso, en ocasiones, es bueno.
Las grandes «empresas del sector», esas mismas que hacen que muchos artistas queden asqueados cuando conocen el mundo de la música desde dentro y decidan auto-producirse sus discos, esas mismas que no dan un trato personalizado a sus artistas ni creen realmente en la música que «producen», esas que antaño tiraban y siguen tirando maquetas a la basura sin mirar lo que hay dentro, que sacan productos de la nada para rellenar los premios MTV de turno, están viéndose de un tiempo a esta parte en serios apuros gracias a la red de redes, gracias a que el público, cada vez es más culto, más ávido de cultura y más exigente (a pesar de lo que se opine de la nueva generación), puede acceder con un solo click a una ingente cantidad de música sin salir de su habitación. Y eso, ni Teddy ni Wert lo pueden parar.
Mientras haya miles de personas que llenen las salas pagando por una entrada para ver a su banda favorita y mientras esa banda siga teniendo experiencias que contar y sentimientos que plasmar en una canción, la música no estará en peligro. Yo no alcanzo a ver ese final, aunque los que todavía mueven los hilos lo aseguren y sigan rechazando echar un vistazo al futuro e intentando hacer dinero a expuertas del mismo modo que lo hacían años atrás.
Es la hora de, por una vez, dejar de mirar al pasado. Una nueva forma de producir y consumir música es posible y deberíamos centrarnos en ello.
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