Estaba en el Ritz cubriendo un evento y la conocí: una señora de no más de 37 años, bella (los años habían tardado en componer su rostro perfecto), muy elegante vistiendo. Me reconoció e invitó a una copa.
-No te confundas –me dijo la mujer- Estoy casada. No quiero follar contigo. Y mi marido vendrá al hall en un rato. Le estoy esperando.
Acepté la copa.
-Un Martini –le dije al camarero- Revuelto, no agitado.
Me sentía James Bond, porque estaba en el lujoso Ritz y ella tenía pinta de espía.
-¿No tienes miedo a estar siempre solo? –me preguntó ella- Ya te estás haciendo mayor.
-No –contesté-. No tengo miedo a estar solo, sin pareja. Sería un absurdo. Tengo 33 años. Primera parte de mi vida finalizada. En esos 33 años he estado casi siempre solo, sin pareja. Menos a ratos, cuando me estaba follando a una chica. Miro hacia atrás y he estado bien. Me da igual estar otros 33 años de la misma forma. Cuando tenga 50 años me follaré a tías de 50. Cuando tenga 60 a tías de 60. Y a los 70, por fin, impotente. La libertad, fin de la tiranía del sexo.
Sólo necesito un porro para sentirme lo que soy: el rey del mundo. Sólo necesito un porro, una buena canción que suene de fondo y un coño que me diga te quiero para estar en el cielo. Cuando acabe de fumarme ese porro todo terminará. Y el día que encienda otro porro empezara otra vida, me follaré a otra chica que me dirá te quiero. Yo también le diré que la quiero. Pero luego que se vaya. No quiero estropear lo nuestro.
Únicamente tener, amar, un hijo cambiaría mi estilo de vida.
Mi estilo de vida no es un gran estilo de vida. Pero es el mejor para un rey del mundo urbano como yo. Hay otros estilos de vida en esta sociedad. Por ejemplo traficar con armas, con niños, con dinero. Tu jefe trafica con dinero y tú eres su esclavo. Y luego están los reyes del mundo de las ciudades. Como yo. Y, abajo del todo, los esclavos, los más estúpidos de todos: los que se auto esclavizan a cambio de una hipoteca, de un coche. En busca de un status de vida que, cuando consiguen y observan, cuando se sientan en el sillón de la salita, les hacen sentir muy desgraciados.
Si Dios hubiera querido que estuviéramos siempre con la misma persona, en el mismo sitio, nos habría hecho inmortales.
…
Hablamos un rato más. La mujer elegante me dijo que por favor me fuera, que su marido iba a llegar de un momento a otro y que era demasiado celoso. Nos pusimos de pie para despedirnos: le di mi tarjeta de contacto y un beso en la mejilla. Pero, al acercarme, deslicé la palma de mi mano sobre su firme culo y apreté. A ella no le gustó que le agarrara el culo de aquella forma, supongo que mucho menos porque lo hice en público. Pero yo se lo apreté con fuerza. Y disfruté de su mueca de incomodidad.
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Nota.- Si andas aburrido lee mi relato «Si Michael Jackson no hubiera sido Michael Jackson»