-Mi marido no está enfadado –me dice la señora del Ritz-. Si realmente estuviera enfadado, estarías muerto. Por eso no te preocupes.
-¿?
-Lo que pasa es que me quiere muchísimo. Teníamos una relación abierta. Una relación abierta que sólo él había utilizado.
-O sea que él se había follado a otras y tú no.
-Sí
-¿Pero le quieres?
-Ya no lo sé. Ha hecho mucho por mí. Me lo paga todo. No me deja trabajar. Me trata como a una reina. A veces pienso en dejarle, en comenzar de cero. Pero sin él no tengo nada. Tengo casi 40 años Rafael ¿Lo entiendes?
-He conocido a muchas personas que, por no atreverse a romper a tiempo una relación, se condenan a ser inmensamente infelices de por vida. Sin embargo, a todo el mundo que se ha atrevido a dar ese paso, le ha ido mucho mejor. No entiendo la cobardía y crueldad que tienen algunas personas de pertenecer al lado de su pareja únicamente por lástima. Y, para colmo, se quieren hacer pasar por mártires. Lo que creo es que te has acomodado y no quieres trabajar.
-Él ha hecho mucho por mí, Rafael. No seas tan duro.
-Anoche entraron en mi buhardilla. Reventaron la cerradura de un tiro. No falta nada, ni siquiera la tarjeta de memoria que te robé. Simplemente lo desordenaron todo. Menos mal que yo no estaba dentro, sino en el bar de un amigo. No sé qué diablos me hubiera pasado.
-Si él te quisiera hacer algo, te lo habría hecho. Sé cómo piensa. Sólo te quería asustar, dar un aviso.
-Lo he publicado todo en mi blog de “20 minutos”. También le he dado a una amiga la tarjeta de memoria donde salimos follando para que se la mande a la policía si desparezco. Lo que tengo claro es que no me voy a comprar una pistola ni irme a vivir a otra ciudad.
-No es para tanto Rafael. No obstante, vendría bien que desaparecieras un tiempo. Eso significaría para él una señal de respeto.
-¿Desaparecer? No puedo desaparecer. No tengo dinero ¿A dónde quieres que vaya?
-El dinero no es problema. Esta tarde hay un barco. Es un crucero de lujo. Te he sacado un pasaje. Tienes todos los gastos pagados.
-¿Bromeas?
-No. Es lo menos que puedo hacer. Ya verás que cuando vuelvas, todo estará bien. Yo me encargaré de eso. Hablaré con él. Sé cómo manejarlo.
La mujer del Ritz me dio el billete del crucero y tres billetes de 500 euros.
-¿Está bien? –me preguntó.
-Queda algo.
Le hice dar la vuelta, le bajé sus pantalones de “Prada” y sus braguitas de diseño. Ella sonrió y apoyó los codos sobre mi lavadora. Se la metí mientras gritaba de dolor y placer, al poco eyaculé, como un cerdo, en el agujero del culo de la mujer del gánster. Si muero, quiero saber que jodí bien el “honor” de ese cabrón. Pero, cuando saqué la polla, un chorro de mierda salió despedido de su culo y me manchó la cara.