La camarera china se estaba haciendo la simpática para venderme un serie de cupones de 24 botellas de agua por 25 euros.
Se los compré y le pedí que me dejara invitarla a un café cuando llegáramos al puerto de Marsella.
-Demos un paseo.
-Tener novio. No poder –contestó.
-Venga. Yo tener polla más grande que un chino. Yo europeo. Yo comprarte bonito vestido.
La china se enfadó y me dejó solo: así que me fui a dar una vuelta por la cubierta del barco para sacar fotos a las turistas en bikini. Pero no había ninguna que estuviera buena.
Sin embargo, tuve suerte. Al regresar a mi camarote había una oriental de fina cintura haciéndome la cama. Y, para colmo, llevaba uniforme de chacha.
-Yo darte dos cupones de agua por mamada –le dije.
La china se fue del camarote asustada pero, al poco, vino una que tenía un poco de bigote:
-Yo chupar. Chupar por 50 euros. Tragar por 100.
Tomé 100 de los 1.500 que me dio la mujer del Ritz y ella se puso de rodillas. Pero por mucho que me la mamaba no se me levantaba. Lo comprendí: es que me miraba fijamente a los ojos: y ella tenía la misma cara de Cho Seung-hui: era como si el homicida de Virginia me la estuviera chupando.