Bar del aeropuerto. Cola.
El señor alto de la corbata grita a la empleada del bar del aeropuerto porque no tienen coca colas frías (la nevera se ha roto) y por el abusivo precio del refresco.
Quizá, el señor alto de la corbata del aeropuerto tiene razón en quejarse por el precio pero, sin duda, la pobre empleada, a quien grita, no es culpable: ella cobra un sueldo mínimo y no fija los precios: quien lo hace es un jefe explotador, gordo y con colmillos de vampiro que estará en su casa, ardiendo en el fuego de su miseria.
Esa mujer es una cuarentona del montón que ya tendrá bastante con su marido, hijo, jefe y tareas del hogar como para también tener que aguantar a este señor alto de corbata que le grita como si ella no fuera nada y él absolutamente todo.
-Quizá ellos no tengan coca colas frías –digo al hombre alto de la corbata- Pero usted lo que no tiene es educación, que es mucho peor.
El hombre alto de la corbata se vuelve sorprendido: me observa: me dice:
-No estoy hablando contigo (dice “contigo”, no con “usted”, es un tanto –en nuestra pelea sicológica- para él)
-Pero yo sí –replico amenazador.
El hombre alto de la corbata me da la espalda, paga la coca cola sin hablar y se marcha de la cola sin levantar la vista del suelo ni hacer un comentario más. Yo pido un zumo de naranja natural, pero la empleada –a pesar de que insisto- no deja que lo pague.
-Muchas gracias –me dice- Como soy mujer se atreven a decirme cualquier cosa. Y yo no puedo contestar nada, porque me echan. Pero mira la cara que puso desde que alguien le dijo algo: parecía que se la había pillado con la cremallera.
Nos reímos.
No bebo el zumo de naranja natural sintiéndome un héroe. Aquel hombre es, sin duda, un cobarde. Todos los que gritan a otra persona más débil física y socialmente suelen serlo. La gente que grita y pelea con las manos es, simplemente, gilipollas, vulgar y primitiva: evitar la violencia en el día a día es el gran logro de la civilización. Yo debería de haber pagado ese zumo. Pero esa mujer, de verdad, que deseaba invitarme.
…
Las nuevas medidas de seguridad en los controles del aeropuerto son severas: un incordio para los viajeros: en mi equipaje de mano llevo mi portátil, los discos duros de dos ordenadores, tres cámaras de fotos digitales, un montón de cables: y el disfraz del Ángel Verdugo del Martillo Vengador por si me hace falta. Ya no se pasa el equipaje de mano, con todo eso dentro, por el control y listo: hay que sacar todos los componentes electrónicos y ponerlos en una bandeja para que los vean también a través de los rayos X: cuando terminan, saco una foto a mis bandejas:
Guardo la máquina de fotos en el bolsillo y, enseguida, un guarda civil, amenazador, me pide que le enseñe la foto que acabo de sacar:
-No se pueden sacar fotos en el control –explica.
-Es que soy periodista –miento- Estoy haciendo un reportaje. Mire las fotos si quiere.
Ve la foto que acabo de sacar: le da a la siguiente:
No sé qué pensará, pero me devuelve la cámara.
Son un incordio tantas medidas de seguridad, pero necesarias. Son por nuestra seguridad: esas personas son ángeles que nos cuidan: debemos de estar agradecidos. Bin Laden es un hijo de puta que mata gente. Pero, si tuviéramos que buscar un aspecto positivo a esa demencia, sería que Bin Laden también está dando empleo a mucha gente en los aeropuertos: hay ojos por todas partes.
…
En el avión, abro mi portátil, para escribir este post. Es un momento grande cuando abres un portátil en un avión. Los paletos que están a tu alrededor, y que leen revistas de motos tuneadas, te miran como si fueras alguien importante.
Nada más lejos de la realidad: sólo soy un hombre con polla deseando, suplicando, metérsela a una tía buena en Madrid.