La conocí en un cyber. Nuestras miradas se cruzaron: al rato eran nuestros cuerpos quienes estaban cruzados: su coño besaba mi polla y jadeábamos de placer. Luego fuímos a emborracharnos y a fumar: nos dijimos, sobre la hierba de un parque, las más bonitas palabras de amor:
-Siempre estaremos juntos.
Nos encerramos en mi casa: follábamos y yo siempre eyaculaba mayonesa, lágrimas, flores y escayola dentro de su coño: un mejunje espeso que mis huevos fabricaban para dejarla embarazada.
A la mañana siguiente, despertó. Y con cuidado se vistió:
-¿A dónde vas?
-A la farmacia. A comprar la pastilla del día después.
Maldita ¿No me amaba? ¿Y ahora se viste para ir a evitar tener un hijo conmigo? ¿Reniega de tener un hijo conmigo? ¿De tener al hijo más maravilloso del mundo?
-No vuelvas, puta –le dije.
-¿Por qué?
-Me he cansado de ti –le mentí. No podía confesarle la verdad: que acababa de romper mi corazón al querer evitar tener nuestro hijo: pero mi posición era ilógica y pueril: ella tenía la razón, la actitud adulta: pero me daba igual: yo quería tener ese hijo y ella lo iba a evitar, matar, hacer desaparecer con un simple truco de magia.
-¿Qué ha pasado, Rafa? –me dijo con lágrimas en los ojos- ¿Por qué ya no quieres estar más conmigo? ¡No te entiendo! ¡Estás loco!
-Me he cansado de tu chocho pegajoso -le dije a la vez que tomaba su bolso y se lo tiraba a la calle- Vete de una puta vez de aquí. Eres imbécil.