- MERCURY
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9,2
Glastonbury Festival, año 2011. Un chico de 17 años se sube al escenario de «bienvenida» con una expresión más bien abúlica ante la mirada indiferente del público. Allí, armado con una guitarra acústica, arrancó las primeras sonrisas de los que no se olvidarían de su cara. ¿Quién es este chaval? Habría que buscarlo en lo más recóndito del horario para ver que se trataba de Jake Bugg, un joven inglés capaz de mezclar lo mejor del folk más retro con un pop delicioso de autor. En su caso, como tantos años otros antes que él, su voz y su talento le han aupado a lo más alto de las listas de los discos más vendidos en Gran Bretaña. Aunque en este caso, su logro tiene todavía mayor mérito, puesto que desbanca a unos de los que parecían estar llamados a ser los salvadores del folk internacional de corte sesentero, Mumford and Sons y su inefable Babel.
Y es que la magia que desprende el joven Jake con sus canciones supera la simple palabra del folk al uso, que parece ya tan manoseado y pegajoso como el pop-rock más comercial. De hecho, deja sin armas a los que se acercan con la duda y el prejuicio de quien desconfía de todo un hype que parece aumentar cada día más, como una bola de nieve que en su descenso amenaza con acabar con todo el orden establecido. Y lo hace con sinceridad, con canciones cuyas letras se escriben tranquilamente junto a una hoguera, con rasgueos y acordes no muy distintos a los que hicieron temblar a nuestros padres cuando eran pequeños, y antes a los padres de nuestros padres.
Así arranca su homónimo, con Lightning Bolt, una oda sin duda a aquellas canciones de voces mediocres con muchísimo que decir. El sonido es realmente puro, como el que destilan aquellos amantes de la barba de Allen Ginsberg que sobreviven a estos tiempos de locura y cambio, donde parece que la negación es la única forma de avanzar. La esperanza en la actualidad tiene la voz de The Tallest Man on Earth, Langhorne Slim… Como ese tipo de respuesta inglesa a Bob Dylan que ha sido el escocés Donovan. ¿O uno no se sentaría cálidamente a la sombra deliciosa y serpenteante de Simple as This?
El disco debut de Jake Bugg está tan repleto de canciones eternas que puede llegar a dejar K.O. al que llegue por primera vez. Especialmente, la ignición del cohete espacial se siente con más fuerza con el segundo corte, como ocurre con la mayor parte de discos. Two Fingers arroja toda la fuerza desbordante de una juventud que se niega a consumirse sentada ante el televisor, cambiando canales hasta el fin de los tiempos: «So I hold two fingers up to yesterday, light a cigarette and smoke it all away. I got out, i got out, i’m alive and i’m here to stay». Country Song es otra de esas baladas para ser coreadas con el corazón en la mano, una de tantas, distinta a Trouble Town o Taste It, más electrizantes, con más óxido en las espuelas de haber cabalgado kilómetros y kilómetros.
En la recta final, se notan algunos achaques de quien se deja llevar por la inexperiencia de quien confía en aquellos temas más pop, menos carentes de personalidad. Sin embargo, incluso aquí no baja la calidad y se defiende como si llevara años en el negocio, lo cual tal vez sea verdad. Es el caso de Slide, que parece salida de un disco de The Verve, aunque no deja de encajar con guiños a Dylan, como Ballad of Mr Jones o Someone Told Me, con un inicio parecido a la mismísima Don’t Think Twice It’s Alright.
Las amenazas eran ciertas. Hay jóvenes que todavía pueden amenazar aquello que parece que siempre está en manos de los mismos durante años y años. La prueba de ello se verá, con toda seguridad, en algún festival español el año que viene.
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