Viernes noche.
Salgo de la redacción de “20 minutos”. Me siento feliz, la vida me sonríe. No tengo ni un solo problema. Tengo salud, amigos, un trabajo que me encanta. Voy al cajero a sacar dinero para comer algo. Hace 4 días que cobré, tengo la cuenta corriente contenta.
Delante de mí hay una chica. Tarda en hacer las operaciones. Me mira de reojo, nerviosa:
-La típica estúpida que no sabe utilizar el cajero –pienso.
Estas personas son fáciles de espantar. Basta con mirarlas con el ceño fruncido mientras ellas se desesperan por no poder hacer su operación: normalmente se avergüenzan porque piensan que todo el mundo está viendo que no tienen dinero en sus cuentas o porque todo el mundo está viendo que son tan imbéciles que no saben utilizar un cajero automático.
Sin embargo, esta chica es diferente. Es la típica loca. La típica mujer desesperada que se pone a contarte sus penas sin conocerte de nada:
-Hoy es el peor día de mi vida –se vuelve y me cuenta- Mi novio me acaba de echar de casa, no tengo a donde ir. Me ha llamado mi ex amante y me ha dicho que quiere que todo vuelva a ser como antes, no sé a qué se refiere pues se va a casar dentro de un mes. Mierda, no tengo dinero en la cuenta. No sé qué hacer. No tengo donde dormir. Me da cosa llamar a mi novio para pedirle dinero.
Ella me mira como pidiendo ayuda. No se la pienso dar:
1.-Porque es fea.
2.-Realmente no es tan fea. Lo que pasa es que tiene un bigote que te cagas.
3.-Porque se nota que es la típica problemática que sale con los tíos más feos y necesitados de sexo del mundo y los tortura con sus locuras: ellos la aguantan porque saben que si la pierden no volverán a follar sin pagar en años.
Pienso en lo malvado y frío que soy. Si fuera una chica guapa la tomaría en adopción: empezaría por invitarla a cenar, escucharía –con cara de tristeza- sus problemas, la abrazaría diciendo:
-Todo va a salir bien. Yo te ayudaré.
Me la llevaría a casa y aguardaría como un buitre el momento en el que poder bajarle las bragas. Pero como es fea la mando a la mierda. Además, me digo, es joven, tiene brazos, que trabaje, y tendrá familia, un padre, una madre, no como yo, que se busque la vida: que se vaya a un McDonalds a trabajar.
Qué diferente sería mi comportamiento si la bigotuda esa fuera una chica como esta:
La chica se marcha del cajero automático con rostro triste: a saber a donde irá: por mi, como si va a prostituirse. Cuando me dispongo a sacar dinero me doy cuenta que no llevo encima la tarjeta de crédito: me la dejé en casa. Bueno, da igual, iré a cenar al bar de mi amigo el poeta.
Veo una moneda de 2 céntimos en el suelo.
No la recojo.
A las 2 de la mañana el poeta cierra el bar, se va a su casa. Camino borracho rumbo a mi buhardilla. Llego a mi portal: me doy cuenta que no tengo las llaves. Ni a donde ir. No tengo el móvil, no tengo dinero, el dictáfono de mi edificio no funciona desde que llegué. No sé donde vive mi amigo el poeta. Quedo, toda la madrugada, sentado en el escalón exterior del portal del edificio donde vivo. No entra ni sale nadie del portal. Me muero de frío. Debería de haber ayudado a la bigotuda. Debería de haber recogido esos 2 céntimos. No cogerlos es un desprecio para la gente que se muere de hambre. Dios ha visto mi comportamiento y me ha castigado. Debería de recordar más a menudo lo que no para de decirme mi amigo, el poeta del bar:
–“No olvides nunca dar la mano a todos en la subida pues, en la bajada, te los volverás a encontrar”.