Por Cláudia Morán
En “La muerte tenía un precio” dos cazadores de recompensas (interpretados por Clint Eastwood y Lee Van Cleef) capturan y matan villanos a cambio de una cantidad de dinero. Siendo consciente de que este resumen no hace justicia a la gran película de Sergio Leone, diré en mi defensa que la intencionalidad de este artículo es otra. En la vida real, lejos de la ambientación del spaghetti western, vemos cómo en cada conflicto el verdadero precio a pagar es la muerte y que los villanos no son siempre los que mueren, sino más frecuentemente los que matan. James Foley es una de las víctimas que se ha cobrado el conflicto en Irak, un periodista norteamericano que acaba de ser asesinado por el grupo yihadista Estado Islámico -a falta de confirmarse la veracidad del vídeo de su ejecución-. Su muerte, según afirma el propio Foley en el vídeo, es el precio a pagar por la nueva invasión estadounidense de Irak.
“A fin de cuentas, supongo que desearía no ser estadounidense”. Aquellos que conozcan bien el orgullo de la nación norteamericana entenderán que esta frase de Foley, minutos antes de ser degollado, caiga como un jarro de agua fría sobre Washington. Después de matar a Foley, el verdugo muestra a otro periodista estadounidense, Steven Joel Sotloff, y asegura que su vida “depende de la próxima decisión de Obama”. Sotloff y Foley llevaban desaparecidos uno y dos años en Siria, respectivamente, donde se encontraban cubriendo el conflicto. El fallecido ya había sido retenido en 2011 por el Ejército de Libia, mientras cubría la situación del país tras la muerte de Gaddafi.