Ella unta chocolate sobre la tostada.
Sólo lleva puestas, las bragas y el sujetador. Tiene la cara seria: creo que está pensando algo inteligente mientras extiende el chocolate sobre la tostada. Sus bragas, su sujetador, vuelan. Mis pantalones de deporte caen. Ella sonríe. La inclino, brusco, sobre el mármol de la cocina. No hay ninguna chica en el mundo que tenga el coño permanentemente tan mojado como lo tiene mi novia. No hay ninguna chica en el mundo que gima tan sexy como lo hace mi novia. No hay nadie en el mundo que esté tan enamorado de ella como lo estoy yo. Empezamos a follar en la cocina y terminamos en el frío suelo de otro lugar de su casa. Cuando recobramos la razón, cuando terminamos de jadear, ella dice:
-¿Dónde están mis bragas?
-Estarán en la cocina –contesto, a la vez que me levanto.
Regreso a la cocina. Me gusta lo que veo. La cocina no es una cocina sino el plató de una película porno. Saco fresas de la nevera, se las meto por la boca.
Antes de que marche para el trabajo le pido 5 minutos. La tiendo sobre la cama con el uniforme del trabajo, le miro a los ojos. Miro dentro de sus ojos todo el tiempo. Miro, miro y miro. Buceo en la profundidad de sus ojos. Tengo miedo de que ya no esté enamorada de mí. Los ojos, las miradas, nunca mienten. Nos abrazamos. Creo que sigue enamorada de mí. Espero.
Marcha al trabajo y me tiendo sobre su cama. Saco las esposas y su sujetador rojo. Me lo pongo. Imagino que uno de sus peluches me hace una felación. Un peluche dálmata que es gay. Imagino que me enamoro de él, que se llama Felipe, y que me voy de esta casa, para siempre.
Suena el teléfono. Es ella.
-Amor ¿Qué haces?
-Estoy trabajando –contesto.