Cada vez son más las voces que denuncian que Egipto ha vuelto a ser una dictadura. Y sí, si analizamos un poco la situación del país árabe veremos que vuelve a estar gobernado por el Ejército y que ni siquiera ha cambiado el color de mando. El mariscal Abdelfatah Al Sisi no es más que un recambio de la era de Hosni Mubarak, como muchos egipcios y analistas internacionales advierten. Si somos muchos los que insistimos en no llamar «primavera árabe» a aquellas revueltas populares iniciadas en 2011 es porque, excepto la tunecina -aunque también están teniendo lo suyo con los atentados terroristas-, todas acabaron frustradas por el autoritarismo, el fanatismo religioso o el caos.
A los europeos nos han colado una nueva dictadura en el mundo árabe sin que nos diera tiempo a reaccionar, de la noche a la mañana y en forma de golpe de estado disfrazado de libertad. A los egipcios, que sí reaccionaron, la confusión ante un gobierno débil e ineficaz de los Hermanos Musulmanes sumada a la dura represión en las calles les ha conducido a una nueva dictadura militar cuyos partidarios son los mismos que aupaban a Mubarak en el pasado, y cuyos detractores ven con impotencia cómo se va deshaciendo el camino que tanto costó construir.