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Blackwater: justicia siete años después

Por Blanca Blay

Un helicóptero de Blackwater en Bagdad en 2004.

Un helicóptero de Blackwater en Bagdad en 2004.

 

El 4 de julio escribí el post ‘La privatización de una guerra’ y terminaba diciendo: “Esperemos que se haga justicia y que estas empresas dejen de gozar de impunidad”. Y en parte así ha sucedido. La justicia ha tardado siete años en llegar, pero ha llegado.

Después de que este verano se retomara el caso de la masacre que dejó 17 civiles muertos y una veintena de heridos en la plaza Nisour, en Bagdad, los cuatro miembros de Blackwater acusados de disparar y lanzar granadas bajo la falsa convicción que serían atacados han sido declarados culpables. Alegaron que fue en defensa propia.

Ese 16 de Septiembre de 2007 ninguna de las víctimas iba armada, algo que remarcó el fiscal federal Anthony Asuncion en el juicio, que ha tenido lugar esta semana en Washington. Todas ellas se encontraban en un atasco de tráfico, en una abarrotada intersección, cuando sonaron disparos provenientes del convoy Raven23 en el que se encontraban los acusados. Una treintena de testigos y familiares llevados desde Irak han tenido que revivir una vez más la angustia y el horror de ese instante que cambió sus vidas para siempre.

Si algo no se esperaban después del incidente, ya no es que este día llegara (el caso ha estado empantanado en batallas legales durante años) sino que se hiciera justicia. Motivos no les faltan, pues lo habitual es que los contratistas privados operen con impunidad. De hecho, sólo siete meses después de la matanza, el Departamento de Estado de Estados Unidos renovó el contrato con Blackwater, que años después cambió de nombre a Xe Services, primero, y a Academi después, en dos intentos fallidos de lavar su nombre.

Estos días más que nunca todos recuerdan su nombre, Blackwater. Tras 28 días de deliberación del jurado, tres de los guardas de la compañía privada, Paul Slough, Evan Libert y Dustin Heard, se enfrentan a mínimo treinta años de prisión por varios homicidios mientras que Nicholas A. Slatten ha sido condenado a cadena perpetua, declarado culpable de asesinato.

Aunque se ha hecho justicia el camino es largo. Blackwater (o ahora Academi) es solo una de las compañías de seguridad privada que actúan como mercenarios, contratadas por gobiernos, y que suelen operar al margen de la ley. Aunque el romance con el Departamento de Estado surgió durante la era Bush hijo, cuando el ex-presidente inició su particular guerra contra el terrorismo, la compañía ha permanecido una parte central de la maquinaria de guerra de la administración Obama. Esperemos que el caso de Nisour sirva como precedente para la justicia.

 

1 comentario

  1. «Cautivo y desarmado el más inocente recuerdo del estado social, la crisis ha terminado. Este podría ser el parte final de esta última fase de unas hostilidades iniciadas oficialmente en septiembre de 2008, tras la voladura de ese “Maine” simbólico que fue la quiebra de Lehman Brothers. Hoy todos se llenan la boca con la consolidada recuperación de la economía, con los buenos resultados de los índices bursátiles y las previsiones macroeconómicas para 2014, aunque todos admitan también que el crecimiento será insuficiente para generar empleo, que la desigualdad y la pobreza son ya el nuevo fantasma que recorre Europa y que la reactivación es tan tímida que amenaza con agotarse al menor catarro de los Brics, o ante la más ligera recaída reumática de Alemania o Francia. Puede que por ello, previsor como pocos, Mariano Rajoy haya optado por cerrar 2013 con la adquisición de camiones con cañones de agua, no vaya a ser que las endebles perspectivas de optimismo obliguen a aplacar imprevistos focos de resistencia.

    En cualquier caso, lo que esta superación de la crisis, legitimada por los editoriales del grupo Prisa, pone definitivamente de manifiesto es la superación de las teorías leninistas que consideraban el imperialismo como la fase superior del capitalismo. Hoy sabemos que el contradictorio desarrollo de las relaciones de producción y las fuerzas productivas que diría la vieja terminología marxista hoy en recuperación, no ha concluido en el modelo monopolístico teorizado por el dirigente bolchevique en plena Gran Guerra cuyo centenario se conmemora precisamente este año. Por el contrario, el sistema económico ha demostrado su disposición a adentrarse con paso firme por los senderos de aquella barbarie anunciada por Rosa Luxemburgo.

    Por lo pronto, el casino financiero internacional, en cuya ruleta se dirime desde hace años la deriva de la economía mundial, ya no confía en el vigor de las antiguas potencias occidentales e incluso recela de las fuerzas reales de esos países emergentes tan alabados hasta hace bien poco. Ahora la bolita que gira en su azaroso discurrir entre el rojo y el negro, centra todo el interés de las apuestas en lo que, según la terminología acuñada por el economista Farida Khambata, se ha venido en llamar “mercados fronteras”, integrados por territorios tan heterogéneos como Kenia, Argentina, Pakistán, los Emiratos Árabes o Vietnam. Países en vías de emerger a un incógnito desarrollo, que en conjunto representan demográficamente un apetecible mercado, acumulan buena parte de las reservas energéticas, cobijan una mano de obra en proceso de saldo y, lo que es más importante para los cálculos de riesgo, presentan unos índices de crecimiento bursátil sin competencia posible en otras latitudes.

    Es así como el capitalismo está logrando invertir su viejo ideario de progreso, manteniendo intacta la misma canción. Si las esperanzas económicas pasaron primero del agotado centro a la segunda esfera en la periferia, hoy se centran en ese horizonte más lejano de los países frontera, en un dantesco peregrinar que conduce inevitablemente al círculo último en los abismos. Por ello no resulta sorprendente la decisión de la multinacional sueca H&M de trasladar su producción a Etiopía, donde los 45 euros al mes que allí cobra un trabajador les permiten márgenes de beneficio mucho más atractivos que los 300 euros que hoy tienen que pagar a sus abusivos empleados chinos.

    Y en medio de este panorama, la troika, con la aquiescencia del gobierno, insiste en que España debe profundizar su reforma laboral. Para echarse a temblar… O al monte».

    por José Manuel Rambla | Periodista
    nuevatribuna.es | 09 Enero 2014

    26 octubre 2014 | 02:43

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