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“Mark Twain tendría hoy un blog, pero jamás habría escrito gratis”. Robert Hirst, estudioso de Mark Twain

Archivo de marzo, 2015

Jill Abramson, ex directora del New York Times, cobrará un millón de dólares por escribir un libro de periodismo

Jill Abramson  en 2012, cuando era directora de The New York Times. Foto: Wikipedia.

Jill Abramson en 2012, cuando era directora de The New York Times. Foto: Wikipedia.

Jill Abramson, ex directora del New York Times, ha llegado a un acuerdo con la editorial Simon & Schuster para publicar un libro sobre el futuro de los medios de comunicación en un ecosistema de las noticias que cambia con tanta rapidez. La periodista de 61 años cobrará un millón de dólares por escribirlo.

Para decepción de quienes disfrutan leyendo los detalles más escabrosos, no será un ajuste de cuentas sino un texto de análisis de tono académico.  William Morris Endeavor, agente de Abramson, cerró el acuerdo solo un día después de realizar la oferta a varios editores.

Despedida del New York Times en mayo de 2014, Ahora, Abramson imparte un curso de periodismo narrativo en la Universidad de Harvard. Además, pone en marcha un proyecto, junto a Steven Brill, para publicar una crónica de largo formato al mes por la que pagarán 100.000 dólares al reportero que la escriba. Se trata de publicar «pocas piezas pero muy buenas”, cuya extensión sea más larga que un reportaje convencional y más corta que un libro.

Abramson cree que el público está dispuesto a pagar por buenas historias. En su reciente visita a Espña en el mes de febrero, habló de la importancia de la narrativa ante más de 400 profesionales en el encuentro «Conversaciones con«, que se celebró en Madrid (aquí se puede ver la conferencia completa en inglés y también con traducción simultánea al español), donde también defendió que «se puede seguir ganando dinero con historias periodísticas bien construidas y bien contadas«.

Stéphane M. Grueso: «Tener conocimientos de vídeo y streaming puede ayudar a los periodistas a mantener su trabajo»

Stéphane M. Grueso, en el centro, impartiendo un taller en la Asociación de Periodistas de Aragón. Foto:  FGM

Stéphane M. Grueso, en el centro, impartiendo un taller en la Asociación de Periodistas de Aragón. Foto: FGM

Cuando se trata de impartir cursos o retransmitir eventos por internet, Stéphane M. Grueso (@fanetin) viaja cargando con una gran maleta donde carga con un equipo preparado para cualquier eventualidad. Pero este realizador de documentales, cuando quiere mostrar en vídeo lo que pasa en la calle, solo emplea el teléfono o una tableta y, a veces, un casco para protegerse de algún posible golpe.

Al fin y al cabo, el streaming —una palabra que ha pasado a formar parte del vocabulario de quienes emplean internet que quiere decir que la persona ve el vídeo o escucha el audio en directo a la vez que se descarga de la Red– es la tecnología que permite contar las cosas y que se puedan ver en el momento en que se producen. Para hacerlo, además de llevar encima los dispositivos para retransmitir es necesario estar en el sitio, una habilidad con la que cuenta Stéphane. Otra, la capacidad para mantener atentos, interesados y, muchas veces sonrientes, a las quince personas que fuimos sus alumnos en el segundo taller práctico de streaming realizado en la Asociación de Periodistas de Aragón para aprender a retransmitir vídeo y audio por internet con un smartphone o una tableta.

Terminado el taller, Stéphane respondió a mis preguntas por correo electrónico.

Pregunta: ¿Puede ayudar el streaming a los periodistas en su trabajo?

Respuesta: Lo primero, quizás es lo menos bonito pero, es muy práctico en estos cambiantes y precarios tiempos que nos ha tocado vivir: tener conocimientos de cómo funciona el vídeo en internet y especialmente el streaming puede ayudar a los periodistas a mantener su puesto de trabajo. O a crear nuevos medios.

Internet lo ha cambiado todo en nuestra sociedad y el periodismo no es una excepción. También ha cambiado a los que nos leen. O mejor dicho a los que ya no nos leen. Tenemos que conseguir que nos escuchen o nos vean, si queremos seguir informando. Tenemos que comprender cómo funciona internet. En esta cultura del periodismo de inmediatez, de la tiranía del clic, del «¡ya, ahora, vamos!», el streaming es un elemento indispensable para informar. La gente lo demanda.

No entro a valorar si esto me parece bien o mal, pero es algo que está pasando. Un periodista del siglo XXI tiene que saber lo que es Google Analytics, manejar un CMS o las diferencias entre el CPM, CPA y CPC. Y aquí es donde entra el vídeo. Y especialmente el vídeo en internet. Y especialmente el vídeo en directo en internet. Sencillamente hay que alfabetizarse en esto. Forma parte de lo básico de tu profesión.

P: Desde el punto de vista del periodismo móvil, ¿qué habilidades técnicas debe tener el periodista para poder hacer streaming?

R: Hay una curva de aprendizaje técnica pero no es muy grande. En pocas horas todo el mundo puede estar haciendo streaming de calidad. El problema está más en encontrar tu estilo. Con un poco de entrenamiento te encuentras enseñando cosas y hablando con gente mientras lo enseñas a través de tu teléfono en directo sin prácticamente prestar atención a otros detalles, como la conexión de internet, el encuadre, la batería, el audio, etcétera Casi todo eso se automatiza. Recomiendo asistir a alguna formación como la que recientemente ofrecimos en la Asociación de Periodistas de Aragón en Zaragoza.

P: Y desde el punto de vista periodístico, ¿qué te interesa contar por streaming?

R: Yo me dedico a hacer dos tipos de cobertura. Una callejera con un streaming móvil realizado desde un smartphone o tablet en la que me dedico a cubrir movilizaciones sociales en Madrid. También cubro todo aquello que me resulta interesante y que generalmente no encuentra eco en los grandes medios.

El segundo tipo de streming al que me dedico es el de eventos. En este caso se trata de un streaming multicámara realizado en debates, presentaciones de libros y cosas por el estilo. Realizo estas transmisiones para distintos tipos de clientes: medios de comunicación, ONG o cualquier persona u organización que quiera retransmitir su evento. En ocasiones me puedo permitir realizar uno de estos a alguna estructura o grupo. En general yo retransmito aquello que es importante para mí y lo hago de un modo muy personal, lo cual podría en ocasiones, complicar su uso periodístico.

Recuerdo de González Ledesma: «Las cucarachas siempre respetaron la hora del cierre»

Francisco González Ledesma. Foto: Wikipedia.

Francisco González Ledesma. Foto: Wikipedia.

Cuando los ordenadores sustituyeron a las máquinas de escribir en la redacción de La Vanguardia, la única Olivetti que quedó fue la de Francisco González Ledesma. Después, cuando colaboró con El País, llevaba a la redacción sus artículos, que seguía escribiendo a máquina en hojas de papel, y aprovechaba para tomar un café con los colegas. González Ledesma, quien falleció ayer a los 87 años, fue un resistente que decidió no emplear los ordenadores.

En su libro Historia de mis calles (Planeta, 2006), González Ledesma recordaba cómo fueron sus inicios en el periodismo. Trabajaba en la editorial Bruguera “desde las ocho de la mañana hasta las seis, buscar a partir de entonces un reportaje, escribirlo, llevarlo, y por la noche hacer de Silver Kane”, un seudónimo con el que escribió más de cuatrocientas novelas que se vendían y cambiaban en los kioscos. Esa es la vida que llevaba el abogado, periodista y escritor, desempeñando los tres oficios en un mismo día, a mediados de los años 60. En 1966, ingresó como redactor fijo en El Correo Catalán, un periódico que, según González Ledesma, tenía la redacción “más romántica y sucia de Barcelona”. Lo explicaba así en su libro de memorias:

Por favor, déjenme entrar con ustedes en aquella vieja redacción de El Correo Catalán, la más romántica y sucia de Barcelona, que entonces estaba en un sótano de la Rambla, entrando por un costado del hotel Montecarlo que, debidamente desinfectado, aún existe. Lo primero que encontrabas, en la pequeña sala de redacción, era una tubería del techo que goteaba un líquido inclasificable, sin duda la orina de los turistas. Jaume Castell me dijo que no me asustara: “Son meados internacionales”.

Bajabas al sótano y entrabas en la redacción, o templo de la sabiduría. La empresa —que entonces era de los algodoneros, aunque también tenía capital el alcalde Porcioles— había tratado de instalar allí una especie de New York Times, con departamentos cerrados por cada sección y separados por vidrios. Quería ser una imitación de la todopoderosa Vanguardia, como también querían serlo las páginas de huecograbado. Pero los diligentes redactores del Correo habían ido rompiendo los cristales y sólo quedaban las separaciones de madera, de modo que aquello era una imitación de los treinta metros vallas, y digo treinta porque nunca llegarían a cien. La redacción estaba llena de papeles y restos de bocatas, y de madrugada la visitaban las cucarachas, pero nunca antes. Las cucarachas siempre respetaron la hora del cierre.

En Historia de mis calles, el lector se percata de que González Ledesma guardaba buenos recuerdos de unas redacciones pintorescas donde podía suceder cualquier cosa. “No como las de hoy, que parecen oficinas de La Caixa. Martí Gómez me lo contaba hace poco: “Antes los redactores entraban con una botella de whisky. Ahora, todos llevan bajo el brazo una botella de litro de agua mineral, y yo, al verlos, pienso: Poca cosa haréis”, decía en el libro.

Ya no quedan máquinas de escribir en unas redacciones donde los periodistas salen poco a la calle. A veces solo para ir a sus domicilios. En las redacciones tampoco se enseñan como antes las cosas elementales del oficio. Por eso hay que recordar al último mohicano de la Olivetti, un periodista que aprendió en la redacción, entre otras muchas cosas, que hay que titular las noticias como si se las estuvieras contando a tu mujer. Un consejo que sirve también para los tiempos de Twitter.

 

Alberto Arce: «¿Qué hago yo en Honduras?»

¿Dónde está Honduras?

¿Cuántos habitantes tiene?

¿Qué es lo que recuerdo de Honduras?

Ah, sí, el ¡Viva Honduras! que gritó Federico Trillo cuando era ministro de Defensa en su visita a El Salvador. Y también que la capital es Tegucigalpa.

Poco más, lo reconozco.

Con ese bagaje, uno lee casi sin pestañear las poco más de doscientas páginas de Novato en nota roja (Libros del KO), la crónica de los dos años que pasó Alberto Arce (Gijón, 1976) como corresponsal de la agencia Associated Press en Tegucigalpa, y se pregunta por qué puede resultar tan interesante un libro que habla de un país del que sabemos tan poco y que casi nunca sale en los periódicos españoles.

La respuesta, probablemente, es porque el libro de Arce transpira periodismo en todas sus páginas. Mi ejemplar tiene frases y párrafos subrayados en rojo y azul. He marcado trozos de historias que el periodista ha vivido directamente, casi siempre en las calles de un país donde mueren asesinadas 85 personas por cada 100.000 habitantes, «una cifra que supera la de Irak», según explica en el libro.

Nos citamos con Alberto Arce para hablar de periodismo por Skype. Ahora vive en México DF y, por las siete horas de diferencia, prefirió que habláramos un sábado. La hora de conversación está resumida en los 18 minutos que dura el vídeo. Casi no hablamos del libro. Nuestra conversación partió del epílogo: «¿Qué hago yo en Honduras?«. En la entrevista, el periodista reconoce que está desapareciendo el oficio de reportero y realiza una propuesta a quienes dan lecciones de periodismo sin pisar la calle: «¡Deja de joder ya y vete a reportear al terreno!».

Una recomendación: si solo vas a leer un libro de periodismo este año, no lo dudes: Novato en nota roja.  Es periodismo del bueno. Aunque Arce no tiene pretensiones literarias, al terminar de leer su libro, como pasa cuando acabas las mejores novelas, lamentas que no continúe el texto y te quedas con la sensación de que tardarás en encontrar un libro que te interese tanto como estas crónicas de Honduras, un país que antes de comenzar a leer no sabías situarlo en el mapa.