Regreso de Canarias. Camino por Madrid. Tengo frío. Veo un local donde hacen cafés y chocolates calientes. Starbucks, se llama.
Entro en ese sitio, a pesar de que no veo, en la cola, a ninguna chica con un culo medianamente decente. Pienso. Hace tiempo que no veía a tantos subhumanos juntos. Miro a los que atienden. Trabajar en cafés como este, aceptar trabajos como este, es el último recurso que queda antes de hacerse puta o pegarte un tiro. Lo sé, porque yo los he tenido. Observo a los oficinistas que hacen cola. Son como pollos en el matadero. En lo único que les ha cambiado la vida, en los últimos siete años, es que antes tomaban café en la universidad y ahora se creen triunfadores, cools modernos, por tomarlo en un lugar como este.
Es mi turno. Sorpresa. He ligado. La camarera que me atiende me sonríe y… ¡Pregunta mi nombre! Pizpireta lo escribe en el vaso. Soy un seductor nato. A mis 33 años aun levanto pasiones instantáneas entre las mujeres.
-Me llamo Rafa –contesto.
Imagino a la camarera desnuda, en mi buhardilla. Pienso en el momento en el que estemos a solas y le diga que soy un bloguer famoso. Y que dentro de poco voy a publicar un libro. Seguro que se corre de gusto. Que se le hace el chocho agua… ahora no es momento de hablar: hay mucha gente en la cola: quizá su jefe esté mirando, fisgoneando: ella está buena: seguro que el jefe gordo subhumano se la quiere follar: que le tira los tejos: como se entere que me ha preguntado el nombre se va a cagar de envidia: seguro que le empieza a hacer la vida imposible en el trabajo.
-¿Muchas horas hoy? –le pregunto como si nada, mientras pago.
-Bufff… aun me quedan 5 horas –contesta.
Bingo. La muy zorra me ha dicho a qué hora sale: tiene ganas de fiesta: qué casualidad: mi polla también: la esperaré.
Cinco horas más tarde sale del Starbucks. Me acerco a ella:
-Hola.
-¿? –dice asustada.
-¿No te acuerdas de mí? Soy Rafa. Tuviste el bonito detalle de preguntarme el nombre y escribírmelo en el vaso esta mañana…
-¿Y?
-Bueno… que a mí también me gustas… ¿Quieres venir a mi buhardilla a fumar un porro y a follar?
-En Sturbucks siempre se pregunta el nombre de cada cliente. Es la filosofía de la casa –responde muy seria- Escribimos el nombre de cada cliente en el vaso mientras le preparamos su pedido.
-Hija de puta. Calentona –le susurro mientras me voy enfadado- ¡No me lo creo! Lo que pasa es que ahora te da miedo abrirte de piernas ¡Por tus perjuicios de subhumana!
Me alejo de ella, caminando nervioso. Entro en otro Starbucks. Pido un chocolate.
-¿Cómo te llamas? –me pregunta el homosexual subhumano que me atiende.