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Estoy en peligro de muerte

Terminé de escribir y bajé al sitio ese nuevo que han puesto bajo mi casa. Un templo de comida basura que reúne lo peor de la pizza y del pollo junto a unas patatas de plástico comestible. Voy a ese sitio porque soy nocturno y es el único lugar que está abierto más allá de las 00:00 horas. Algunas veces necesito salir de la buhardilla donde vivo porque, si no, me vuelvo loco. Tras “comer” recordé que el otro día la mujer que conocí en el Ritz me llamó por teléfono: me dijo que si alguna noche de esta semana iba a estar solo que la llamara. Si una mujer te llama por teléfono para hacerte ese ofrecimiento significa que es una mujer de verdad y que no se va a poner con tonterías: que quiere follar. Si te hacen ese ofrecimiento por SMS es que es una cría que le da cosa follar en la primera cita. Y si lo hace por email es que es una gilipollas calentona que, ni siquiera, se va a presentar en la cita. Así que la llamé. Ojalá no lo hubiera hecho. Porque ahora mi vida está en peligro. Quizá, debí de pensarlo cuando, a la 1 de la mañana, una limusina se paró frente al local de la comida basura.

-Soy yo –me dijo desde el teléfono móvil- Entra. Vamos a mi casa.

Me subí a la limusina. Debería de haber pensado que una persona como yo no va en limusina a no ser que se esté metiendo en un asunto peligroso de cojones. Una persona como yo sólo va en metro.

Al subirme, me dijo:

-Mi marido está de viaje. El chofer no dirá nada. Es amigo.

El chofer me sonrió como diciendo que él también se la había tirado. Pero no estoy seguro de que lo haya hecho. Lo que me pasa es que siempre que veo a una tía buena al lado de un tío con abdominales y guapo pienso que se la ha chupado. A las tíos buenos con abdominales las tías le hacen eso gratis. A mi no porque tengo barriga. Yo me lo tengo que currar. Decirles que soy escritor y eso.

La señora me metió la lengua en la boca. Ahora no había nadie mirándonos, como cuando nos conocimos y no tenía porque hacerse la señorita, ahora los dos sabíamos a qué habíamos quedado: a follar. Follar es algo sobre valorado por la sociedad. Cuando lo empiezas a hacer todos los días cansa. Y te entran ganas de hacer otras cosas. Como comer. Comer da mucho más placer que el sexo. Comer pizza. En las épocas en las que follo mucho miro a mis amigos, que hablan de sexo o se ponen a mirar a chicas feas por la calle y a comérselas con ojos suplicantes y me dan asco. Pero les entiendo porque normalmente yo también actúo como ellos. En cambio, por mucha pizza que te comas nunca te cansas. Siempre quieres un mordisco más.

Fuimos a su casa: echamos un polvo en el suelo del recibidor, nada más entrar, luego en el jakuzzi (porque a mi me hacia ilusión) y otro frente a la chimenea (que estaba apagada, que calor hizo hoy en Madrid, joder). Me dejó sacarle fotos mientras me la chupaba. También mientras la enculaba. Pero sólo a cambio de que no las publicara en Internet y que yo también la dejara grabarme con su cámara de fotos digital.

-Te leo desde hace tiempo –me dijo- Y me gustará tener un video haciéndote correr y comiéndome el coño. Para verlo tras leer tus posts. Para verlo cuando las chicas te dejan comentarios en tu blog diciendo que les gustas.

Ella era tan guapa, tan fina, que accedí. Follar con ella era como hacérselo con Isabel Preysler. Además tenía un cocinero preparado las 24 horas de día, por si le entraba hambre en cualquier momento:

-¿Quieres que te prepare algo? –me dijo.

-Sí –contesté- Pizza.

-¿Qué tipo de pizza?

-Una con salsa barbacoa y otra de cuatro quesos. Gracias.

Mientras comíamos, me dio por preguntarle a qué se dedicaba su esposo:

-No te asustes –respondió- Pero además de presidir una fábrica de conservas y tener unas cuantas agencias de viajes es mafioso. Es un mafioso búlgaro. Pero buena gente.

-¿Pero mata gente y eso?

-Sí. Bueno. Él no personalmente.

Que me dijera eso impidió que le metiera el cuarto polvo. Mi polla murió. Charlamos un rato, le dije que tenía sueño. Cuando ella quedó dormida, me levanté con sigilo: le robé la tarjeta de memoria de su cámara de fotos digital y dinero para un taxi. Me fui de su casa corriendo. Paso de que, por un error suyo, su marido vea como su esposa se mete mi polla con gusto en su boca

y me mande a matar. Mucho de vosotros pensaréis que esta historia es mentira. Pero es la puta verdad y estoy asustado. Y a la mujer que le robé la tarjeta de memoria, le pido perdón, pero que me entienda. No quiero morir hasta, por lo menos, publique mi libro.

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