Estoy en la cama con mi novia, desnudos. Son las 3.30 de la madrugada. Nuestros cuerpos tiemblan al borde del infarto: hemos fumado demasiada droga: vamos a morir.
-Necesitamos fruta –dice- mi hermana dice que cuando se tiene una sobredosis hace falta el azúcar de las frutas.
Corro, desnudo, con pelos de loco, hasta la cocina. Encuentro kiwis en una cesta. Trato de pelarlos. No puedo. Me tiembla demasiado la mano. Abro el armario. Saco un sobre de azúcar. Corro hasta su cama. Ella está durmiendo. O quizá muerta. Abro el sobre y su boca. Se lo vacío dentro. Despierta, enfadada, sobresaltada.
-No te puedes dormir –le explico- si te duermes morirás.
-¿Por qué?
-No sé. Sale en las películas.
-Tengo sueño. Mucho sueño.
-Hablemos.
-¿Sobre qué?
-No sé. Te contaré un cuento –le digo.
-Vale.
-Tú y yo nos casamos y vivimos felices en una gran selva verde. En la selva los leones trabajan para nosotros cazando carne y empaquetándola. Luego, los buitres la transportan a las grandes ciudades y los cuervos son nuestros contables. De vez en cuando, la selva se convierte en un barco y viajamos por los océanos.
-¿Y por qué viajamos si somos felices donde estamos?
Quedo callado, pensando. Ella me abraza, cierra los ojos y acuesta su cabeza sobre mi pecho. Duerme. Va a morir. Decido cerrar los ojos yo también. Morir, abrazado a ella. Es mi fin. Encuentro a la chica perfecta y muero.
-Ya no me queda nada por vivir –pienso- Todo lo que descubro es una mierda. Mejor morir antes de que esta relación también se convirtiera en una mierda. Mejor morir pensando la mentira de que iba a ser feliz y no un infeliz eterno.
Sin embargo, a la mañana siguiente, despierto. Ella también está despierta, mirándome.
-¿Qué haces?
-Esperando.
-¿El qué?
-Me he tomado unas pastillas para cagar.
Mi novia es una estreñida. Toma medicamentos para poder cagar. Está toda buena, pero no caga bien. Debe de ser muy jodido tener que tomar pastillas para poder cagar.
Yo, en cambio, tengo una facilidad inaudita para tirarme pedos. Podría estar todo un día tirándome pedos. Mis pedos no suelen oler. No me atrevo, aun, a tirarme pedos delante de ella. Me los tiro en el baño. Seguro que me ha oído. Tengo que expulsar los pedos o moriré. Un médico me lo dijo una vez.