Bajo las escaleras del edificio donde vivo. He quedado con una lectora para ir al cine.
El ascensor está roto. Mi vida es como la de los escritores que he admirado: vivo en una gran ciudad, en una buhardilla, paso las noches escribiendo, recibiendo rechazos de las editoriales, quedando -cada vez menos- con lectoras que me follan. A las editoriales no les gustan las cosas que escribo, pero a las chicas sí. Me resulta extraño una cosa que he comprobado: los que tachan de machistas mis escritos suelen ser hombres o lesbianas radicales. A las mujeres heterosexuales, normalmente, les hacen gracia.
Es la primera vez que quedo con esa chica: la veo: es muy guapa y elegante. Pero conozco alguno que se la ha follado y no es ni guapo ni elegante. Eso me da ánimos.
-Has venido muy guapa –le digo.
-Muchas gracias.
Hace mucho tiempo que ninguna chica me dice que soy guapo. Es lógico: los años van pasando: la decrepitud física llega: ya comienzo a mirar a los chicos de 20 años con envidia: pero, por lo menos, aun no tengo calva: aunque algunas veces noto los pelos de mi cabeza hablar: como decidiendo por donde van a dejar de crecer.
La chica sigue siendo guapa y distinguida aun cuando se apaga la luz de la sala y sólo la alumbra la luz de la pantalla. Tengo ganas de meterle la lengua dentro de la boca pero el rictus de su cara se muestra frío como el de una piedra. Jamás trato de besar a una chica a no ser que la chica me muestre señales: cierto, que haya querido venir al cine conmigo es una señal pero necesito algo más: que me hable mucho, que se muestre nerviosa, que me alague un poco, que me sonría fijamente, que me diga que se siente muy sola: una señal.
Realmente no me cae demasiado bien: no conectamos. Pero es que hace mucho que no estoy con una mujer y tengo ganas de dormir abrazado a alguien, de recorrer con mi lengua a alguien: de comerle el chocho, de oír gemidos femeninos que provoque yo. Imagino su cara teniendo un orgasmo y me parece aun más bonita. Lástima que se muestre conmigo, fría como una piedra. Trato de animarme, buscando símbolos:
-Dos piedras, cuando se golpean entre sí, producen chispas, fuego. Nosotros somos piedras.
La ataco: le doy la mano, la acaricio. Pero me la suelta…
Termina la película: nos vamos a tomar unas copas: hablamos un buen rato: trato de besarla: no quita la cara: pero tampoco abre la boca. Paso de estar tratando de besar una piedra. Paso de estar gimoteando. Le acompaño a casa, me voy a la mía: enciendo el ordenador y pongo un video porno: me hago una paja pensando en ella: cuando me corro tengo la certidumbre de que, más o menos, si me lo hubiera hecho con su vagina, hubiera disfrutado lo mismo pero… ¿Y los besos? ¿Y los abrazos? ¿Y las palabras de amor cariñosas? Esas cosas no las proporcionan los orgasmos. Esas cosas no me las da mi mano.
Me acuesto en la cama: trato de encontrar el sueño: pienso que, para tener la vida de los escritores que admiro, sólo me falta una cosa: no tener dinero: recuerdo que, dentro de pocos días, este blog va a cerrar por razones de marketing. Sonrío.
-¿Qué me tienes preparado ahora, vida?
-Has estado mucho tiempo acomodado, tranquilo y feliz –dice la vida- Es hora de que vuelvas a ver como es la vida de los subhumanos con los que tanto te metes.
-No tengo miedo vida. No es la primera vez que me hundo en la mierda. Ni la segunda. Y siempre he salido adelante.
-Pero ahora eres mayor, más viejo. Deberías de haber tomado precauciones y no vivir día a día por si esto te ocurría. No tienes dinero.
Esta vez ni siquiera podrás vivir un tiempo del paro.
-Seguiré luchando, vida. Me da igual volver a trabajar de camarero. Eso es lo que diferencia a un camarero subhumano de un camarero superhumano. Este triunfo, que fue poder escribir libremente por un año, no lo habría disfrutado tanto si no hubiera tenido tantos años de fracaso.
-Me gustará volverte a ver sufriendo, Rafael.
-Hija de puta. Siempre supe que eras una desequilibrada. Déjame dormir. Mañana será otro día.