
Un obrero palestino trabaja en la construcción de un edificio para colonos israelíes en el sur de Jerusalén / ABIR SULTAN – EFE
Ya es oficial. Israel ha anunciado que excluye a la Unión Europea del diálogo de paz con los palestinos. Y lo ha hecho en una representación digna de una película para adolescentes. «No me gustan las etiquetas de esta relación», debió pensar Netanyahu. Y es que la metáfora del etiquetado tiene, en esta ocasión, más de realidad que de metáfora: Bruselas aprobó hace unas semanas una directiva según la cual los productos agrícolas y cosméticos etiquetados en territorios palestinos ocupados por Tel Aviv que se exporten a la UE no pondrán «Israel» en su etiqueta. La reacción indignada de Netanyahu podría parecer lógica, de no ser porque por todos es sabido, incluido el primer ministro hebreo, que la Unión no reconoce Cisjordania como territorio israelí.
«Esto es injusto», declaró Netanyahu en un comunicado hace semanas, a lo que añadió que «no hace avanzar la paz». Y como guinda del pastel, prosiguió: «Tenemos memoria histórica de lo que pasó cuando Europa etiquetó productos judíos». Es obvio que el primer ministro israelí está muy enfadado, ya que el argumento de la Segunda Mundial aflora siempre que lo está. Pero vayamos por partes. La paz, ese concepto tan ambiguo en Oriente Medio, no parece depender únicamente de unas etiquetas. Basta con repasar la historia reciente y no tan reciente del conflicto árabe-israelí. Aunque está claro que dentro de él cada uno tiene sus razones, también parece evidente que para el gobierno de Israel la paz depende de que sus socios occidentales hagan la vista gorda continuamente con los asentamientos israelíes en territorio palestino. Todo tiene un límite, y la UE debe cumplir con las peticiones de la ONU sobre el conflicto en Palestina. Ahora bien, ¿es tan grave el enfado de Tel Aviv por la directiva europea del etiquetado?