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Mariano de la Banda: lecciones de radio y vida

 Por Belén de la Banda, periodista @bdelabanda

‘A continuación, Poema del cante jondo’. Estas sobrias palabras de mi padre, que escuchábamos en la gran radio de la cocina y daban paso a un programa de flamenco, fueron durante buena parte de nuestra infancia la señal para irnos a la cama y esperar hasta que él llegara a darnos el beso de buenas noches. ‘Mediodía Cadena SER’, dicho los sábados a última hora de la mañana en tono optimista, era la contraseña que escuchaban con alborozo abuelos, tíos y primos en Aranjuez porque era, además de un indicativo radiofónico, una clave que avisaba de que salíamos inmediatamente a pasar el fin de semana con ellos.

Iñaki Gabilondo, Pepe Domingo Castaño, Joaquín Prat y Mariano de la Banda en primer plano, durante una emisión del programa Onda Media, aquí la SER en los años 80. Al fondo, Elicio Dombriz y Clara Navío. Imagen: Cadena SER.

Iñaki Gabilondo, Pepe Domingo Castaño, Joaquín Prat y Mariano de la Banda en primer plano, durante una emisión del programa ‘Onda Media, aquí la SER´ en los años 80. Al fondo, Elicio Dombriz y Clara Navío. Imagen: Cadena SER.

Ser hija de Mariano de la Banda significaba vivir la vida a través de la radio. Todo lo que ocurría,  nos ocurría. Recuerdo la preocupación y el ajetreo en casa el día del atentado a Carrero Blanco, o la tarde del 23-F, cuando Mariano estaba de turno en la SER  y se comunicaba por línea de órdenes con el Congreso. O las innumerables ocasiones en que un atentado de ETA transtornaba la programación y los planes. La radio obligaba a pensar en lo que estaba pasando, a tomar partido.

Nunca fue trabajo, la radio era una pasión. Quizá empezó como un entretenimiento: no había muchos estímulos en el Aranjuez de posguerra, cuando él tenía 17 años. Probó y se quedó para siempre. Experimentó y creó todos los posibles formatos: música, seriales, servicio público, información, entretenimiento, magazines… En la calle con sus primeras grabadoras, o en el estudio con un guión de acero inoxidable ante él, siempre pensando en quién estaría al otro lado.

Mariano de la Banda, en el estudio de Hoy por Hoy. Imagen de Cadena SER.

Mariano de la Banda, en el estudio de Hoy por Hoy. Imagen de Cadena SER.

La radio era juego. Utilizó los primeros gorgoritos de su primera hija, mi hermana Beatriz, para presentar los discos ‘recién nacidos’ en ‘La incubadora’ en Radio Peninsular. Hacía un trabajo ímprobo de guión y montaje, para que la niña y la grabadora sólo tuvieran que jugar en casa. El personaje de Cuchi Cuchi fue entrañable y creíble para todo el mundo: sólo don Antonio Calderón adivinó cómo lo hacía. Y muy pronto Beatriz quedó liberada de Cuchi Cuchi para buscar otras salidas a su talento.

La radio era también una forma de hacer historia. Uno de los grandes hitos democráticos que vivimos cuando se acabó con el monopolio informativo de Radio Nacional. Con el publicista Ricardo Pérez diseñó la campaña para comunicarlo: ‘La SER informa que la SER informa’. Hoy parece increíble que en algún momento la SER o cualquier otra radio no tuviera servicios informativos.

Quizá nunca fue muy ‘famoso’, pero fue siempre muy querido por la gente de la radio, la gente que la hacía y la gente que la escuchaba. Cuando dejó el micrófono, su prioridad era cuidar desde el otro lado del cristal a Iñaki Gabilondo, a Pepe Domingo Castaño, a Joaquín Prat, a Carlos Herrera… y a todas las personas que trabajaban para ellos.

Por encima de todo, la radio se juega en equipo. Cuando hacía equipo, lo tenía para siempre. Seguía en contacto con los compañeros que en los 50 y 60 habían compartido la radio con él:  Marisol del Valle, Aurora de Andrés, Pilar Garrido, Alicia López Budia, Pilar Guijarro, Elías Rodríguez, Miguel de los Santos, Luis del Olmo… Y después, equipos como el del Club de la Tarde, en el que expertos y oyentes colaboraban para resolver todo lo que una persona pudiera necesitar: Aileen Serrano, Simone Ortega, Mariángeles Juez, Elicio Dombriz, Maribel Power… Eran capaces de crear una complicidad en la que se entendían sin palabras, y también con ellas.

Estos días recibimos los abrazos de muchas personas que han sido compañeras y compañeros de esta historia: periodistas en prácticas, productoras, guionistas, colaboradores… Juntos, cada día, trabajando para dar lo mejor, para contar mejor la realidad. Pero también sufriéndola y disfrutándola en directo.

Como decía el otro día Forges, cada vez estamos más sol@s, pero lo más importante de Mariano es… ‘lo que nos hemos reído’.

El día que Podemos ganó las elecciones

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Por Pablo Soto (@PabloMP2P)

Pasó ante nuestros ojos, y ni de puntillas ni en silencio, sino en prime time. Una revolución democrática sacude el país con fuerza desde hace varios años. Y aunque nadie parece reconocerlo, Podemos ya ha ganado las elecciones.

Fue una noche, hace ya un año, cuando el virus bueno, el virus democratizador, alcanzó la hegemonía. Mercedes Milá presentó a la audiencia un juego dentro del juego de Gran Hermano. Una aplicación para participar en tiempo real mediante el teléfono móvil: Appgree. El mecanismo era sencillo, la organización del programa preguntaría en directo, y la gente respondería y votaría en la aplicación, para alcanzar la mejor respuesta colectiva. Lanzaron la pregunta a los miles de espectadores -«¿A quién creéis que Raki dará sus puntos?»

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Y entonces sucedió. Tras varios años de gritos de «¡Democracia real ya!» y «¡No nos representan!», de plazas tomadas, de mareas ciudadanas, de desahuciados empoderándose y plantando cara a los bancos, de cambios en el sentir y de colapso gradual del bipartidismo, la rebelión democrática se asomaba a uno de los últimos bastiones del régimen: el circo máximo, Gran Hermano. La gente no contestó a quién creía que nominaría Raki, la gente rugió -«Queremos nominar nosotros.»

Podemos aún no había nacido y ya había ganado.

Un año después, Podemos preguntó en Appgree con qué tres palabras identificaba la gente a Podemos. La respuesta con más apoyo fue «Democracia, participación y transparencia». Y la segunda también, y la tercera, y la cuarta… sólo había combinaciones de esas tres palabras. La respuesta se repetía, y repetía el espíritu que permitió que la audiencia empezara a marcarle el ritmo, aunque fuera por un rato, a Telecinco un año antes.

Ahora Podemos se está dotando de estructura para llevar a las instituciones lo que en la calle ya ha ocurrido: el anhelo de profundización democrática. Más de 150.000 personas están participando en el proceso, el equivalente en nueva política al viejo congreso fundacional de partido.

Para que la estructura de Podemos responda a estos anhelos no basta con que el discurso hacia fuera los contenga. No es suficiente brindar al sol con frases que describan los resultados que la gente quiere: democracia, participación y transparencia. Aunque cuente ya con la tecnología, para que Podemos sea vanguardia de la revolución democrática hace falta que se cumplan otras tres condiciones.

La primera es que existan mecanismos reglados concretos de transmisión de poder de abajo a arriba. No basta con decir que si la mayoría quiere algo, se cumplirá. Si no se reglamenta a fondo el mecanismo, depende de la voluntad de la ejecutiva que estos resortes funcionen. Y no, no basta con votar lo que Pablo Iglesias quiera proponer para votación, que se lo pregunten a Mercedes Milá.

Las propuestas están siendo sometidas a votación en la página http://participa.podemos.info. La del equipo de Pablo Iglesias contiene reglamentos concretos que hemos desarrollado pensando en clave de democracia. Cualquier persona puede proponer, y si recibe el voto del 0,2% de los inscritos, se inicia un proceso que con el apoyo del 10% culminará en una consulta vinculante a todos los inscritos. Una suerte de Iniciativa Legislativa Popular, pero vinculante en vez de vergonzante. También están perfectamente reglados los procesos revocatorios a los que están sujetos los representantes en Podemos. Otras propuestas alternativas contienen mecanismos menos tasados, dejando la efectividad de estos procesos a la buena voluntad del equipo que vaya a desarrollar el reglamento.

La segunda condición es que el equipo, la ejecutiva que saldrá de este proceso, tenga voluntad democratizadora. Aunque podríamos especular, en realidad sólo hay una forma de saberlo.

Pero, y aquí llega la tercera cuestión, no es la tecnología la que democratizará Podemos por sí sola, ni unos estatutos, que al fin y al cabo se pueden cambiar posteriormente, ni tampoco el equipo de Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Íñigo Errejón, Carolina Bescansa y Luis Alegre. No. Lo único que puede hacer revolución, lo que convierte a Podemos en el partido más democrático que hayamos conocido es el empoderamiento ciudadano. Es la gente, miles de personas participando constantemente en el proceso, llevando las riendas y sabiéndose dueñas del proceso.

Eso es lo que da miedo en la caverna, esta es la revolución.