En el libro «After Dark» Haruki Murakami describe una realidad aterradora. En un «love-ho» (albergue transitorio) de un barrio bajo de Tokio un japonés muele a golpes a una joven china y corre con sus pertenencias, incluida su ropa, para que no pueda perseguirlo.
Los protagonistas de la escena eran una prostituta que «pertenecía» a la mafia china y un informático adicto al trabajo que entre sesiones laborales de madrugada visitaba los bajofondos de la ciudad para echarse un polvo a escondidas de su esposa. El motivo de la golpiza: ambos descubrieron que al momento de concretarse el acto, a la chica le había venido la regla.
Lo que Murakami describe con mucha más gracia que yo en su libro es una muestra de una realidad alarmante: el tráfico de personas.