OPINIÓN

Refugiados en su llegada en tren a Munich / Sven Hoppe / EFE
Estos días hemos visto imágenes deplorables como un niño refugiado sirio muerto en la arena de una playa turca; una periodista húngara dando patadas a un chico y una chica o arrollando con una zancadilla a un padre con su hijo, todos sirios; o como Dinamarca cerraba los trenes para que no llegaran a su tierra los refugiados.
Y si bien esta situación ya de por si demuestra una falta de memoria histórica de todos los pueblos europeos, si incluso el danés, que fue ocupado por los nazis (de abril de 1940 a mayo de 1945) y expulsó a miles de refugiados, también pone de relieve el lado más oscuro del ser humano, la falta de humanidad.
Mientras personas desconcertadas miran la televisión y se preguntan cómo puede ser que pasen estas escenas, en las altas esferas de nuestra política la discusión es: cómo replantear Schengen para que los refugiados no puedan moverse a sus anchas por Europa, así como repartirse el número de refugiados. Le llaman cuotas de refugiados ¿algo más frío e impersonal?
Hace un par de meses, la Canciller alemana Angela Merkel le espetaba a una niña palestina que en Alemania que no podían acoger a todos los refugiados, ahora parece que han entrado en la carrera de haber quién es más “humano” y quién acepta más refugiados. De momento, todo apunta que Alemania recibirá 31.443, Francia 24.031 y España 14.931. Estos son los tres países que más refugiados acogerán.
Pero mientras ahora todos quieren mostrar su solidaridad, cabe destacar que no hace tanto, este mes de junio, los Jefes de Estado de la Unión Europea aprobaron sus grandes medidas estrellas para abordar la situación de los inmigrantes que llegaban por mar desde Libia. Uno romper los barcos en los que venían los inmigrantes para que no se puedan volver a utilizar, dos reforzar las fronteras marítimas con Libia para evitar que salgan. Claro está, si no salen, no navegan, no se pueden hundir y no se ven como mueren.
La situación, por eso, es tan desesperante que siguen llegando, que no se puede controlar, que vienen en condiciones límites y vienen, principalmente, de Siria, un país en el que antes del 2011, pese haber una dictadura, la gente no marchaba, al menos en masa, como ahora. El Acnur ya habla de una situación tan solo equiparable a la Segunda Guerra Mundial. En lo que va de año, 350.000 personas han cruzado el Mediterráneo, de ellas 107.000 solo en julio.
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