Después de que la Unión Europea y Turquía firmaran el acuerdo para la devolución de los refugiados a ese país, Hanasay, una refugiada kurda iraquí de 17 años que conocí en Serbia en febrero, decidió seguir a pie el camino hacia Alemania. Estuvo esperando hasta el último minuto que la UE no diera el paso de precarizar aún más la huida de quienes escapan de la guerra, pero no fue así.
Tras dos días caminando, Hanasay y su familia llegaron a Hungría, al campo de refugiados de Vámosszabadi. No iban solos, pero no había más que otra familia en el grupo; la mayoría eran hombres que habían iniciado la ruta solos y o bien se habían adelantado a su familia, o bien esperaban reencontrarla en Alemania. Las únicas mujeres eran ella, su madre y su hermana pequeña, que es un bebé. Tardó dos días en decirme dónde estaba porque ni ella lo sabía hasta que una voluntaria de una ONG en la zona se lo escribió en un trozo de papel.
Todos los refugiados atrapados en el campo de Sid, en el lado serbio de la frontera con Hungría, dejaron el campo a pie cuando Turquía y la UE firmaron el acuerdo que la mayoría de ONG ha calificado como «de la vergüenza». Algunos lo habían hecho ya en los días previos a la reunión de los Veintiocho con el primer ministro turco, Ahmet Davutoğlu, pero la inmensa mayoría de las casi 600 personas que vivían en el campo esperó hasta la firma. Ahora quedan sólo 90 refugiados allí, según Are you Syrious? (AYS), la extensa red de voluntarios que mejor informa sobre esta crisis. Lee el resto de la entrada »